diumenge, 23 d’abril del 2017

“PARÍS SE CUADRA ANTE BOIX”

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21 de abr. 2017
Artcile d’Icíar Ochoa de Olano sobre l’homenatge i el trasllat de les restes mortals de Francesc Boix, previstos pel 16 de juny a París.

 Documents adjunts:

EL HOMBRE
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Prisionero, reportero y único español testigo en Nüremberg Arriba, dos fichas de identificación de Francesc Boix del año 1941 como prisionero número 5.185 de Mauthausen. A la izquierda, tras la
liberación del campo, con su cámara al cuello y el brazalete de reportero. Sobre estas líneas, durante su decla- ración en Nüremberg. Fue el único español que testificó en los juicios contra la cúpula del Tercer Reich
Que Ernst Kalten- brunner, jefe de la Gestapo y de la ofi- cina central de Se- guridad del Tercer Reich, íntimo cola- borador del ideólogo del Holocaus- to Heinrich Himmler, fuera juzga- do, declarado culpable y ejecutado; que el mundo conociera la apoteo- sis del horror y la barbarie que se escondía tras los muros de los cam- pos de concentración nazis; que de- cenas de deportados españoles lo- graran salir con un hilo de vida de esa macabra red de exterminio. Todo eso se debe a Francesc Boix, un veinteañero barcelonés, fotó- grafo de oficio, que murió en París de forma precoz a causa de las se- cuelas de su paso por el infierno de Mauthausen, hace casi 66 años. El próximo 16 de junio, cuando falten apenas tres semanas para esa efe- méride, sus restos serán exhuma- dos del humilde cementerio de Thiais en el que reposa, en los arra- bales de la megalópolis francesa, para descansar junto a los grandes en el emblemático camposanto Père-Lachaise. No hay mayor ho- nor que la ciudad de la Torre Eiffel pueda conceder a un difunto.
«Es muy positivo que su tumba
se dignifique y que su memoria se difunda como se merece. La suya y también la de los más de 9.000 de- portados republicanos, un colecti- vo que ha pasado desapercibido por las circunstancias y las contradic- ciones con las que se han abordado los temas de memoria en nuestro país», reivindica a este periódico Juan Manuel Calvo, historiador y miembro de la junta de Amical de Mauthausen. Esta asociación, fun- dada en 1962 en Barcelona, en la clandestinidad, por víctimas espa- ñolas del nazismo para defender sus derechos morales y materiales, ha colaborado con su homóloga en Francia desde hace un año para trasladar a las autoridades galas la necesidad de procurar a Boix un re- conocimiento de Estado y un se- pulcro entre las celebridades de la capital francesa. La propia alcaldesa de París, Anne Hildago, ha confir- mado su asistencia al homenaje.
«Paco merece eso y más. Desde su posición de cierto privilegio en el campo, ayudaba a cuantos com- pañeros podía. Entre ellos, mi pa- dre, al que logró colocar en la coci- na, alejándolo del trabajo pavoroso de la cantera. Eso, sin duda, le per- mitió escapar de la muerte», relata desde sus 95 años Ramiro Santiste-
EL REPORTERO
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Pruebas incriminatorias
Esta fotografía de Boix, que recoge una visita de Ernst Kaltenbrunner (izquierda) a Mauthausen junto a Himmler (centro), sirvió como prueba incriminatoria en el Juicio de Nüremberg contra Kalten- brunner y otros jefes nazis.
Los ojos de la tortura
y de los supervivientes
El reportero barcelonés re- trató los cuerpos desnudos y desnutridos de los prisione- ros, el trabajo despiadado en la cantera y, también, a los supervivientes tras su libera- ción, el 5 de mayo de 1945.
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ban, un cántabro de Laredo que so- brevivió a Mauthausen. Allí se co- nocieron.

2.000 imágenes robadas
Boix era un joven alto, delgado, pá- lido, de pelo castaño y ojos claros, extrovertido y desenvuelto. Hijo de un sastre de izquierdas, se dejó contagiar pronto por la afición pa- terna a la fotografía. Con solo 17 años, se marchó de casa para poner su cámara al servicio de las Juven- tudes Socialistas Unificadas (JSU). En algún momento del gran éxodo del 39, a causa del fin de la Guerra Civil, emigró a Francia junto a los vencidos. Allí, como muchos otros, acabaría uniéndose a la Resistencia gala frente al delirio imperialista de Hitler. Capturado por los alema- nes, en mayo de 1940 iniciaría su viaje al horror como deportado a Mauthausen. Lo haría junto a otros 9.000 españoles exiliados en Fran- cia y entregados después por Fran- co a los verdugos germanos.
Su manejo de la cámara y su ru- dimentario chapurreo del idioma del Fürher le hicieron útil en aquel tétrico lugar; primero, como intér- prete a las órdenes de los nazis, y después, como fotógrafo en el ser- vicio de identificación y documen-
tación del campo, junto a otros dos compatriotas. Los tres se dedicaron a retratar a los prisioneros y a los SS; a fotografíar muertos y suici- dios; a recoger las visitas de la élite nazi –algo que resultaría esencial para la acusación en los juicios de Nüremberg– y también a docu- mentar el brutal aniquilamiento de los reos mediante el trabajo obligatorio llevado al límite de la resistencia humana. Ellos fueron quienes construyeron la carretera general y parte de su propia pri- sión. Muchos, a costa de transpor- tar piedras de más de cuarenta ki- los sobre sus espaldas. Dos de cada tres españoles dejaron su vida allí.
Boix nunca se acostumbró a su obediente ocupación como notario del espanto, pero aquella actividad le permitió una relación cercana con los SS que usó para recomen-
«Su memoria merece difundirse y también la de los 9.000 deportados republicanos»
dar un mejor trato a sus compañe- ros y aliviar así sus penosas condi- ciones de vida. El 22 de junio de 1941, con el alba, los alemanes con- centraron en un patio a los prisio- neros. Desnudos. Permanecieron así, sin comer ni beber, hasta bien entrada la noche. En aquellas in- dignas condiciones, los españoles alumbraron el Partido Comunista en la resistencia. El objetivo, salvar al mayor número de camaradas. Hasta ellos acudió Boix para propo- nerles la operación secreta que lle- vaba tiempo tramando: esconder clichés para denunciar el genocidio en caso de que consiguieran esqui- var los hornos crematorios.
Él mismo se ocupó de perpetrar los robos. Cogía tiras de negativos del archivo y las dejaba caer en algún punto del
campo para que alguien las recogiera y llevara a la lavandería de desinfección, un área menos controlada por los ale-
manes. Otro preso se hacía cargo de ellas y las escondía en la carpintería, donde permanecían hasta que un grupo de ado-
lescentes, hijos de republicanos a los que los na
zis dejaban salir a trabajar en la pe- drera de un pueblo cercano al no considerarlos políticamente peli- grosos, ponía el delicado material a salvo. Una vecina de la zona se en- cargaba finalmente de ocultarlo tras la piedra de un murete del jar- dín de su casa.
Liberado Mauthausen el 5 de mayo de 1945, Boix recuperó los clichés de 2.000 espeluznantes imágenes y logró que algunas salie- ran a la luz. Un año después, las au- toridades francesas le reclamaron como testigo para declarar contra la cúpula dirigente del Tercer Reich. En Nüremberg se presenta- ron sus fotografías como pruebas determinantes para sostener las acusaciones. Boix afianzó su pres-
tigio y trabajó para varias revistas y diarios, y viajó a Praga, Algeria, Budapest o Grecia hasta que, el 4 de julio de 1951, con sólo 30 años, una patología renal secuela de Mauthausen le llevó a un modesto cam- posanto de los suburbios de París. Sería su penúlti- mo viaje. Casi 66 años des- pués, Francia se cuadra ante el heroico reportero español.