dilluns, 18 de maig del 2015

RELATOS DE UN MILICIANO. 2. Manuel Perulero Castillo.


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"Antonia era una mujer menuda, de téz blanquecina y grandes ojos negros, rozaba ya los 28 años de edad, era soltera y aunque agraciada físicamente, le habian ido pasando los años en su soltería, y esa circunstancia, quizás causada por su extraordinaria timidez y a su vida recatada y anodina, le ponia cada vez más difícil la posibilidad del matrimonio y tener una familia propia.

Vivia en la humilde Barriada del Puente de Segovia, era la mayor de cuatro hermanos con los cuales vivia junto a su ya casi anciana madre, a la sazón viuda, y dedicaba seis dias a la semana a su trabajo leonino en un taller de costura de la calle Mayor, casi doce horas diarias, pero era el único sustento que tenia su familia, y eso hacía que la vida social de la que tanto carecia fuera practicamente una utopia.

Todo esto la estaba, muy a su pesar, curtiendo como una persona apagada, triste, introvertida y casi sometida a una realidad de la que parecia no podria escapar nunca.

Aquella segunda quincena del mes de julio de 1936 en Madrid asomaba muy calurosa, y no solo climatológicamente, pero Antonia solo sufria la canícula cuando tenia que hacer andando el trayecto desde su casa al taller y viceversa, sobre todo con ropas de luto, por su padre, y quizás tambien por la falta de ilusión y de alegria que aliñaba su existencia, su responsable pero triste existencia.

El sábado 18 de julio amaneció convulso en Madrid, a medida que iban pasando horas en esa jornada todo era revuelo y desconcierto, con el correr de la noticia de que el Ejército Africanista se habia levantado en armas contra el Gobierno de la República y que habia cuarteles y destacamentos en la capital que estaban dispuestos a secundarlo. La población civil se echó a la calle, se empezaron a cerrar comercios y el taller de costura en el que Antonia trabajaba no fué una excepción, eso si muy a regañadientes de la dueña del mismo que solo tenia ojos y pensamiento para los "cuartos", pero tuvo que claudicar.

Sobre la doce del mediodia emprendió el camino hácia su casa, ese rutinario sendero de todos los dias, y sin saber como y por qué, lo notaba diferente, su andar era más pausado y aunque el corazón le palpitaba con más fuerza de lo normal, tenia la mirada serena, se cruzó con grupos de paisanos, de adultos y de jovenes casi niños, los cuales se arengaban contra el golpe faccioso que ya era un hecho y que habia que defender.

Aquella noche en su casa se pasó miedo, preocupación, y el jaleo que rodeaba la humilde barriada se salia de lo que era normal.

A las 8 de la mañana del domingo 19 de julio, Antonia no pudo más, sintió una fuerza interior hasta ahora desconocida para ella, sorprendida buscó en el baúl de la ropa vieja unos pantalones de su difunto padre y una camisa, el fuerte olor del alcánfor la hizo marear unos instantes, y se los enfundó sin más. Salió a la calle y se encaminó a la Plaza del Angel, allí habia una gran multitud concentrada, sobre todo paisanos, algunos Guardias de Asalto y Guardias Civiles leales al Gobierno, pero en su inmensa mayoria hombres, de todas las edades, pero hombres. Se fué abriendo paso entre ellos como buenamente pudo, y llegó a los pies de un camión que habia llegado para la primera entrega de armas, era necesario armar al Pueblo para defender la ciudad.

Los fusiles eran escasos ante tanta demanda y demandantes, y la munición aún más, solo cinco cartuchos por arma, y los militares que en la caja del camión se disponian al reparto, estaban abrumados ante tantas y tantas manos alzadas para hacerse con uno.

Sin saber como y a base de codazos y algún que otro empujón, se vió en primera fila, cogió su fusil y sus cartuchos con fuerza y trabajo, el sudor de sus manos y la grasa en que venian impregnados hacía laboriosa la cuestión, y se encaminó a la Iglesia de Santa Cristina, a las puertas de ella un oficial fiel a la República escogió un grupo de unas 15 personas y las emplazó en la azotea del templo, el objetivo era cubrir la entrada a Madrid por la Carretera de Extremadura, y allí se parapetó junto con los compañeros que con ella subieron.

Aquella mujer menuda, de tez blanquecina y de grandes ojos negros, ya no era agraciada físicamente, estaba guapa de verdad, habia vencido de golpe la timidez que la sometia, su vida habia dejado de ser anodina y simple, ahora luchaba por la LIBERTAD, por la REPÚBLICA, y por una sociedad justa para todos, y estaba dispuesta a dar su vida por ello, y eso eran los mejores hilvanes y puntadas que iba a dar en su vida de costurera.

Habia nacido una MILICIANA. Gloria y Honor para Todas Ellas".

(Fuente: Manuel Perulero Castillo)