http://www.elperiodicodearagon.com/noticias/opinion/marcelo-usabiaga_1042775.html
España se queda sin héroes. El inexorable paso del tiempo hace que, en silencio, toda una generación de luchadores por la democracia nos vaya dejando sin el menor reconocimiento de una sociedad que ni siquiera llegó a conocerlos. La falsa democracia que se gestó en la Transición se construyó sobre el olvido del pasado y sobre la creación de mitos que nada tenían que ver con la realidad. Así, por ejemplo, el rey Juan Carlos I, a pesar de sus estrechísimos lazos con la Dictadura y su papel de garante del famoso "atado y bien atado", fue presentado a la opinión pública como artífice de la democratización del país. Pocas palabras, sin embargo, para los miles de presos que durante años, desde dentro de las cárceles, erosionaron al régimen y contribuyeron a crear las condiciones para un cierto cambio.
Uno de esos presos fue Marcelo Usabiaga. Condenado a muerte por el incendio de Irún, se libró de la ejecución por el testimonio de una monja que atestiguó que Usabiaga convalecía,en el momento del incendio, en el hospital del que ella era enfermera. A pesar de ser evidente su inocencia, fue condenado a cadena perpetua. Cumplió veintiún años en las cárceles franquistas, sufriendo terribles torturas por parte, entre otros, del siniestro Melitón Manzanas a quien nuestra sui generis democracia considera, en triste paradoja, víctima del terrorismo. Marcelo, sin embargo, nunca fue considerado víctima del terrorismo franquista. Al parecer, ese terrorismo, que aniquiló a miles de personas una vez acabada la guerra y que torturó a otros miles, no existió.
Si algo me ha sorprendido siempre en esta generación de héroes, en la que también encontramos aManolo Gil, a Sixto Agudo, entre muchos y muchas más, es su extrema modestia. A pesar de haber luchado en la guerra, en la guerrilla, en el maquis francés, haber sufrido cárcel y tortura, su actitud era siempre la de no hablar de sus gestas, como si carecieran de importancia. En estos tiempos de soberbia, en los que hay quienes, sin haber hecho nada todavía, levitan dos metros sobre nuestras cabezas, su modestia se me antoja como una de las mayores virtudes que deben acompañar a alguien que, desde el compromiso con la gente, quiere cambiar las cosas.
EN MARCELO Usabiaga brillaba, además, con un fulgor extremo, otra virtud: una bondad que puede parecer sorprendente en alguien a quien le han robado más de veinte años de su vida por un solo delito: defender sus ideas y la democracia frente a la barbarie fascista. Marcelo era una persona buena, carente de rencor, de mirada limpia. Quizá esa limpidez de su mirada, y el entusiasmo que la acompañaba, estuviera relacionada con la pureza de sus ideales de fraternidad.
Marcelo murió hace unos días, a los 99 años. Parece como si la naturaleza, generosa, le hubiera querido devolver lo que el franquismo le quitó. No es una fórmula decir que hasta el último momento siguió peleando por aquello en lo que creía. El 14 de abril, día de la República, izó la tricolor en Eibar, como venía haciendo en los últimos años. Hace dos años, mientras se descargaba archivos de un ordenador, me decía en su casa de Hernani que se iba a poner a estudiar euskera porque lo hablaba mal.
Tuve el privilegio de ser amigo de Marcelo Usabiaga, de charlar con él, compartir veraneos en el Pirineo aragonés, al que acudió durante casi cuarenta años. La cárcel le había incentivado la pasión por los espacios abiertos, por el diálogo sincero y fraterno. Y no logró borrarle una amplia sonrisa ni hizo mella en su entusiasmo y en su confianza en el ser humano. Se nos ha ido otro héroe, otra persona imprescindible, de esas que, en los momentos de duda o desánimo, nos empujan a seguir para delante. Una pena haberle perdido. Un orgullo haber merecido su amistad.
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