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domingo, 22 de febrero de 2015
Los franquistas al servicio de la oligarquía provocaron un conflicto bélico con cientos de miles de muertos y causaron una terrible represión. Estudiosos propios y ajenos vienen a coincidir en que la cifra de asesinados por los golpistas traidores armados y por el ilegal aparato gubernamental que los sublevados constituyeron fue de entre 150 y 250.000, aunque muchos apuntan que podrían ser en torno a 197.000, y eso sin tener en cuenta los muertos en acciones bélicas durante la contienda. Cunetas, baldíos y descampados de nuestro país están llenos de fosas ignotas repletas de cadáveres de republicanos no beligerantes y de plomo franquista que permanecerán por los siglos de los siglos sin exhumar. Pero historiadores y memorialistas comprometidos suelen no dedicar demasiadas líneas a cifrar ni a cuantificar la magnitud de los muertos --aparentemente de muerte natural-- en campos y prisiones.
Podría algún desalmado purista justificar que el fallecimiento oficialmente natural de cientos o miles de presos era comprensible, pero no debiera ser así porque el propio desarrollo vegetativo de la lucha y su resolución no debiera haber causado tamaña mortandad si no hubiera estado afectada por el deliberado propósito exterminador de la represión posterior. Entre 1938 y 1946, el volumen de prisioneros republicanos fue numerosísimo, con mínimos de 300.000 en 1938 y picos máximos de más de medio millón en 1939 y 1940. Cientos de miles de ellos fueron clasificados en los campos como"desafectos sin o con responsabilidad" o directamente como "criminales", reenviados a sus lugares de origen, juzgados en sus destinos y condenados a desmesuradas penas de prisión. Cientos de miles de ellos. Identificados como peligrosos, recalcitrantes, enemigos de la nueva España, culpables de tan terribles delitos como ser sindicalistas, militar en algún partido, quemar iglesias, mancillar virtudes de mujeres derechistas o colaborar en la fatal persecución de gentes de orden. Cientos de miles.
No habiendo recursos para sustentar tamaña muchedumbre antiespañola y siendo molestos y problemáticos, en los penales, cárceles y prisiones franquistas se aplicó la hispana versión española de la nazi Solución Final. Eso sí, careciendo del plan orquestado, del gas Ciclón y no disponiendo de duchas exterminadoras, el ilegal Jefe del Estado Franco, sus criminales ministros y las autoridades penitenciarias franquistas determinaron intuitivamente el guión y ejecutar instintivamente la selección natural para finiquitar el gen rojo, ese contra el que no se cansaba de alertar el psiquiatra Mengele español, el Vallejo-Nájera. Había que liquidar espíritus y cuerpos. Y aligerar las arcas. Todos los penales y prisiones practicaron la más descabellada carestía y racionamiento. Y decenas de miles de famélicos prisioneros antifranquistas murieron de hambre, de avitaminosis, de malos tratos, de disentería, de enfermedad, de desnutrición, de ausencia de mínimas condiciones higiénicas, de desatención médica, de frío en invierno, de forzados trabajos bajo un terrible sol del verano, de desprotección, de indiferencia, de abandono... Ni un balazo, pero todos ellos, los muertos de hambre, enfermedad, desatención, frío, falta de higiene, todos, fueron premeditadamente asesinados. Todos ellos. La carga penal de esos incuestionables asesinatos debe sumarse al debe de los criminales franquistas, de los directores de prisiones, ecónomos, funcionarios, guardias armados, curas y párrocos penitenciarios..., los cuales, reconstituída la aparente democracia formal a finales de los años 70, debieran haber sido reos de delitos de lesa Humanidad. Sin embargo, sin excepción, escaparon todos de cualquier responsabilidad ulterior. Solares como el cercano al penal de Valdenoceda, o cementerios improvisados como los de San Cristóbal, Ocaña..., están llenos de tumbas, muchas anónimas o de difícil identificación. Pero a poco que se escarbe en los archivos de las prisiones, allí podremos encontrar la filiación completa, cargos y constancia documental de la afinidad de sus matadores con el régimen asesino. En un extremo del fiel de la balanza, todos los republicanos muertos. En el otro, todos los secuaces de los franquistas, sanos y medrando a la sombra de sus amos.
Valga, pues, esta imagen de Centelles en la que se ve a un grupo de exiliados antifranquistas presos por los franceses en el campo de Bram (Aude, Francia) para que quizás nos podamos hacer una aproximada idea de cómo podían haber sindo las infames condiciones higiénicas en las contemporáneas prisiones franquistas del otro lado de la frontera, mataderos de hombres libres e inocentes.
Fuente: memoriarepressiofranquista.blogspot.com
Podría algún desalmado purista justificar que el fallecimiento oficialmente natural de cientos o miles de presos era comprensible, pero no debiera ser así porque el propio desarrollo vegetativo de la lucha y su resolución no debiera haber causado tamaña mortandad si no hubiera estado afectada por el deliberado propósito exterminador de la represión posterior. Entre 1938 y 1946, el volumen de prisioneros republicanos fue numerosísimo, con mínimos de 300.000 en 1938 y picos máximos de más de medio millón en 1939 y 1940. Cientos de miles de ellos fueron clasificados en los campos como"desafectos sin o con responsabilidad" o directamente como "criminales", reenviados a sus lugares de origen, juzgados en sus destinos y condenados a desmesuradas penas de prisión. Cientos de miles de ellos. Identificados como peligrosos, recalcitrantes, enemigos de la nueva España, culpables de tan terribles delitos como ser sindicalistas, militar en algún partido, quemar iglesias, mancillar virtudes de mujeres derechistas o colaborar en la fatal persecución de gentes de orden. Cientos de miles.
No habiendo recursos para sustentar tamaña muchedumbre antiespañola y siendo molestos y problemáticos, en los penales, cárceles y prisiones franquistas se aplicó la hispana versión española de la nazi Solución Final. Eso sí, careciendo del plan orquestado, del gas Ciclón y no disponiendo de duchas exterminadoras, el ilegal Jefe del Estado Franco, sus criminales ministros y las autoridades penitenciarias franquistas determinaron intuitivamente el guión y ejecutar instintivamente la selección natural para finiquitar el gen rojo, ese contra el que no se cansaba de alertar el psiquiatra Mengele español, el Vallejo-Nájera. Había que liquidar espíritus y cuerpos. Y aligerar las arcas. Todos los penales y prisiones practicaron la más descabellada carestía y racionamiento. Y decenas de miles de famélicos prisioneros antifranquistas murieron de hambre, de avitaminosis, de malos tratos, de disentería, de enfermedad, de desnutrición, de ausencia de mínimas condiciones higiénicas, de desatención médica, de frío en invierno, de forzados trabajos bajo un terrible sol del verano, de desprotección, de indiferencia, de abandono... Ni un balazo, pero todos ellos, los muertos de hambre, enfermedad, desatención, frío, falta de higiene, todos, fueron premeditadamente asesinados. Todos ellos. La carga penal de esos incuestionables asesinatos debe sumarse al debe de los criminales franquistas, de los directores de prisiones, ecónomos, funcionarios, guardias armados, curas y párrocos penitenciarios..., los cuales, reconstituída la aparente democracia formal a finales de los años 70, debieran haber sido reos de delitos de lesa Humanidad. Sin embargo, sin excepción, escaparon todos de cualquier responsabilidad ulterior. Solares como el cercano al penal de Valdenoceda, o cementerios improvisados como los de San Cristóbal, Ocaña..., están llenos de tumbas, muchas anónimas o de difícil identificación. Pero a poco que se escarbe en los archivos de las prisiones, allí podremos encontrar la filiación completa, cargos y constancia documental de la afinidad de sus matadores con el régimen asesino. En un extremo del fiel de la balanza, todos los republicanos muertos. En el otro, todos los secuaces de los franquistas, sanos y medrando a la sombra de sus amos.
Valga, pues, esta imagen de Centelles en la que se ve a un grupo de exiliados antifranquistas presos por los franceses en el campo de Bram (Aude, Francia) para que quizás nos podamos hacer una aproximada idea de cómo podían haber sindo las infames condiciones higiénicas en las contemporáneas prisiones franquistas del otro lado de la frontera, mataderos de hombres libres e inocentes.
Fuente: memoriarepressiofranquista.blogspot.com
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