diumenge, 14 d’octubre del 2018

Un imperio de mentira.

http://guerraenlauniversidad.blogspot.com/2018/10/un-imperio-de-mentira.html


sábado, 13 de octubre de 2018



Uno de los pilares de la ideología franquista fue el Imperio. Para el nacional-catolicismo, el Imperio de los siglos XVI al XVIII había sido la época más gloriosa de la historia de España, no solo por el hecho de que nuestro país se hubiera convertido en la primera potencia mundial, dueña de medio orbe, sino por el espíritu que lo había hecho posible. Dado que recuperar el imperio a mediados del siglo XX era una cosa un pelín complicada, se podía al menos recuperar el espíritu imperial. Y para eso se creó una cultura material en la que dominaban los símbolos del imperio (con el águila ominpresente), se crearon novelas y películas y se adoctrinaba a los niños en las escuelas. 

Uno pensaría que en la democracia esta ideología chovinista y agresiva habría desaparecido. Pero como tantas otras cosas que sucedieron en la Transición, realmente no pasó a mejor vida, sino que entró en hibernación o se transformó en otras cosas. Así, en la ley 18/1987 en los que se establece el 12 de octubre como fiesta nacional, se dice que dicha fecha conmemora el inicio de "un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos". Una forma muy delicada de referirse a un proceso de explotación colonial como cualquier otro. Al igual que Francia, España nunca ha revisado en serio y de forma crítica su historia colonial y esto explica que cada cierto tiempo resurja con sus mitos y sus victimismos ("los otros países nos odian porque nos tienen envidia").  

Desmontar dichos mitos requerirían mucha letra y este blog no es el sitio para hacerlo. Me gustaría sin embargo señalar dos leyendas tremendamente recurrentes, cuyo origen se encuentra en el franquismo y que se han vuelto a poner de moda con el resurgir del nacionalismo español y más recientemente con motivo del 12 de octubre. 

Mito 1. Los españoles eran colonizadores "buenos" porque no eran racistas y se mezclaban con la población local, al contrario que los colonizadores "malos" del norte de Europa.

Se podría criticar el significado real de dicho mestizaje (violaciones, servidumbre con obligaciones sexuales, matrimonios forzados, etc.), pero quizá sea más interesante desmontar la segunda parte del mito. Los españoles no se acostaban con indígenas ni más ni menos que el resto de los colonizadores conocidos. Los holandeses dieron lugar a los basters en el sudeste de África (una mezcla de boers y khoikhoi), los franceses se mezclaron tan a fondo con los aborígenes de Canadá (wabanaki,algonquinos, cree, ojibwe, etc.), que dieron lugar a un nuevo grupo étnico, los métis ("mestizos"), hoy reconocido como una nacionalidad más del país. 

Basters en Nambiia a mediados del siglo XX.

Y en el sur de Estados Unidos, los creoles de la Luisiana son un popurrí de franceses, españoles, indios y africanos. Los británicos de la Compañía de las Indias Orientales tuvieron sistemáticamente concubinas locales e hijos mestizos hasta la época del Raj (1858-1947), en la cual decayó la práctica. En Norteamérica, los ingleses, alemanes y otros pueblos del norte de Europa mantuvieron sistemáticamente relaciones sexuales (y familiares) con los indígenas, lo que explica que existan muy pocos nativos "puros" en el país: el 75% de los cheroquis solo tienen un cuarto de parentesco aborigen. Los holandeses, nuevamente, se arrejuntaron muy a gusto con los indonesios y dieron lugar a los denominados indo, que actualmente son unos tres millones en el país y cerca de 700.000 en los Países Bajos.

Mito 2. Los españoles eran buenos colonizadores porque no exterminaron a la gente, no como los colonizadores malos del norte de Europa que arrasaron a todo el mundo. Prueba de ello es que en territorio colonizado por españoles hay muchos indígenas y en territorio colonizado por otros europeos, pocos.

Los españoles eran igual de cabrones que cualquier hijo de vecino en el siglo XVI. La desaparición o no de poblaciones indígenas tiene poco que ver con su ética y mucho con diversas circunstancias culturales, políticas y económicas. Las sociedades americanas centralizadas con millones de habitantes, como los aztecas o los incas, que es en las que piensa la gente normalmente, sobrevivieron sin mayor problema el embate colonial. Murieron millones a causa de epidemias y de violencia, pero eran muchos, así que salieron adelante. 
 Indígenas muriendo de una epidemia de viruela en el México colonial.
 
Las sociedades tribales descentralizadas con pequeños contingentes de población desaparecieron en masa: esto es lo que pasó en las Antillas. Por eso Haiti o Cuba están llenas de negros, pero es más difícil encontrar un indígena taíno que un demócrata en un mitin de Vox. Con los ingleses sucede lo mismo: en Norteamérica desaparecieron las sociedades de carácter tribal, que eran las que ocupaban la mayor parte del territorio (en Norteamericana, al contrario que en Mesoamérica y América del Sur no se desarrollaron estados centralizados). Allí donde había formaciones sociales más complejas (aunque no estatales) y con mayor demografía, pudieron contarlo: caso de los denominados indios pueblo (keres, tiwa, hopi, etc.) del suroeste de los Estados Unidos. Los cuales por cierto, nos querían tanto que en 1680, durante la época de control español, se cargaron a 400 españoles, echaron al resto y mantuvieron la independencia durante doce años.

Conviene tener en cuenta un segundo punto. Se compara de forma errónea el colonialismo español del siglo XVI y XVII con el colonialismo europeo del siglo XIX. Son fenómenos distintos. El mestizaje y la convivencia fueron habituales hasta finales del siglo XVIII independientemente del pueblo colonizador. Durante el siglo XIX, sin embargo, surge el racismo biológico, lo que explica que la segunda oleada colonizadora que se desarrolla desde mediados de esa centuria sea mucho menos mestiza y bastante más excluyente y exterminadora. Para entonces España era una potencia colonial en declive, así que es difícil comparar. Los únicos territorios que ocupa nuestro país entonces son minúsculos, caso de Guinea Ecuatorial. La colonización a principios del siglo XX en esta región, sin embargo, tuvo tintes auténticamente genocidas y fue considerablemente más brutal que la británica de Nigeria (por ejemplo), aunque no tanto como la del Congo belga. 

En conclusión: si agitáramos menos banderas y leyéramos más libros nos iría mucho mejor a todos.