dimecres, 19 de desembre del 2012

Los pegolinos exiliados en México


http://www.levante-emv.com/comarcas/2012/12/16/los-pegolinos-exiliados-en-mexico-pegolinos-exiliados-mexico/960097.html

El destierro obligó a Augusto Pérez a reinventarse: en España fue abogado y al otro lado del Atlántico se dedicó al teatro y el cine y trabajó con Luis Buñuel

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Fernando Monzó junto a su mujer y su primer hijo.
Fernando Monzó junto a su mujer y su primer hijo.   arxiu municipal de pego
A. PADILLA PEGO ­
«México, has abierto tus puertas y tus manos al errante, al herido, al desterrado, al héroe». El verso es de Pablo Neruda y lo cita el archivero de Pego, Joan Miquel Almela. Es un homenaje a los republicanos que tuvieron que huir de la represión y la muerte. El castigo de la dictadura de Franco fue durísimo. Un dato: la cárcel del partido judicial de Pego se abrió el 19 de abril de 1939 y, en cinco años, 623 personas estuvieron allí presas por el delito de «auxilio a la rebelión».
Almela ha recuperado la historia de los pegolinos exiliados en México. En realidad, la historia de uno de ellos, la de Augusto Benedico, es de sobra conocida en el mundo del teatro, el cine y la televisión. Vino al mundo en 1909 en Pego, donde su padre estaba destinado como juez. Cuatro años después, trasladaron a su padre a Canarias. Y el pequeño Augusto dejó atrás el pueblo que le vio nacer. Abogado de profesión, este exiliado tuvo que reinventarse en México hasta el punto de cambiar su apellido (Pérez) por el más sonoro de Benedico. Fue una figura clave en el teatro y trabajó en más de 50 películas, entre ellas Los ambiciosos y El ángel exterminador, ambas de Luis Buñuel.
Fernando Monzó Quilis también rehizo por completo su vida en México, pero de forma más modesta. Llegó a Pego cuando era un niño pues destinaron a este pueblo a su padre, que era teniente de la Guardia Civil. Con 21 años ya militaba en el PSOE y la UGT de Pego y fue presidente de la agrupación socialista local hasta que se marchó a Alicante para proseguir su carrera política y progresar en la judicatura. En 1937, fue nombrado magistrado de la Audiencia de Alicante, presidente del Tribunal Popular y juez especial de espionaje, derrotismo y alta traición. Diversos testimonios lo describen como un juez clemente y justo. En el exilio mexicano, «Fernando Monzó probó con mil trabajos hasta convertirse en representante de joyas; finalmente, pudo montar su propio taller en la capital mexicana. Sin haber podido volver a Pego, murió en 1962», indica Almela.
Fernando Monzó y Augusto Benedico tienen más en común que su origen pegolino y su destierro mexicano. Ambos estudiaron derecho y ejercieron de abogados. Monzó se licenció en Valencia con un expediente brillante. Benedico estudió la carrera en Barcelona. En la guerra civil, este último fue presidente del tribunal y capitán jurídico del ejercito republicano del Ebro.
Augusto Pérez y su esposa María embarcaron en Francia en el Mexique y cruzaron el océano «en un trayecto que duraba más de 18 días». «En aquellos barcos se exiliaron intelectuales y artistas, pero, sobre todo, obreros y trabajadores agrícolas, que representaban el 50 % de los refugiados», recuerda el archivero de Pego.
Mientras, la huida de Fernando Monzó fue más dramática. Esperó en el puerto de Alicante a su padre, el teniente de la Guardia Civil leal a la República, que acompañaba al alcalde socialista de Pego Aquilino Barrachina. No llegaron. Otros exiliados empujaron a Fernando dentro del Martime poco antes de que zarpara. Su padre se salvó, por su avanzada edad, de morir fusilado (Barrachina sí fue ejecutado), pero fue procesado e inhabilitado por 5 años.
Fernando Monzó dejó en Pego a su mujer María Alcina Morell y a su hijo Fernando. El exilio lo llevó a Orán y luego al sur de Francia. En noviembre de 1941 embarcó en el vapor Quanza con destino a México. Su esposa no tenía dinero para pagar el pasaje. Acudió a una benefactora de Silla, Isolina Rius, que ayudaba económicamente a los refugiados. Pudo embarcarse en el Marqués de Comillas, en Santander. Tras una escala en Cuba de un par de meses, llegó a México. En el exilio nació el segundo hijo del matrimonio, Alejandro.
Los primeros años de exilio también fueron muy duros para Augusto Pérez, quien trabajó en una empresa farmacéutica mientras que su mujer lo hacía en un salón de estética. Sacaban adelante a sus dos hijos, Rafael y Alejandro. Augusto era asiduo de las tertulias de los intelectuales republicanos. Allí trabó amistad con Luis Buñuel, el dramaturgo Rivas Cherif, el director Luis Alcoriza o el guionista Julio Alejandro.
El oficio de las tablas le llegó de rebote. Rivas Cherif no encontraba el perfil de actor que buscaba para la obra Esquina peligrosa, de Pristley. La anécdota es conocida y la recuerda Joan Miquel Almela. El dramaturgo «se encaró a Augusto y le dijo: "Lástima que éste no sea actor; tiene el tipo ideal para este papel"». Fue su primer personaje. Hizo mucho teatro y cine y saltó a la fama con su Alberto Salvatierra de la teleserie Los ricos también lloran. Murió en México D. F. el 19 de enero de 1992.
El sueño frustrado de cultivar arroz bomba
Carlos Sala Franqueza, a quien en Pego se le conocía por el «malnom» de Setllengües, no llegó a ver cumplido su sueño de plantar arroz bomba en México. Un bombardeo nazi acabó con su vida en París. En 1939, cuando tenía 48 años y estaba refugiado en Champs du Bigné, envió una carta al embajador de México en la que le trasladaba «esa ilusión que he forjado» de cultivar el arroz de Pego en tierras aztecas. Ya había encargado a uno de sus hijos que comprara 250 gramos de tres variedades distintas de arroz. Joan Miquel Almela explica que, cuando cruzó los Pirineos, este pegolino dejó a su mujer Patrocinio Pastor en Barcelona y a sus dos hijos, Carlos y Teresa, en Pego. Nunca se pudo recuperar su cuerpo tras el bombardeo. En su pueblo se le conocía como Setllengües porque chapurreaba inglés, francés e italiano. Su familia fundó uno de los primeros almacenes de naranja de Pego, que se llamaba de los «Besó». Él creó una sociedad, que no funcionó, para comercializar la patente del arado «Practik». Se marchó a Barcelona y se hizo sindicalista. Durante la guerra civil fue comisario político, pero no está claro si del partido comunista o del socialista.