dissabte, 13 d’octubre del 2012

Ayer no más.

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Andrés Trapiello

Destino. Barcelona, 2012. 310 páginas. 20 euros.

Ricardo SENABRE | Publicado el 12/10/2012 |  Ver el número en PDF
La nueva novela de Andrés Trapiello (Manzaneda de Torío -León-, 1953) toca un tema de indudable actualidad: las actividades nacidas y desarrolladas a raíz de la Ley de Memoria Histórica y las indagaciones para localizar y exhumar restos de algunas víctimas del vendaval fratricida. La historia se localiza en León, a cuya Universidad se ha incorporado José Pestaña, un prestigioso historiador leonés a quien se deben valiosas contribuciones sobre la historia reciente de la provincia.

Sus relaciones con otros miembros del Departamento se verán pronto enturbiadas con recelos y envidias que se incrementarán ante la sospecha de que Pestaña oculta información, por razones inconfesables que acabarán descubriéndose, acerca de la feroz represión desatada por grupos falangistas en aquella comarca durante la Guerra Civil. El conocimiento fortuito de uno de los supervivientes de aquellas matanzas coloca a Pestaña en una difícil tesitura ante su padre y lo distancia de sus compañeros de Departamento, algunos de los cuales han encontrado en la represión franquista un filón para investigar y publicar así trabajos académicos que les den prestigio y notoriedad, y convirtiendo en algunos casos -como el de Mariví- la investigación en un acto vindicativo y supuestamente justiciero.

Toda esta historia, trufada -a veces con aire barojiano- de anécdotas y relatos de crímenes execrables, está narrada en capitulillos que son otros tantos monólogos de los distintos personajes: Pestaña, su padre, el catedrático José Antonio, su esposa Mariví, su ex amante Raquel -profesora contratada del Departamento, cómo no- y, ocasionalmente, alguna de las hermanas de Pestaña, o Graciano, el testigo que presenció, siendo niño, el asesinato de su padre. Se trata de monólogos sencillos, con tan sólo algunas leves marcas para singularizar a los personajes -la jerga juvenil de Raquel, usos como “el cual” y sus variantes en el discurso del padre-, en nada comparables a los monólogos casi faulknerianos con que Luciano G. Egido reconstruyó también la historia de una familia en La fatiga del sol.

Trapiello ha operado con indudable habilidad al compaginar las dudas y la incertidumbre moral de Pestaña -indeciso entre su deber de historiador riguroso y sus obligaciones filiales- con el asunto, apenas esbozado pero patente, de la utilización de cátedras y puestos docentes en provecho propio, y ha planteado, además -lo que es muy de agradecer-, sin complacencias con las actitudes y consignas oficiales, las luces y sombras que rodean las actividades realizadas al amparo de la llamada “memoria histórica”, enarbolada a veces precisamente para enturbiar y falsear la historia, demasiado dependiente de quienes la narran. Por eso Pestaña afirma que “para conocer lo que sucedió no sirve la Historia, sólo la novela puede hacer algo por la verdad” (p. 277). En coherencia con esta idea, Pestaña renuncia a escribir un nuevo libro de historia y, con hábil giro de lejana estirpe cervantina, convierte sus apuntes en una novela -la titulada precisamente Ayer no más, que el lector tiene ante sí-, recibida con gran escándalo por la sociedad leonesa, que no duda en leer la novela como obra en clave y relato histórico, base suficiente para identificar a ciertos personajes y sus antiguas fechorías con personas reales y aún vivas. El personaje de Pestaña, como el de Mariví, destaca por encima de los demás, gracias a la caracterización sobria y eficaz de los caracteres de ambos.

Novela interesante y bien planteada, de escritura límpida -esperable en un autor de tan caudalosa obra como Trapiello-, Ayer no más sólo ofrece pequeños deslices: algún tópico expresivo (“frente surcada por extensas y profundas arrugas”, p. 37; “desaparecido como por ensalmo”, p. 50), una construcción sintáctica inadmisible (“ni siquiera se dignaba a preguntarle”, p. 104) y algún despiste: un lugareño lleva “un pantalón de franela azul que arrastraba los fondillos por el suelo y en el que desaparecían dos piernas como palitroques y unas nalgas escuálidas” (p. 52), detalles de imposible percepción si el pantalón se tiene puesto.