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viernes, 13 de julio de 2018
En el siglo XVI había en Madrid un Hospital de Mujeres Perdidas. Trataba a mujeres enfermas de sífilis. Cuando el adjetivo "perdido" se aplica a una persona suele tener dos connotaciones. Una de ellas es moral: que ha perdido la virtud (se ha echado a perder), se ha descarriado, ha pecado. Se dice de quien tiene una "conducta relajada e inmoral" (según el Diccionario de la RAE). Otra connotación es de carácter fisiológico y se refiere a las expectativas de supervivencia: cuando a alguien se le da por perdido es que está deshauciado, solo le espera morir o la invalidez permanente. Con frecuencia, la perdición moral y fisiológica van de la mano, como en el caso de las enfermas de sífilis. Los asilos de finales del siglo XIX eran instituciones para gente perdida, mujeres abandonadas, prostitutas, enfermas y enfermos, ancianos. Se mezclaba lo moral y lo fisiológico.
El adjetivo perdido significa algo más, sin embargo. Lo que está perdido es lo que no se sabe dónde está. Algo "muy escondido o apartado del tránsito común", según el diccionario de la Academia. Los arqueólogos tratamos con civilizaciones perdidas -escondidas, olvidadas. Pero también, y esto es más importante, con personas perdidas. Y lo son porque no se las encuentra: en la memoria colectiva o en los libros.
Entre los intersticios del asilo de Santa Cristina, en los desagües y los drenajes, descubrimos el rastro de las mujeres perdidas. De ellas nunca podremos recuperar sus voces. Difícilmente podremos saber lo que decían o pensaban. Porque nadie en su momento consideró que sus palabras pudieran ser importantes. Porque ellas mismas no escribían o escribían poco -raramente para contarse a sí mismas, como los hombres (al menos los hombres poderosos).
No tienen palabras las mujeres del asilo, las internas, las mujeres perdidas o más bien abandonadas, pero tienen objetos que hablan por ellas. Muy escondidas y apartadas del tránsito común aparecen sus cosas: elementos personales que definieron su identidad en una sociedad que intentaba anularlas. Cuentas de collar, pendientes, botones de camisa y de ropa interior, sandalias.
Sus objetos son palabras y son una acusación también. Desde los desagües y las fosas sépticas las mujeres nos preguntan a dónde las hemos relegado, a dónde ha ido a parar su memoria.
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