Martes, 09 de Octubre de 2012 07:54
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El pasado domingo, la asociación vasca de víctimas del franquismo Ahaztuak/Olvidados ofreció un homenaje a quien quizá sea el último guerrillero sobreviviente que luchó contra la dictadura, Felipe Matarranz, más conocido en la clandestinidad como El comandante Lobo.
El acto tuvo lugar en la localidad llanisca de Colombres, donde Matrarranz reside y acaba de cumplir 97 años en unas excelentes condiciones físicas y mentales.
Natural de La Franca (Ribadedeva, Asturias), Felipe Matarranz se incorporó a las Juventudes Socialistas Unificadas y participó en muchos de los combates que tuvieron ligar en el Frente Norte durante la Guerra de España. “Nosotros no contábamos con ningún avión mientras que ellos disponían de 100 bombarderos Bücker y Caproni más los cazas que les respaldaban. Estuvieron ensayando en España el armamento que utilizarían posteriormente en la Segunda Guerra Mundial. Los aviones venían de tres en tres y barrían todo. Ensayaban constantemente mientras nosotros ni siquiera teníamos armamento para derribarlos. Las partidas que nos llegaban eran armas sobrantes y desfasadas procedentes de la Primera Guerra Mundial”.
En el enclave conocido como Las Cabañas de Noceco, en dirección al Puerto de Los Tornos (Cantabria), Felipe Matarranz resultó gravemente herido, hasta el punto de ser trasladado por los camilleros a las pilas de los milicianos muertos. Se salvó de milagro, gracias a la intervención del médico Francisco Guerra, con el que todavía suele verse en Madrid todos los años. Hace tiempo llegaron a visitar los dos el lugar donde pudo haber perdido la vida el anciano luchador antifranquista.
Entre las batallas más cruentas que recuerda Matarranz, la del Mazuco, en septiembre de 1937, muy cerca de la localidad donde reside actualmente, fue una de las más violentas. Ahí consiguieron las tropas sublevadas abrirse paso para la toma de Asturias. Algún cronista de la época dio el nombre a esa batalla de Termópilas republicana por el carácter decisivo que tuvo para la caída total del Frente Norte: “Se llegó a decir que fueron los combates más sangrientos de toda la guerra. Se formaron diferentes batallones y yo milité en la Brigada Montañesa. Cuando subíamos hacia El Mazuco nos cruzábamos con los camilleros que bajaban decenas de muertos y heridos. Había un centenar de aviones bombardeando de tres en tres las posiciones republicanas”.
Felipe Matarranz pasó un total de doce años en las cárceles franquistas -de las que se evadió en tres ocasiones- y sobrevivió a dos condenas de muerte por conmutación de pena. Una vez indultado, en 1942, participó como responsable político de la Brigada Machado en la guerrilla astur-cántabra de los Picos de Europa. Tiene muy claro por qué: “Fuimos educados para eso, para no ser esclavos voluntarios, antes preferíamos morir. Al día siguiente de salir de la cárcel me convertí en enlace general de la guerrilla del comité regional de Asturias y el comité provincial de Santander. Teníamos que vivir en la clandestinidad y apenas conocíamos datos de los demás enlaces. Me hice pasar por falangista, hasta tenía un carné (con el nombre de José Lobo) y llevaba una pistola dentro de un libro de Franco, y también una chapa religiosa en la solapa. Me juzgaron por terrorismo y bandolerismo cuando en realidad nosotros éramos soldados de la República que no entregamos el fusil y que seguimos luchando en el llano y en la montaña”.
Matarranz se sigue declarando oficialmente en rebeldía como lo fue antaño. Tiene tres libros escritos con su memoria de lucha. El primero se lo publicaron en Cuba a finales de los ochenta. Se titula Manuscrito de un sobreviviente y la tirada de 10.000 ejemplares se agotó a los quince días. El tercero, ¡Camaradas, viva la República!, es una minuciosa narración que suple la elementalidad de su escritura con el conocimiento personal, una recordación muy precisa y la larga nómina de identidades de quienes integraron aquella dura contienda clandestina. Se trata de un relato vívido de la guerrilla antifranquista, en el que no pocos de sus episodios acaban con un espeluznante y trágico final. Pero el título que más le satisface al anciano guerrillero es sin duda el del segundo libro, Hay muchos Cristos: “Esa frase se la oí a mi madre cuando salí de la cárcel por segunda vez. Me dijo que yo había sufrido mucho, como Cristo, y que solo me había faltado morir como murió él”.
Felipe Matarranz “Lobo” acaba de cumplir 97 años en una residencia de ancianos. Puede que su longevidad y la vitalidad que mantiene se la dé su mirada al avistar sus muchas vivencias, ancladas en las escarpadas y neblinosas montañas próximas. Sin embargo -como escribíamos en este mismo periódico hace un bienio-, en las faldas del Mazuco sigue erigido un monolito en memoria de cuatro pilotos alemanes de la Legión Cóndor, la misma a la que Matarranz combatió y sembró de muerte las ciudades de España y Europa. Por ley, y por delicadeza también hacia Felipe, ¿no sería hora ya de que los ojos del anciano luchador, al levantar la mirada hacia el encumbrado territorio de su lucha por la libertad, no se toparan más con ese homenaje al nazismo? Hasta este mismo año no se retiró del cementerio de La Almudena una placa que homenajeaba, en la misma capital del Estado, a idénticos protagonistas de tanta barbarie.
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