El Español reconstruye la batalla de Teruel, de la que se cumple el 80 aniversario. Esta contienda, elevada a mito por los corresponsales extranjeros, supuso el fin de la caballería, una forma milenaria de hacer la guerra. Bajo temperaturas extremas cercanas a los -30º, la toma de Teruel se cifró en 54.000 bajas republicanas y 43.800 franquistas. En ella perdió la vida el célebre aviador Carlos Haya.
-Teruel, 22 de febrero de 1938.
Se oye un clamor sordo en Teruel, un clamor de jota del Bajo Aragón silenciado por la verdad de la Historia y la miseria. A 915 metros de altitud el cielo se abre entre nubes rojizas, el cierzo sopla y calma la nieve que en estas latitudes se presenta mucho antes de 'Los Santos', allá por octubre. Se oye en silencio ese clamor, ese cantar omitido que se ha pegado en hipotálamo de los turolenses con música de guitarra ronca: "En el cielo manda Dios,/en la tierra los gitanos./ Y en la ciudad de Teruel/ los cañones de Atilano".
En el Teruel "reconquistado" por Franco hoy manda el frío, como siempre. El frío sigue como un enemigo más, sin distinción de chapiris legionarios de vivos o de estrellas rojas de muertos. El frío y el silencio habitan en Teruel. Estamos a 22 de febrero del 38, y entre escombros de varios metros de altura, entre vísceras y muertos que no huelen por la perenne congelación, un cartel se atisba en una balconada a medio caer que da a la plaza del Torico. Su caligrafía es victoriosa pero infantil: "Teruel, más Aragón que nunca, por España".
Frente al edificio del Casino arrecia el viento y el empedrado roto es un crisol de muerte. Hay tripas humanas junto a las tripas de un coche de la empresa "Automóvil Albarracín. S.A" que ya, suponemos, no irá a ninguna parte.
Teruel se asienta entre seis cotas, no siete como Roma o como Lisboa, seis cotas que han dado para que los corresponsales foráneos aprendieran los horrores de la Guerra: el Alto de Celadas, el de Muletón y Sierra Gorda en dirección Noroeste; los Mansuetos (el alto y el bajo) si se mira al Este, y la mítica Muela de Teruel al Oeste. Estas colinas en medio de la paramera han vivido durante dos meses y ocho días de los resabios de la Guerra antigua -la que va a pezuña de caballo-, más eso que ochenta años después se conocerá como "posverdad".
Ocho décadas después de aquella carnicería viva y sucia, de calor, EL ESPAÑOL reconstruye el relato de una de las batallas emblemáticas del epílogo de la Guerra Civil Española.
Los nacionales han entrado definitivamente a las 8 de la mañana, aunque los partes y la Historia coinciden en que Teruel "vuelve a su Caudillo" a las cinco de la madrugada, cuando "se han vencido los núcleos enemigos de resistencia". En todo este tiempo sólo hay memoria de frío; y cuando se ha callado el último tiro, no hay ni miga de euforia. Quizá alivio, siempre relente.
La "escasa guarnición" de Franco
En diciembre, antes de que todo empezara, Teruel era un saliente nacional en la angosta franja de Levante de la zona republicana; una capital provinciana en mitad de la estepa del sur de Aragón que no sabía que iba a anteceder a Stalingrado en la memoria del horror. 13.000 habitantes a 100 kilómetros de Castellón y a 140 de Valencia. Antes de que llegaran el invierno y la partida de dados entre Vicente Rojo y Franco, la mayoría de la población turolense soportaba la calamidad de una España en guerra, el frío y el aislamiento atávico. Y sin embargo algo pasó, algo con lo que se explican estos cadáveres y los días que restan de aquí al 1 de abril del 39 por la zona de Burgos. Este es el diario de aquellos días.
-15 de diciembre de 1937. Franco se ha confiado tras su victoria en el Norte, toma oxígeno; en Alemania le piden que no se distraiga en el esfuerzo de tomar ya, inmediatamente, Madrid. En Berlín, Hitler vende su "amor a la infancia" y se deja fotografiar besando a dos niños. Cuentan que alguien se ha infiltrado en el bando de Franco y ha descubierto -e informa de ella- esa cierta relajación de las fuerzas nacionales tras la la campaña victoriosa en el frente de Asturias.
La Historia ni lo confirma ni lo desmiente, pero lo cierto es que el día 13 circula un boletín del Ejército Popular donde se da cuenta de lo desguarnecida que anda la defensa franquista del sector de Teruel; acaso una lánguida y pequeña ciudad, sometida a un clima horrible y mal protegida por la 1º y 4º brigada: apenas 8.000 hombres entre ingenieros, intendentes, sanitarios y la Guardia Civil. El mentado boletín es diáfano: en Teruel sólo se hallan "efectivos reducidos (...)" dentro de "unas zonas de acción débilmente fortificadas todavía" y al amparo de una "escasa guarnición".
A las 4.30 de la mañana se produce el arreón republicano por la capital turolense; se había previsto para el mismo 13, pero una fuerte ventisca lo impidió. Poco le importa a la 11.Div de Líster que la helada alcance las dos cifras, que pronto se hace Líster con las alturas que cercan a la pequeña localidad de Concud. Junto a Líster combate la 25 Div. de García Vivancos, que, aunque toma el villorio de San Blas, no puede enlazar con el XVIII Cuerpo de Ejército Republicano. Sin embargo, ya Rojo le había mandado el 'recado' a Francisco Franco...
-18 de diciembre de 1937. La nieve, siempre la nieve, ha postergado la acción militar republicana de conquistar definitivamente Teruel, la única capital de provincia que con la que se harán a la postre en la Guerra. Hay que reverdecer la imagen militar de la República ante el mundo, piensan en Valencia, y hay que enardecer los ánimos del Madrid sitiado: propaganda, agitación, pero sin perder de vista esa débil disciplina que van tomando los republicanos al borde del abismo. El puerto de Escandón (1.218 metros) ha sido testigo de nevadas que los corresponsales yanquis nunca imaginaron en la "soleada España".
El sábado 18 cae la posición franquista de la Muela de Teruel, con pocos supervivientes que se recluyen en la ciudad, augurando una larga batalla cuerpo a cuerpo, balcón con balcón.
El anillo se cierra sobre Teruel
Interioridades nacionales: La inminencia de la caída de Teruel trastoca los planes de Franco, más obstinados en Madrid y el Levante. El Caudillo, informado, cancela el ataque de Madrid por el flanco más al Este, y opta por destinar tropas a los desmontes turolenses; tropas que irán incrementándose en número y graduación. Hacia allí han partido efectivos de la 81ª División, que andaba en Calatayud-Ateca, más otras unidades que estaban listas para atacar Alcalá de Henares y Guadalajara.
Muñoz Castellanos, general de la 52º División reforzada y al mando de los 20.000 hombres en el extremo sur del sector del frente de Aragón, no puede ser más claro en su orden: "Hay que levantar el cerco de Teruel y desalojar al enemigo de las posiciones que ocupa". Pero claro que la realidad al Sur de Aragón no interesa a la censura del Generalísimo en la retaguardia; los medios dan cuenta de que en los espacios ganados en la periferia de Madrid se hace vida cotidiana "y castiza": a apenas 200 metros "del tomate" (ABC de Sevilla), unos novios se arrullan y "comen un bocadillo de jamón".
Franco, mientras, comprueba que el anillo sobre Teruel se va cerrando; el en cuartel del Caudillo todo se fía a dos puntos: el edificio del Gobierno Civil al amparo del coronel Domingo Rey D´Harocurt; y el seminario, donde se guarece el coronel Barba. Ocurre que en Teruel pesa la exigencia silente de ser un 'nuevo Alcázar' donde escasean alimentos y la población civil de los sitiados no tiene excesiva moral castrense.
-22 de diciembre. Miércoles. Las tropas republicanas llegan y pisan la céntrica plaza del Torico. Hay soldados cansados, y reporteros que brujulean por las calles desvencijadas. Por ahí andan Hemingway y Capa. A la ciudad arriba algo de carbón y combustible, procedente de las minas de Ariño. La intendencia republicana considera vital la energía, pero también el reforzamiento de las torpes fortificaciones que han dejado los nacionales. La diezmada población civil ha tachado los cartelones de Falange con tizne, y precisamente 43 falangistas y dos guardias civiles han sido capturados en las alcantarillas de la ciudad.
Dicen que en Alcorisa suena una charanga republicana por los "heróicos camaradas", y que en Calanda y Alcañiz van repartiéndose pasquines de contenida alegría tricolor, quizá una Navidad anticipada. En Barcelona, capital ahora de la España republicana, "Aguas de Barcelona" ha donado 286 pesetas en concepto de abrigo para los "compañeros milicianos" de Teruel.
Quejas internacionales al Generalísimo
A Franco le desprecian desde el exterior por su torpeza en el Bajo Aragón; el camino victorioso hacia Madrid se ha esquinado y se ha enquistado en un alcor del mapa, allí donde el Guadalaviar y el Alfambra se convierten en el Turia: Teruel, la ciudad de los amantes que pronto será la ciudad de las crónicas.
El Caudillo no duda y remite a Fidel Dávila, jefe del Ejército Norte, la siguiente 'directiva':
"Estimo de la máxima urgencia atacar a fondo, y poniendo en ello el máximo esfuerzo, para llegar a Teruel, considerando que es precisamente por el sur del Turia por donde puede llevarse la acción más eficazmente, y por lo tanto, es el sur del indicado río por donde debe ir el eje principal del ataque....con las fuerzas que operan ya en la zona de Teruel y con las que están llegando, dos cuerpos de ejército al mando de los generales Aranda y Varela.
El primero de estos cuerpos de ejército quedará formado con las fuerzas que primeramente se concentraron en el flanco norte más la 84 y 62 Divisiones, además de los medios de artillería de que más adelante se habla...El segundo de estos cuerpos de ejército quedará formado por las 81 (actualmente en línea), 82, 61 y 54 Divisiones, además de los medios de artillería que más adelante se habla....".
-24 de diciembre de 1937. El día de Nochebuena llegan de buena mañana a Valencia, procedentes de Teruel, varios camiones de prisioneros. Una caricatura de Bagaría en "La Vanguardia" ilustra el clima de optimismo, de pírrico e ingenuo optimismo, que vive la República: Mussolini y Franco dialogan bajo el título "Los ex amantes de Teruel": el humorista editorializa sobre los últimos tropiezos del Caudillo.
Ayer mismo, Franco remitió un mensaje de ánimo a Rey D´Harcourt, que resiste como puede en el gueto del edificio del Gobierno Civil: "Tened confianza en España como España confía en vosotros". Pero hay minas que estallan bajo el suelo, y se van rompiendo los tenues cables y los sensibles equipos de telecomunicaciones en ese pequeño "Alcázar". La República da por prácticamente tomada Teruel, y Vicente Rojo decide retornar a Barcelona. En el mínimo reducto del seminario se celebra una emotiva "misa del gallo" mientras las minas atruenan muy de cerca. Hace un frío de perros. Esta Navidad, los combatientes de uno y otro bando se turnan en guardias de quince minutos para evitar la muerte por congelación.
Hemingway pegando "cuatro tiros" en Teruel
-La contraofensiva. Los reductos nacionales, aun mínimos, resisten con población civil necesariamente cautiva. Están localizados: el seminario y el palacete del Gobierno Civil. Comienza en Teruel lo que los historiadores denominarán "guerra de minas". Se trata de derruir 'a las bravas' y desde las estructuras los núcleos resistentes. Los zapadores republicanos perforan el duro suelo de la ciudad y cavan fosas con explosivos. El 27 de diciembre una mina destroza la iglesia del seminario; tras la explosión, el propio seminario se defiende como puede de una lluvia de disparos republicanos.
En Teruel se combate ya hasta dentro de las casas, cada habitación es un frente, pues esas "bolsas resistentes" venden caro el pellejo. La lucha es cuerpo a cuerpo, fiera y suicida; ya no sirven las estrategias. El 28 de diciembre el comandante García-Belenguer, del Regimiento Gerona del Ejército nacional, cae junto a tres de sus hombres en un intento desesperado de contrarrestar al cuerpo de minadores republicanos. El 30, el casino de la ciudad, hospital improvisado, vuela por los aires.
-31 de diciembre de 1937. El día de fin de año Teruel asiste a uno de esos momentos insospechados que explican las sinrazones de la guerra y quizá la condición biológica del hombre frente a la estrategia militar. Varela ya ha tomado la Muela de Teruel, el puente de hierro sobre el Turia en el camino que va de Teruel a Tarancón. Banderas nacionales ondean en los arrabales de la ciudad, hasta en la propia ribera del Turia. Hay batallones franquistas de la 1ª División de Navarra y de la 61 en el otro lado del Turia y debajo de la mole de la ciudad.
El panorama intramuros es atroz, la artillería republicana dispara con la consigna de "la espoleta a cero", a casi centímetros del enemigo.. Y sin embargo, la noche del 31 la nieve reclama su derecho a la guerra. Al anochecer el silencio de los copos se apodera de Teruel, el Ejército Popular de la República desaparece de Teruel unas horas de la ciudad; nieva como si se acabase el mundo, pero ni García Valiño toma la iniciativa, ni Rey corre a refugio. Nada. Sólo la nieve y el silencio blanco. Las fogatas se suceden en cada chabolo, en cada esquina al resguardo.
Hay más miedo a morir de frío que al propio enemigo. Se dice que muchos soldados se han vuelto locos por el clima atroz y la falta de sueño; en las improvisadas trincheras muchos combatientes deliran.
Los contadores de la batalla
Teruel ya gana páginas enteras en la prensa internacional, páginas vivísimas ponen a la pequeña ciudad en la primera plana del "The New York Times", del "Paris-Soir"... Se ha visto a Hemigway "pegar cuatro tiros". Richard Sheepshanks, Edward J. Neil y Bradish Johnson acaban de morir en Caudé, con gran consternación en el gremio reporteril. Teruel es ahora mismo el tablero donde se juega el mundo, y esto se sabe en los altos mandos. De hecho, Rojo ha vuelto al frente cuando la nieve se ha convertido en otro frente. Hay relevos de divisiones que andan exhaustas, rozando la inanición. Hay amputaciones y el suelo está tan duro, tan helado, que hace imposible cavar cualquier mínima zanja.
Los más versados piensan en Verdún y sus trincheras, pero el General Invierno es implacable al Sur de Europa. En el bajo Aragón, España, Teruel: allí donde ya no llegan ni salen cartas de amor, lo condiciona todo. Si grandes nevadas caen en Vinarós, hay que imaginar los metros blancos en los Montes Universales. Los zapadores cavan como pueden en el 'permafrost' hispano; en un bando y en otro.
Los sitiados del seminario y del Gobierno Civil casi han rozado la liberación, pero tropas de refresco republicanas lo evitan casi en el último momento. La moral va y viene, y ahora la suerte parece sonreír a la República: se han conseguido frenar a las divisiones franquistas de Varela y de Aranda.
La rendición franquista.
Es precisamente el día de Reyes, el 6 de enero de 1938, cuando la ofensiva del general Aranda fracasa estrepitosamente con la 1º de Navarra, que tiene una vitola de glorias pretéritas. En la ciudad vuelven a sonar las explosiones continuas del terrizo. Teruel es capital del frío y de los cráteres, y los resistentes, desmoralizados, no soportan más. Es entonces cuando comienzan los términos de la rendición franquista. La gangrena y la supuración, la inmundicia y los harapos, el fétido olor a muerte en el seminario y en Gobierno Civil escapan a cualquier descripción. Y sí, la rendición no es ya cuestión de honor, ni de supervivencia: es pura ley biológica.
Rey D´Harcourt no es Moscardó y será degradado por ello. Rey recibe al comisario del XXII Cuerpo de Ejército de la República, Ramón Farré Gasso. La consigna de Farré es clara: es inútil ya que resistan. A Teruel ha llegado la maquinaria más mortífera de los rojos: minas, lanzallamas... Pero D´Harcourt es militar de la vieja guardia y decide consultar a esos 23 oficiales que sobreviven si hay rendición o muerte segura. La mayoría, lógico, opta por rendirse bajo unos términos pactados con la Cruz Roja; algunos sitiados se niegan y huyen a las bravas; caen de inmediato.
El 8 de enero la República toma el seminario, donde se había atrincherado el coronel Barba, que sí que decidió plantar cara. Antes negoció la evacuación del personal no combatiente. Del seminario, una desbandada se pasa al enemigo, y el coronel Barba acaba preso por la República. En Teruel, definitivamente, ondea descolorida la bandera tricolor. El optimismo republicano se multiplica; a Vicente Rojo le conceden la Placa Laureada de Madrid, a Hernández Saravia y a otros los ascienden. Incluso Líster, miliciano, llega a teniente coronel.
La furia del Caudillo
La propaganda republicana resuena en los salones de Washington y Londres; Teruel es ya un hito de los abnegados demócratas que luchan contra el fascismo. Muchos quieren creer que en España han cambiado las tornas y que en ese país, en sempiterno combate fratricida, puede llegar un nuevo orden. Y todo esto le llega a Franco, a quien le telegrafían desde Roma y Berlín en tono de reproche y hasta de burla camuflada. Franco decide que o se reconquista Teruel, o puede principiar el inicio de su fin. El Generalísimo lo tiene claro: a las cercanías de Teruel manda a lo más granado de su ejército; ya no tiene la complicación del frente del Norte, y hay mucho generalato inactivo y tripón a resguardo en Burgos.
Franco se pone solemne consigo y con la Historia. O Teruel o muerte. La táctica de tomar Teruel por las bravas ha fracasado, y se decide un ataque combinado y envolvente. Ases de la aviación nacional sobrevuelan Teruel. El 9 de enero comienza lo que se conoce como el "período activo" de la batalla. A Teruel arriban los moros de Yagüe, y a la República no le queda más que recurrir a las Brigadas Internacionales, a pesar de lo que cuente el aparato de propaganda. De hecho, 46 soldados republicanos que están de permiso en Rubielos de Mora, al sudeste de Teruel, se amotinan, se niegan a volver al frente, y son ejecutados.
El tiempo comienza a mejorar en torno al 5 de febrero; el Ejército Popular que resiste ha perdido mucho material táctico y humano. Sucede entonces que la iniciativa pasa al bando franquista: se acomete una doble ofensiva comandada por el general Juan Vigón; la respaldan 400 cañones y unas nutridas filas. Se trata de rodear la sierra de la Palomera. Paralelamente, Yagüe se mueve raudo con sus moros, de norte a sur y de sur a Norte. Aranda, por su parte, lo hace de este a oeste. Esta nueva táctica es exitosa; tanto que en sólo dos días la 42 División de la República es cercada por la maniobra conjunta de Aranda y de Yagüe. Además, lo más selecto de la aviación franquista sobrevuela Alfambra. Se cuentan cerca de 100 aeroplanos.
Y llega la caballería.
La Historia desembarca en Teruel al galope cuando la neblina se disipa ese 5 de febrero. Una forma de entender la guerra se va acabar en el llano turolense cuando 3.000 jinetes, bajo el mando del general Monasterio, acometen una descomunal carga de caballería contra la línea defensiva republicana. La última vez que la caballería aparece en la Guerra moderna lo hace de forma definitiva y certera. Entre el relincho y los galopes, los efectivos republicanos huyen despavoridos.
Ante tal boquete abierto en el flanco rojo, los nacionales viran al Sur y penetran casi 18 kilómetros en las líneas republicanas. Y no descansan tras el éxito de la caballería: cruzan el cauce del Alfambra que baja con un caudal escaso a razón de las heladas. El 19 de febrero, Franco ya ha cortado la comunicación, la carretera entre Teruel y Valencia. Prácticamente aislada, la 46 División del 'Campesino' retrocede como puede a las líneas amigas; más de un millar de sus hombres son apresados en el centro de la ciudad. Vuelve el silencio a Teruel. Llega el mediodía del 22 de febrero de 1938. Aranda entra en una escombrera que alguna vez fue una coqueta ciudad mudéjar.
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