ueves, 30 de julio de 2015
Tierra albariza, blanca, de brillo cegador, reseca, donde se cría el vino de Jerez, la fina sangre del trabajador. Entre sarmientos y vides nace José Dorantes Ortiz en una casa de viña, construcción endeble, suelo de tierra, apenas 4 paredes y un mal techo. Pobre de solemnidad el chavea, como pobre es su familia y desafortunada. Muere la para siempre añorada madre al poco de galopante tisis, infecta tuberculosis, cuando José, ya Pepito, solo tiene 5 años. La familia se rompe entonces. Sin recurso alguno, los dos chicos mayores deben marchar a un Hospicio en Cádiz y de allí a los Salesianos. En el 34 regresa Pepe con el padre y empieza a trabajar en campos, garitos y bodegas. Jerez es entonces una ciudad de 50.000 habitantes, quizás la más rica de Andalucía, seguro que la más desigual. Por ella no ha pasado la ilustración, el liberalismo, la industrialización y el republicanismo. Ismos que llenan portadas de gacetas, discursos, libelos y papeles pero que no logran esconder la inmutable realidad, a pesar de la República: la persistencia en Jerez del antiguo régimen absolutista, la prevalencia de la sociedad estamental en una ciudad encapsulada dentro de una burbuja medieval donde "o se es caballo, o se es Domecq", ciudad que congela clases e inmoviliza el pujante ascensor social que trabaja a destajo en Madrid, Bilbao o Barcelona. Desde hace muchas décadas anarquistas (santa Mano Negra, ora pro nobis) y durante este último lustro republicano, sindicalistas y militantes de izquierda han intentado sin éxito subvertir el viejo orden jerezano. Consiguen logros que se antojan estables, pero que al poco se tornan efimeros. Convenios, Jurados mixtos, acuerdos, pesetas y reales conseguidos a golpe de unión en sonadas huelgas..., todo se trunca un día caluroso de julio del 36.
José Dorantes Ortiz. Foto de Cristóbal Ortega. Fuente: lavozdelsur.es
El 18, viene Pepe de bañarse en el río. Entra en casa. A lo lejos se escuchan leves petardeos. La atronada se acerca y desde el balcón de casa ven los Dorantes las carreras, los soldados y las descargas. Y los heridos. Y los primeros regueros de sangre, presagios del incontenible caudal de muerte que habrán de verter en el mar de la ignominia los matadores fascistas. Porque son ellos los artífices del crimen. Padre e hijo se indignan y tiemblan. El tan pronosticado golpe contra la balbuceante democracia republicana se ha producido y los Dorantes serán algunas de sus víctimas. El tío de Pepe es concejal izquierdista en el Ayuntamiento. Ha de huir a la sierra para salvar la vida, porque de sus 29 compañeros de corporación, 17 son asesinados. José padre es presidente del sindicato de obreros de la tierra. Por su cargo y la ausencia fraterna de la que adivina será culpabilizado, se siente en peligro. Y le dice al chiquillo, que solo tiene 14 años: "Pepito, creo que voy a tener que ir al campo porque están matando a todos mis compañeros y alguna de estas noches vendrán a por mí". Esa noche, mientras Pepito duerme, el vaticinio se convierte en terrible certeza. El padre es secuestrado por los brigadas de la muerte falangista y desaparece para siempre. Pero estremecido por su ausencia, Pepe reconstruye sus últimas horas: "Primero se lo llevaron al cuartel de los falangistas que estaba en la plaza de la Yerba... luego lo pasarían a la casilla, la comisaría... a continuación lo trasladarían al cuartel del Tempul, que le llamaban el cuartel de caballería. Allí le metieron en un pequeño calabozo con otros 20 ó 25. Tenían que estar permanentemente de pie porque no había sitio para tumbarse o sentarse. Respiraban por el hueco de debajo de la puerta o por la mirilla. Sé que hacían un limpiao cada noche. Iban con una lista diciendo los nombres y según lo sacaban del calabozo para meterles en el camión, les pegaban un culatazo que los señalaba. Uno, me comentaron una vez, recibió un culatazo en el ojo y el ojo le saltó. Fue fusilado con el ojo colgando. Pero mi padre no cayó allí. Fue trasladado al Alcázar. Desde allí salió para no volver más. No se ni dónde le mataron ni dónde le enterraron... En las cunetas de la Trocha mataron a muchos. Pero también había un puentecito en el ferrocarril que se llamaba puente del Duque. Era muy estrecho. Allí colocaban a los que iban a fusilar y les ponían la boca de fusil como mucho medio metro. Y disparaban". Y el repúblicano muerto cae abajo, tras el barandal y si aún se agita, es tiroteado nuevamente desde arriba, como en un tenderete de feria. Pronto, bárbaramente segadas ya todas las hierbas locales que los salvajes armados creen malas, la matanza continúa en Jerez con vecinos de otros pueblos y ciudades de la Bahía, la costa, Arcos y la serranía.
José Dorantes Ortiz. Foto de Cristóbal Ortega. Fuente: lavozdelsur.es
Y los cadáveres son ya legión en Jerez, en una ciudad en la que ninguna persona de orden, ningún derechista, propietario, sacerdote o religioso ha sufrido la menor violencia. La contrapartida son entre 400 y 600 muertos republicanos. Muchas, mujeres. La mayoría, hombres. Todos sus nombres desaparecen. Las listas, si existieron, se destruyen. Los republicanos son asesinados en el muro de la plaza de Toros, en el cementerio de Santo Domingo, en la carretera de Trebujena, en el Alcázar. Sus cuerpos son apilados como leña muerta en cajas de camiones descubiertos por soldados de caballería y artillería, transportados a lugares ignotos y enterrados en secreto. Nadie saben dónde están sus restos. Lo narra así José, 80 años después: "Recogían los cadáveres con camiones del cuartel de caballería. Los soldados lavaban la sangre con una manguera y luego se hacía cargo la Cruz Roja, que se lo llevaba al cementerio pero nunca se ha sabido nada. Tendría que haber un registro de los que entraban, pero no, nada de nada. Y esto es un hecho. No se sabe qué ocurrió con los muertos de Jerez, pero esos muertos existieron". Y nunca aparecieron, pero en Jerez, en toda España no se podía preguntar, no se podía cuestionar, no era posible disentir: "Íbamos al cine. En el descanso había que levantarse y poner el brazo en alto. Ahí me veías a mí. En los bares no se hablaba. Recuerdo unos que llegaron al bar León que estaba donde hoy está el Santander. Decían que venían de la División Azul y el camarero les soltó que "qué puñetas se les había perdido en Rusia". Hubo un pequeño altercado y esta gente de la División Azul se fueron a comisaría. Al camarero pasó lo menos siete meses en prisión... No, no, había que estar callado y yo aprendí a callarme".
Y José, Pepe Dorantes lo aprendió bien y rápido. Decidió no convertirse en un petimetre en eterna cuchipanda y asumió deliberadamente el ejemplo de su padre, el compromiso con su mundo. El ideario tan duramente aquilatado durante años y décadas convirtió su actitud en digna, su ejecutoria en honesta y su resistencia en honorable y jamás humillada. Desde los 60 se afanó en la lucha, que protagonizó en los 70 como capataz de capataces de bodega y que comenzó a dirigir desde 1977, con su militancia siempre franca y abierta. Hoy, José tiene 93 años. Se irrita a veces porque la memoria le falla, pero tiene muy presente la propia lucha de tantos años contra la Injusticia de la burguesía local, desde su papel de presidente durante una década de la agrupación local de los socialistas jerezanos. En 2014, en 2015, Pepe lo es ya de Honor y recibe homenajes, parabienes y celebraciones que festejan su veteranía y su histórico compromiso. Pasea por su ciudad, observa y se pasma ante faraónicas zonas comeriales; glorietas nominadas en advocación al fundador del Opus --combatiente fascista--; iglesias restauradas con cargo al erario público; monumentos a Hermandades y santos; dispensas de IBIs a propiedades eclesiales en aplicación de normas estatales; perpetua genuflexión de los poderes públicos y las voluntades particulares siervas ante la plutocracia local; una ciudad muda, humillada y amedrentada por la miseria y el paro, el mayor de Europa; el silencio cómodo de una población callada y tributaria de la misma burguesía heredera de la que dio muerte a sus más destacados hombres y mujeres de izquierda... La perplejidad ronda a Dorantes, la estupefacción le desarma y adivina que tras cada artificio modernista, tras cada calle peatonal plagada de comercios y licencias, tras cada nuevo desarrollo urbanístico, tras cada ensanche y cada pgou sigue latiendo el corazón del antiguo régimen absolutista y sigue prevaleciendo aquella sociedad estamental encapsulada en una secreta burbuja medieval, la de Jerez
José Dorantes Ortiz. Fuente: mirajerez.com
Y es entonces cuando José Dorantes recuerda a su padre, a su tío, a los 500 ó 600 camaradas que cayeron vilmente asesinados y a los miles que fueron represaliados sólo por querer cambiar, solo por soñar con un Jerez más justo.
Muchos de datos y todo el entrecomillado que han servido para construir esta entrada proceden de la extraordinaria entrevista que el experto Pedro Ingelmo le hizo a Pepe Dorantes, publicada por "Diario de Jerez" el 21 de mayo de 2006. Absurdo es que materiales como éste (reportajes, monográficos, especiales, etc) no puedan consultarse en las hemerotecas digitales de estos medios, más proclives a almacenar sólo noticias. Otra buena parte del espíritu y la letra de la entrada procede de http://memoriahistoricadejerez.blogspot.com.es, insustituible sitio web administrado por Cristóbal Orellana González, maestro archivero, la voz que clama en el desierto jerezano. Algunos otros datos proceden de entrevistas a Dorantes en mirajerez.com, diariodejerez.es y lavozdelsur.es. Todos ellos han puesto la letra. Cristóbal, las imágenes. Y yo, la música.
José Dorantes Ortiz. Foto de Cristóbal Ortega. Fuente: lavozdelsur.es
El 18, viene Pepe de bañarse en el río. Entra en casa. A lo lejos se escuchan leves petardeos. La atronada se acerca y desde el balcón de casa ven los Dorantes las carreras, los soldados y las descargas. Y los heridos. Y los primeros regueros de sangre, presagios del incontenible caudal de muerte que habrán de verter en el mar de la ignominia los matadores fascistas. Porque son ellos los artífices del crimen. Padre e hijo se indignan y tiemblan. El tan pronosticado golpe contra la balbuceante democracia republicana se ha producido y los Dorantes serán algunas de sus víctimas. El tío de Pepe es concejal izquierdista en el Ayuntamiento. Ha de huir a la sierra para salvar la vida, porque de sus 29 compañeros de corporación, 17 son asesinados. José padre es presidente del sindicato de obreros de la tierra. Por su cargo y la ausencia fraterna de la que adivina será culpabilizado, se siente en peligro. Y le dice al chiquillo, que solo tiene 14 años: "Pepito, creo que voy a tener que ir al campo porque están matando a todos mis compañeros y alguna de estas noches vendrán a por mí". Esa noche, mientras Pepito duerme, el vaticinio se convierte en terrible certeza. El padre es secuestrado por los brigadas de la muerte falangista y desaparece para siempre. Pero estremecido por su ausencia, Pepe reconstruye sus últimas horas: "Primero se lo llevaron al cuartel de los falangistas que estaba en la plaza de la Yerba... luego lo pasarían a la casilla, la comisaría... a continuación lo trasladarían al cuartel del Tempul, que le llamaban el cuartel de caballería. Allí le metieron en un pequeño calabozo con otros 20 ó 25. Tenían que estar permanentemente de pie porque no había sitio para tumbarse o sentarse. Respiraban por el hueco de debajo de la puerta o por la mirilla. Sé que hacían un limpiao cada noche. Iban con una lista diciendo los nombres y según lo sacaban del calabozo para meterles en el camión, les pegaban un culatazo que los señalaba. Uno, me comentaron una vez, recibió un culatazo en el ojo y el ojo le saltó. Fue fusilado con el ojo colgando. Pero mi padre no cayó allí. Fue trasladado al Alcázar. Desde allí salió para no volver más. No se ni dónde le mataron ni dónde le enterraron... En las cunetas de la Trocha mataron a muchos. Pero también había un puentecito en el ferrocarril que se llamaba puente del Duque. Era muy estrecho. Allí colocaban a los que iban a fusilar y les ponían la boca de fusil como mucho medio metro. Y disparaban". Y el repúblicano muerto cae abajo, tras el barandal y si aún se agita, es tiroteado nuevamente desde arriba, como en un tenderete de feria. Pronto, bárbaramente segadas ya todas las hierbas locales que los salvajes armados creen malas, la matanza continúa en Jerez con vecinos de otros pueblos y ciudades de la Bahía, la costa, Arcos y la serranía.
José Dorantes Ortiz. Foto de Cristóbal Ortega. Fuente: lavozdelsur.es
Y los cadáveres son ya legión en Jerez, en una ciudad en la que ninguna persona de orden, ningún derechista, propietario, sacerdote o religioso ha sufrido la menor violencia. La contrapartida son entre 400 y 600 muertos republicanos. Muchas, mujeres. La mayoría, hombres. Todos sus nombres desaparecen. Las listas, si existieron, se destruyen. Los republicanos son asesinados en el muro de la plaza de Toros, en el cementerio de Santo Domingo, en la carretera de Trebujena, en el Alcázar. Sus cuerpos son apilados como leña muerta en cajas de camiones descubiertos por soldados de caballería y artillería, transportados a lugares ignotos y enterrados en secreto. Nadie saben dónde están sus restos. Lo narra así José, 80 años después: "Recogían los cadáveres con camiones del cuartel de caballería. Los soldados lavaban la sangre con una manguera y luego se hacía cargo la Cruz Roja, que se lo llevaba al cementerio pero nunca se ha sabido nada. Tendría que haber un registro de los que entraban, pero no, nada de nada. Y esto es un hecho. No se sabe qué ocurrió con los muertos de Jerez, pero esos muertos existieron". Y nunca aparecieron, pero en Jerez, en toda España no se podía preguntar, no se podía cuestionar, no era posible disentir: "Íbamos al cine. En el descanso había que levantarse y poner el brazo en alto. Ahí me veías a mí. En los bares no se hablaba. Recuerdo unos que llegaron al bar León que estaba donde hoy está el Santander. Decían que venían de la División Azul y el camarero les soltó que "qué puñetas se les había perdido en Rusia". Hubo un pequeño altercado y esta gente de la División Azul se fueron a comisaría. Al camarero pasó lo menos siete meses en prisión... No, no, había que estar callado y yo aprendí a callarme".
Y José, Pepe Dorantes lo aprendió bien y rápido. Decidió no convertirse en un petimetre en eterna cuchipanda y asumió deliberadamente el ejemplo de su padre, el compromiso con su mundo. El ideario tan duramente aquilatado durante años y décadas convirtió su actitud en digna, su ejecutoria en honesta y su resistencia en honorable y jamás humillada. Desde los 60 se afanó en la lucha, que protagonizó en los 70 como capataz de capataces de bodega y que comenzó a dirigir desde 1977, con su militancia siempre franca y abierta. Hoy, José tiene 93 años. Se irrita a veces porque la memoria le falla, pero tiene muy presente la propia lucha de tantos años contra la Injusticia de la burguesía local, desde su papel de presidente durante una década de la agrupación local de los socialistas jerezanos. En 2014, en 2015, Pepe lo es ya de Honor y recibe homenajes, parabienes y celebraciones que festejan su veteranía y su histórico compromiso. Pasea por su ciudad, observa y se pasma ante faraónicas zonas comeriales; glorietas nominadas en advocación al fundador del Opus --combatiente fascista--; iglesias restauradas con cargo al erario público; monumentos a Hermandades y santos; dispensas de IBIs a propiedades eclesiales en aplicación de normas estatales; perpetua genuflexión de los poderes públicos y las voluntades particulares siervas ante la plutocracia local; una ciudad muda, humillada y amedrentada por la miseria y el paro, el mayor de Europa; el silencio cómodo de una población callada y tributaria de la misma burguesía heredera de la que dio muerte a sus más destacados hombres y mujeres de izquierda... La perplejidad ronda a Dorantes, la estupefacción le desarma y adivina que tras cada artificio modernista, tras cada calle peatonal plagada de comercios y licencias, tras cada nuevo desarrollo urbanístico, tras cada ensanche y cada pgou sigue latiendo el corazón del antiguo régimen absolutista y sigue prevaleciendo aquella sociedad estamental encapsulada en una secreta burbuja medieval, la de Jerez
José Dorantes Ortiz. Fuente: mirajerez.com
Y es entonces cuando José Dorantes recuerda a su padre, a su tío, a los 500 ó 600 camaradas que cayeron vilmente asesinados y a los miles que fueron represaliados sólo por querer cambiar, solo por soñar con un Jerez más justo.
Muchos de datos y todo el entrecomillado que han servido para construir esta entrada proceden de la extraordinaria entrevista que el experto Pedro Ingelmo le hizo a Pepe Dorantes, publicada por "Diario de Jerez" el 21 de mayo de 2006. Absurdo es que materiales como éste (reportajes, monográficos, especiales, etc) no puedan consultarse en las hemerotecas digitales de estos medios, más proclives a almacenar sólo noticias. Otra buena parte del espíritu y la letra de la entrada procede de http://memoriahistoricadejerez.blogspot.com.es, insustituible sitio web administrado por Cristóbal Orellana González, maestro archivero, la voz que clama en el desierto jerezano. Algunos otros datos proceden de entrevistas a Dorantes en mirajerez.com, diariodejerez.es y lavozdelsur.es. Todos ellos han puesto la letra. Cristóbal, las imágenes. Y yo, la música.
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