dilluns, 24 d’abril del 2017

En los últimos meses se han publicado varios libros que la derecha ha recibido con gran alborozo porque legitiman ideas y valores conservadores.

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sábado, 22 de abril de 2017


Ofensiva por el flanco derecho

Así de bonita fue la conquista de América

En los últimos meses se han publicado varios libros que la derecha ha recibido con gran alborozo, porque legitiman ideas y valores conservadores. Aquí van tres microrreseñas:

El Gran Nivelador (The Great Leveller): Walter Scheidel, un reconocido historiador de laUniversidad de Stanford, afirma que la desigualdad es inherente al ser humano, al menos durante los últimos miles de años. Y que siempre que ha habido nivelación socioeconómica ha sido gracias a desastres y crímenes atroces. No es que Scheidel sea un gran defensor de la desigualdad, ojo: él simplemente documenta lo que hay (o lo que él cree que hay). Moraleja: Otro mundo no es posible. Toca vivir esclavos y además morir de rodillas. O eso o pandemias, guerras mundiales y genocidios. Los sectores más conservadores de Estados Unidos lo han aplaudido fervientemente. Best-seller en Norteamérica.

Imperio y leyenda negra de María Elvira Roca es una apología del imperio español. Un libro tan carente de originalidad como plagado de errores factuales. Pero sirve para que nos volvamos a sentir orgullosos de ser españoles y de haber conquistado la mitad del mundo. La desaparición de las poblaciones indígenas en el Caribe, los trabajos forzados, los reasentamientos masivos, el saqueo de las riquezas americanas, las conversiones forzosas, la esclavitud de cientos de miles de africanos: daños colaterales muy exagerados por los extranjeros que nos tienen manía y que eran peores que nosotros. Un argumento de extraordinaria pereza intelectual ("y tú más") que recuerda a las manifas pro-Franco cuando la comunidad internacional criticaba las barbaridades del régimen: "Contra la injerencia extranjera". Cuatro ediciones en el momento de escribir esta nota. Éxito editorial.

1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular de Álvarez Tardío y Roberto Villa es un minucioso estudio de las actas electorales de febrero de 1936. Nada que objetar. El planteamiento del estudio, sin embargo, carece de originalidad y el método de análisis es tan tendencioso como el título del libro. Santos Juliá ha demostrado que los cálculos fallan por la base, dado que para que salgan los números los autores tienen que contar a la derecha como un bloque electoral, cosa que ni fue ni pudo haber sido. En cualquier caso, la conclusión implícita (o no) es que los primeros golpistas en España fueron los de izquierdas ¿De quién es la culpa de la Guerra Civil por tanto? Exacto. Otro bestseller entre lectores conservadores, necesitados no solo de que los suyos venzan en las guerras, sino de que además tengan razón.

La reacción de la izquierda en España ha sido contudente. Tan solo el libro de las elecciones ha merecido reseñas críticas y no precisamente por afines a Podemos: Santos Juliá y Jorge Reverte

Mientras la versión más retrógrada de la historia triunfa en las librerías, los intelectuales más a la izquierda llegan a la conclusión de que el enemigo a batir es Javier Cercas con su última novela, que ha sido objeto de furibundas recensiones. Cercas hace poco escribió lo siguiente:


"Ese es el mínimo acuerdo sobre el pasado que necesitamos: un acuerdo que condene de forma taxativa el golpe del 18 de julio y el franquismo y que diga taxativamente que ni fueron necesarios ni inevitables, y que el golpe militar y la dictadura constituyeron un error sin paliativos. Por desgracia, la derecha española, o buena parte de la derecha española, todavía no tiene claro el pasado y por tanto carecemos de un acuerdo completo sobre el presente, lo que significa que el pasado sigue sin digerirse, sigue siendo un lastre y un freno, de vez en cuando un arma arrojadiza. Y por eso casi nunca sabemos adónde vamos, ni qué hacer con el futuro."
Es posible que los críticos de Cercas tengan razón en su anális de la novela y sus ambigüedades políticas. Pero me da la impresión de que no se están enterando muy bien de por dónde viene la ofensiva, la que nos puede devolver a la verdad de la dictadura. Libros como el de Álvarez Tardío y Villa nos alejan cada vez más de ese mínimo acuerdo sobre el pasado que necesita nuestra sociedad. Libros como el de Roca sirven para nutrir un chovinismovetusto que es lo que menos necesitamos en un mundo amenazado por nacionalismos excluyentes, aventuras neoimperiales y xenofobia. 

Es contra esta ofensiva, la del flanco derecho, contra la que hay que luchar usando las armas de nuestro oficio académico: la razón, la erudición, la retórica.

Las cuentas galanas de 1936

Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa García certifican el fraude electoral que permitió la victoria del Frente Popular tras años de trabajo sobre las actas.



Un grupo de trabajadores celebra el triunfo del Frente Popular en las elecciones de 1936.Ampliar foto
Un grupo de trabajadores celebra el triunfo del Frente Popular en las elecciones de 1936. EFE






























Con gran fanfarria ha saludado la más rancia derecha la supuesta demolición de un tabú que estaría oculto, como aseguran los autores de tan estupenda hazaña, “por montañas de sombras y mentiras”, a saber, que el Frente Popular ganó por mayoría absoluta las elecciones de febrero de 1936 solo gracias a un “fraude decisivo”. Tras años de trabajo realmente ímprobo sobre las actas de las mesas electorales, Álvarez Tardío y Villa se presentan como debeladores de un fraude cometido en un clima de violencia por el Frente Popular. Su supuesta victoria en las urnas habría servido para otorgar legitimidad a un cambio de Gobierno sostenido exclusivamente en la decisión personal del jefe del Estado: tal es el nudo del argumento desarrollado en este libro.
De manipulación de actas electorales en varios distritos se habló desde los mismos días del proceso electoral, y de fraude ya decidió una comisión de eximios juristas del antiguo régimen, montada por Ramón Serrano Suñer en diciembre de 1938, en su dictamen sobre “la ilegitimidad de los poderes actuantes el 18 de julio de 1936”. Y al fraude dedicó Javier Tusell un capítulo de su estudio sobre estas elecciones, pionero en el género; o sea, que de tabú nada, sino más bien lugar común; como tampoco era tabú el recuento y análisis de actos de violencia política y policial que acompañó todo el proceso y continuó en las semanas siguientes, objeto de recientes y excelentes estudios de Rafael Cruz o Eduardo González Calleja.

Todo en el libro es conocido salvo el carácter decisivo de la manipulación de actas en media docena de distritos

Todo, pues, conocido y trabajado si se exceptúa el carácter decisivo —­en el sentido de inclinar la mayoría absoluta a una de las dos supuestas coaliciones en disputa— de la manipulación de actas que tuvo lugar en media docena de distritos electorales. Y es lástima que para demostrar dónde y cuándo se produjo esa decisiva influencia, Álvarez Tardío y Villa no hayan sentido la necesidad de argumentar sobre cuál de las diversas candidaturas lideradas por la CEDA habría dejado sentir sus efectos ese fraude hasta convertir a una de ellas en mayoritaria. Lástima porque, tras su original indagación en las actas, han optado por la más engañosa vía posible: agregar los resultados de todas las candidaturas en las que figuraba la CEDA como si se tratara de un frente o coalición, un bloque, una concentración de partidos, términos reiterados una y otra vez para identificar la inexistente candidatura de lo que llaman coalición antirrevolucionaria.
No fue así y, especialistas como son en el estudio de elecciones, lo saben de sobra. Cierto, en la izquierda no quedó nadie, desde comunistas hasta republicanos de centro, sin integrarse en el Frente Popular. Pero los candidatos aquí identificados como constituyendo un bloque, un frente, una coalición o una concentración antirrevolucionaria estaban muy lejos de haber alcanzado un acuerdo, ni firmado un programa o un manifiesto, que les permitiera presentarse como formando parte de una candidatura única de la que habría de salir un Gobierno. Más bien ocurrió lo contrario, y el mismo Gil Robles se encargó de aclararlo cuando proclamó en el Monumental Cinema de Madrid que los compromisos de la CEDA con “el partido o la fuerza que sea… no vivirán ni un día más allá del compromiso electoral”.


Al haber agregado datos electorales —al haber mezclado churras con merinas, por decirlo coloquialmente— dando por existente un bloque de derechas enfrentado a un frente de izquierdas, distanciados solo por unos miles de votos, los autores argumentan que, al producirse tachaduras y correcciones de actas en media docena de distritos, la mayoría absoluta que debía haber ido al bloque de derechas fue para el de izquierdas. Pero esto no pasa de ser una lucubración que dice poco en favor de su pretendida neutralidad valorativa, porque no ya 300 diputados, como gritaban los jóvenes católicos fascistizados, ni siquiera 200 habría alcanzado ninguna de las coaliciones lideradas por la CEDA. A no ser, claro está, que se sumen centristas, radicales, conservadores, liberaldemócratas, agrarios, alfonsinos, tradicionalistas y tutti quanti como formando parte de una sola candidatura con tal de que en ella hubiera además alguien de la CEDA: una forma muy galana de sacar cuentas.
Y así, con esa galanura, vuelven los autores a echar sobre Alcalá Zamora la culpa de haber “legitimado a posteriori” el triunfo del Frente Popular al encargar antes de tiempo la formación de Gobierno a Manuel Azaña. Ah, si hubiera esperado a la reunión de Cortes… Por supuesto, con contrafactuales se puede argumentar cualquier cosa, pero ante la espantada de Portela y la fuga de Gil Robles, y a la vista de los resultados electorales firmes y hechos públicos por las respectivas juntas hasta la mañana del 19, Alcalá Zamora no tenía más opción que llamar a su Azaña bien odiado. Ante el cantado triunfo del Frente Popular y los rumores y amenazas, también cantadas, de rebelión militar, a nadie encontró dispuesto a hacerse cargo del Gobierno. ¿Qué podía hacer sino implorar a Manuel Azaña que le sacara las castañas de un fuego que él mismo había encendido y atizado?
‘1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular’. Manuel Álvarez Tardío y Roberto Villa. Espasa, 2017. 623 páginas. 23,66 euros.