divendres, 12 d’abril del 2013

«Carmen Polo apoyaba la represión, la mano dura: tenía un corazón de piedra»


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Los autores del libro «Malos de la historia de España» muestran a la esposa de Franco, ovetense, como reina de «la apariencia y la cursilería»

08.04.2013 | 10:40
«Carmen Polo apoyaba la represión, la mano dura: tenía un corazón de piedra»
«Carmen Polo apoyaba la represión, la mano dura: tenía un corazón de piedra»
Javier NEIRA
Goebbels dijo que Franco era «un beato fanático. Permite que España esté prácticamente gobernada no por él, sino por su mujer y su padre confesor». Al menos así lo afirman Gabriel Cardona y Juan Carlos Losada en su reciente libro «Malos de la historia de España», en el que espigan once casos y el último le corresponde a la ovetense Carmen Polo, esposa del anterior jefe del Estado, a la que tratan con gran dureza.
Los autores indicados no se andan con chiquitas en ningún momento. Pintan a la que fuera primera dama como una auténtica ave de rapiña -«los actos de caridad a los que asistía eran todos de cartón piedra, pura comedia y de su bolsillo apenas salió ningún donativo, todo salía de los fondos del Estado»-. Y es que no tenía alma, «apoyaba la represión, la mano dura. Sin duda tenía un corazón de piedra». Y es que Carmen odiaba «todo lo izquierdista y republicano. En ese aspecto compartía el odio, no ya político sino personal, con su marido, azuzándole todavía más en su política represiva o, como mínimo, no haciendo nada o casi nada para atenuarla».
Todo lo controlaba y en todo se entrometía hasta el punto de que Franco llegó a decirle en alguna ocasión: «Calla, que de eso no sabes».
«El esquema mental de Carmen era muy sencillo. Dios estaba interviniendo para salvar a España a través de su marido, Paco. Ella debía velar para que la intercesión divina no fuese alterada por nada ni por nadie». Según esas coordenadas mentales, «Carmen, como nadie, contribuyó a que Franco se acabase viendo a sí mismo como un cruzado, como una especie de reencarnación de Felipe II, creyéndose sus propias mentiras».
La victoria militar dio paso a un ataque de soberbia, según los historiadores; así que «por indicación suya los medios comenzaron a referirse a ella como la Señora, y como tal, dándose tremendos aires de poder, comenzó a comportarse». Un gélido señorío ya que «ante los miles de sentencias de muerte que Franco firmó desde el principio de la guerra, a Carmen no se le conoce más que pasividad, cuando no absoluto respaldo a la cruel carnicería».
Un historiador tan prestigioso como Paul Preston indica algo parecido a propósito de la Revolución asturiana de 1934 y de su represión: «La forma especialmente dura con que Franco dirigió la represión desde Madrid reflejó tanto su experiencia en Marruecos como los miedos de la burguesía asturiana que le había transmitido su mujer».
La esposa del general Franco «vivía como una reina y pedía que como tal se la tratase. Iba a los mejores médicos y dentistas, recibía los mejores y más caros tratamientos y, por supuesto, nadie se atrevía a cobrarle», circunstancia que consideraba «normal, estaba por encima de esos asuntos materiales y ni siquiera lo agradecía o, como mucho, enviaba una fotografía dedicada. Si alguien se atrevía a exigir el pago de los servicios, había que hacerlo enviando la factura a El Pardo. Por supuesto, se pagaba con fondos del Estado, claro, pero quien lo hacía se arriesgaba a perder cierta clientela selecta o a sufrir una inspección de Hacienda».
En la puesta de largo de Carmen Franco, la hija del general y de Carmen Polo, se celebró un banquete y baile al que asistieron dos mil invitados: «la Señora vestía las mejores galas, pero aunque la mona se vista de seda... lo cierto es que aunque esbelta y delgada, nunca fue guapa, ni su cara agradable ni su figura especialmente atractiva. Ello se puso más en evidencia cuando Eva Perón llegó a España en 1947. Carmen Polo intentó competir inútilmente con ella en belleza, juventud y modelos, lanzándole miradas de odio cuando su marido se inclinaba a besarle la mano».
En el otoño de 1950 la ilustre carbayona «logró obtener una audiencia con el papa Pío XII: el colmo del éxtasis religioso. Allí acudió con su hija y su yerno, anunciando que donada dos mil pares de zapatos a los católicos necesitados. Sin embargo, todo era mentira. Los zapatos eran de un fabricante amigo de la familia, no suyos. Era el reino de la apariencia y la cursilería».
En las Navidades acumulaba obsequios, incluidos los dedicados a niños que llegaban a El Pardo para los nietos del general. «El ansia acaparadora de doña Carmen no sólo era de juguetes, sino de todo tipo de productos. Cualquier nuevo electrodoméstico, vehículo, coche, motocicleta, utensilio de cocina, vajilla que llegaba a España que era producido por primera vez, se enviaba a El Pardo como regalo y muestra de eterna gratitud».
Con los vinos, «cual urraca, la Señora los iba amontonando en sus almacenes, desechando la mayoría y aprovechándolos a su vez cuando debía hacer algún regalo; pero siempre con una mezquindad para su riqueza y para el botín que había acumulado».
Carmen Franco Polo, en una entrevista con LA NUEVA ESPAÑA de octubre de 2000, comentó: «A mi madre, cuando hicieron las particiones, le tocó la casa de La Piniella, en San Cucao», dando en términos generales una visión de clase media acomodada y en el caso de su madre alejada de Asturias ya que «mamá, al casarse con un militar, se fue a vivir fuera». La historia oral se ha perdido en relación con una señora que hoy tendría 113 años y que desde los veinte nunca vivió en su Oviedo natal.
Cardona y Losada, tan crítico con la figura de Carmen Polo, indican, no obstante, que «sabía guardar las formas y en sus ocasionales encuentros con la familia real se comportaba como la señorita de Oviedo que era, mostrando reverencia hacia la sagrada institución de la monarquía». Muerto el general, «decenas de camiones partieron del palacio» de El Pardo «cargados hasta los topes sin que nadie supervisara la más que probable acción de saqueo del Patrimonio Nacional que sin duda se produjo. En su nuevo y lujoso piso de Madrid apenas cabían los miles de joyas, por lo que tuvo que alquilar cajas de seguridad en bancos para depositar allí las más valiosas».