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martes, 10 de marzo de 2015
Jauría y persecución en la selva Doramas
No había un destino concreto solo se trataba de seguir huyendo por aquellos bosques de laurisilva, tratando siempre de no acercarse a ninguna población, los tres hombres escuchaban el bullicio lejano de Teror, los ruidos de los camiones de los falangistas recorriendo cada pago, cada casa por alejada que estuviera en aquellos barrancos repletos de vegetación y cultivos. Entre bancales veían a lo lejos desde el pico de Osorio como los uniformados de azul subían y bajaban en busca de víctimas, de cualquiera que pudiera tener relación con el legítimo gobierno de la República.
El cura, don Juan María Ayaso, los acompañaba pistola al cinto envuelta en la sotana, una boina militar con el yugo y las flechas. El párroco conocía bien las ideas de los feligreses, por eso guiaba aquella caravana de la muerte hasta el último rincón más remoto de esa maravillosa y prospera tierra.
No era problema desvelar los secretos de confesión si eran para la “Santa Cruzada”, “por la bendita misericordia de nuestro señor Jesucristo”, afirmaba entre risas acompañado por el empresario Eufemiano, los Bravo, los Manrique y los hijos de la marquesa, Bonny y Leacock, varios miembros de parte de las familias de la oligarquía canaria, que junto a la iglesia católica organizaron parte del golpe de estado franquista en España, con el único objetivo de imponer una dictadura sangrienta, asesinar a sindicalistas, militantes comunistas, anarquistas, socialistas, republicanos, a toda persona que no pensara como ellos, que no siguiera los siniestros postulados de un movimiento nacional-católico, basado en los criminales fascismos, el alemán de Hitler y el italiano de Mussolini.
Ramón García, Jaime Quesada y Pepe Juan Domínguez siguieron hacia Valleseco por los restos de la antigua selva Doramas, caminaban de noche, por el día se metían en cuevas o se enterraban bajo la hierba y los restos de las hojas de lo tilos. La idea era refugiarse en los Pinos de Galdar, buscar alimentos gracias a los pastores más solidarios, esconderse varios meses hasta que el holocausto disminuyera, ese momento en que los falangistas y militares dejaran de asesinar a miles de canarios, para tratar de salir de la isla en barco hacia África o Venezuela.
Varios kilómetros más atrás, sin ellos saberlo, los seguía una brigada de la guardia civil del municipio de Guía, acompañados por un grupo de falangistas de Las Palmas, que habían salido de su sede en la calle Albareda armados hasta los dientes, objetivo: Cazar al rojo, torturarlo, asesinarlo, desaparecerlo. Esas eran las ordenes de alto mando, las que desde la península pregonaba el general Mola y otros criminales de lesa humanidad como Millán Astrai o García Escamez.
Los hombres subían en la oscuridad por el Barranco de la Virgen, el agua corría violentamente por el fondo, subieron sin parar, solo Ramón tenía problemas por la discapacidad en su pierna, afectada de polio desde su nacimiento, aquella cojera los retrasaba, pero lo trataban de ayudar, en algunos momentos Pepe Juan se lo echaba a los hombros, era fuerte, había practicado lucha canaria toda su vida, desde niño en el Club Adargoma.
En un momento de descanso, sucios, sin comida, con mucha fatiga y sudor, detectaron más abajo los ruidos de una multitud, luces de antorchas, ordenes, conversaciones en alta voz, era la brigada que subía en su busca, por los sonidos podían ser más de treinta hombres armados, con equipamiento de montaña y una gran velocidad de marcha.
Los tres muchachos miembros del Frente Popular: Ramón del Partido Comunista, Jaime de las Juventudes Socialistas Unificadas y Pepe Juan sindicalista de la CNT, decidieron emprender de nuevo la marcha, el miedo les helaba el cuerpo, sabían que i los capturaban los asesinarían después de brutales torturas, por ese motivo cambiaron la ruta, subieron la montaña lateral del barranco y se dirigieron hacia Valsendero en sentido contrario de Artenara, con la esperanza de confundir a sus perseguidores, bajaron por el Barranco del Anden muy cerca del cauce, el pobre Ramón no podía más y por la difícil orografía ya casi no podían cargarlo, demasiado barro y agua que corría a gran velocidad por los terrenos de la Heredad de Aguas. El joven anarquista les dijo que lo dejaran, que no podía seguir, que el trataría de despistar a los fascistas para que ellos pudiera escapar, los dos muchachos se negaron, no querían abandonarlo a su suerte, trataron de cargarlo durante un tramo de unos cien metros pero era imposible, se caían constantemente, resbalaban hiriéndose con las salsas, una vegetación frondosa, con espinas y púas que les destrozaba la carne.
Se fueron alejando sin Ramón que con lagrimas en los ojos los despidió con un “¡Salud y libertad!”, el joven se parapetó entre dos piedras enormes, arriba se escuchaba como la brigada había descubierto el cambio de sentido, como bajaban a toda velocidad por el barranco entre los ladridos de los perros y los gritos de los mandos. En un instante se escuchó la jauría humana, el cabo con tricornio Sebatián Sedano descubrió enseguida al muchacho, gritando: “Aquí está este hijo de la gran puta mi amo”, en menos de un instante le cayeron en encima como fieras, lo sacaron por los pelos como a una presa desvalida, Del Castillo comenzó a golpearlo con la culata del fusil, Paco Bravo sacó un cuchillo enorme y le cortó la yugular, la sangre manaba como si de una fuente roja se tratara, el cuerpo se revolcaba y temblaba, hasta que todos lo vieron desangrarse entre vítores y gritos de “¡Arriba España!”.
Dejaron allí el cuerpo custodiado por un falangista y se dispusieron a seguir persiguiendo a los republicanos, bajaron como tiros por el barranco, parecía que volaban, los chicos se habían refugiado en una casa abandonada con el tejado roto, las huellas en el barro fueron alumbradas por las potentes linternas, los dos sabían ya que no había escapatoria, los guardias civiles y falangistas rodearon la casa metralleta en mano: “!Ríndanse cabrones!, gritó el capitán Bravo de Laguna, dentro no se escuchó nada, un silencio atronador, solo interrumpido por el canto asustado de los búhos chicos, el requeté Ramón Soria, dio la orden al sargento Cardona de disparar, las ráfagas inundaron el barranco sagrado del guerrero heroico Doramas, muy cerca del lugar donde se había producido la vergonzosa traición, cuando los invasores castellanos engañaron a los antiguos pobladores, asesinando al bravo luchador alzado contra aquella rapiña que estaba destruyendo, asesinando y esclavizando a su pueblo.
Jaime trató de incorporarse y comprobó que no podía mover las piernas, estaban acribilladas a balazos, le dijo algo a Pepe Juan y no contestó, estaba boca abajo sobre un charco de sangre. Se arrastró como pudo entre los disparos, parecía una serpiente acorralada entre las ráfagas, salió por la parte de atrás por una pequeña ventana cuando fue localizado: “Aquí está mi capitán”, dijo un falangista con acento andaluz, el teniente Del Castillo se le acercó, le agarró por el pelo, levantando su cabeza: “Creías que te ibas a escapar sucio masón, acaba de llegar el momento de tu muerte”. El joven susurró con la voz rota: “¡hijo de puta fascista!, ordenando el terrateniente a los falangistas golpearle en las piernas heridas, así estuvieron casi media hora entre los gritos del chico, un aullido terrorífico que se escuchaba en todo el pueblo de Valsendero aquella madrugada, una eternidad de torturas brutales, casi una vida entre dolor y golpes terribles, hasta que el conocido como “El carnicero”, un cabo de la guardia civil apellidado Placeres se le acercó con un enorme cuchillo en la mano, casi un machete, pidiendo a dos requetés que lo agarrarán por los brazos y piernas, en ese momento le rajó el estómago, le sacó el intestino con el pibe todavía vivo, haciéndole una especie de corbata en su cuello entre las risas de los uniformados.
No tardó en morir, una muerte que era un alivio milagroso entre tanto dolor, la horda fascista llevó los tres cuerpos en un camión hacia los riscos del Andén Verde, camino de la Aldea de San Nicolás, para lanzarlos al vació sobre aquel sereno mar del amanecer. Esa mañana llovía en pleno mes de agosto de 1936, el viento removía las ramas de las tabaibas, abajo no se veía nada, solo la espuma marina, las pardelas regresando a sus cavernas cavadas en la toba, el canto de un águila ratonera cerraba una sintonía perversa, nuevos crímenes, más de 5.000 en toda Canarias, la brigada regresó a los camiones y coches de la delegación de gobierno, volvieron a la capital con las manos y las ropas manchadas de sangre joven.
Resistencia al golpe fascista: Guerrilla alzada (Isla de La Palma 1936)
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