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13/12/2012 - Xosé Manuel Pereira Fernández
Coincidiendo con el aniversario de la aprobación de la Constitución española, una asociación pontevedresa ha solicitado al Ayuntamiento la retirada de los símbolos franquistas existentes en Pontevedra. A pesar de separarnos un abismo en múltiples terrenos, la propuesta merece el apoyo y aplauso más incondicional y ambos los tiene por mi parte. Aun siendo muchas más, como muestra de la divergencia podríamos citar como frente a su reduccionismo insolidario, propio de todo nacionalismo, se alza mi concepto internacionalista de la vida. Una insondable separación también nos distancia en la lengua, dada su consideración de la minoría de edad de Galicia para poseer una lengua propia. Salvando las diferencias, se trata de una minoría de edad en la lengua similar a la mostrada por el PP con el folclore gallego. Pienso no equivocarme si señalo la existencia en la asociación citada de algún miembro que supera –y va más allá- a los filólogos burócratas valedores de la imposición de una lengua extraña a Galicia y a los gallegos: el galegués. La evolución de una lengua es un derecho inalienable de cada pueblo, y si los garantes del gallego –campesinos, gente del mar, trabajadores, clases bajas junto con loables casos de miembros de la elite…- han decidido una determinada evolución, son soberanos y no necesitan de salvadores de la lengua. Como queda dicho, un abismo nos separa en tantas cosas, pero nos une la propuesta. Sin embargo, los proponentes parecen ignorar la parte magra, la enjundia del asunto. A Pontevedra le cabe el triste honor de ser la única gran ciudad de Galicia que todos los años rinde homenaje a una estética generada por los vencedores de la Guerra Civil. Con la llegada de la primavera, los munícipes que lo consideran oportuno brindan por la buena salud de una estética creada en 1940 por la Corporación Municipal salida del fin de la Guerra Civil. Una estética radicalmente diferente de aquella otra que recorrió las calles pontevedresas durante siglos. Efeméride secular generadora de una voluminosa masa documental, la cual obra en manos de los tres partidos políticos con representación en el Ayuntamiento de Pontevedra. Por esa razón, no pueden aducir ignoracia y quien libremente rinde pleitesía a la estética fascista lo hace a ciencia y en conciencia. En el seno de la sociedad pontevedresa existen unas peculiares disfunciones. Organizaciones vecinales botafumeiros del poder y no baluartes de los intereses de los vecinos, ecologistas teorizadores de ecocidios buenos y malos en función de la orientación política del ecocida… Con semejantes mimbres y antecedentes no se debería caer en una nueva disfunción y considerar la existencia de fascismos buenos o malos. Las consecuencias del fascismo son bien conocidas y España tiene buena constancia de ellas. Por encima de divergencias, la desaparición de la simbología franquista aún existente debe unir a los ciudadanos. Pero la eliminación debe afectar a todos los símbolos, no sólo a algunos dejando pervivir otros por intereses nada diáfanos.
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