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Los restos de tres republicanos ejecutados en la posguerra han sido entregados a sus familiares. Han estado 73 años enterrados en una fosa común de Paterna (Valencia) donde el ejército franquista fusiló a 2.238 represaliados
Esta es la primera exhumación amparada por la ley de memoria histórica en el cementerio del pueblo, apodado el Paredón de España por las ejecuciones sistemáticas que albergó desde 1939 hasta 1956
Esta es la primera exhumación amparada por la ley de memoria histórica en el cementerio del pueblo, apodado el Paredón de España por las ejecuciones sistemáticas que albergó desde 1939 hasta 1956
La combinación de amarillo, rojo y morado es el adorno preferido en el cementerio de Paterna (Valencia). Son los colores de la bandera de la II República, y están en las flores de los parterres y de las macetas, y en las bandas de tela que adornan las tumbas. Es la muestra de la particular historia de este lugar, una de las fosas comunes más grandes de España, con 2.238 republicanos enterrados entre arena y cal viva. Entre los sepultados hay personas de toda clase social -desde ministros de la República a labradores- y procedentes de numerosos puntos del país. Esta variedad le ha valido el sobrenombre de “Paredón de España”.
Los restos de tres de esos fusilados abandonaron ayer Paterna, 73 años después de su ejecución, que tuvo lugar en 1940. Sus descendientes recogieron sus huesos en tres pequeños ataúdes, proporcionados por el equipo de forenses que ha llevado a cabo el desenterramiento. Junto a ellos han sido exhumados otros nueve cuerpos, que volverán a la fosa común, bien porque no han podido ser identificados genéticamente, o bien -en el caso de uno de ellos- porque sus allegados no han querido hacerse cargo de lo que queda del cadáver. La exhumación pudo llevarse a cabo gracias a una de las últimas subvenciones que otorgó el gobierno del PSOE en cumplimiento de la ley de memoria histórica.
Para las tres familias que han podido recoger a sus antepasados, la ceremonia de ayer supuso el fin de siete décadas de luto familiar. El acto de entrega de los restos se celebró en Massamagrell, el pueblo de la huerta de Valencia del que los fallecidos eran oriundos. Los tres represaliados eran un labrador, un cerrajero y el dueño de un hostal que tenían en común su condición de simpatizantes de partidos de izquierda y que murieron fusilados junto a otros 36 hombres del mismo pueblo debido a “delaciones” entre vecinos, según narraron los familiares.
La protagonista principal del acto fue Josefa Celda, la única familiar de primer grado que queda viva. A sus 83 años, revivió durante el acto de entrega la última vez que vio a su padre, José Celda, en la cárcel Modelo de Valencia el día antes de su fusilamiento: “Me dijeron ‘que no te caiga una lágrima’. Mi padre no me pudo abrazar por los barrotes. Ya no pude llorar nunca más”.
Doce botellas de vidrio para doce cadáveres
El empeño de Josefa en desenterrar a su padre ha sido el motor de todo el proceso. Durante toda la dictadura y gran parte de la democracia, ella rumió la idea de sacarlo de allí. Su padre le había dejado una carta en las que le pedía que no le olvidara: “Confío en que tengáis memoria de mí”. Josefa tenía, además, pistas que han ayudado a encontrar a su padre. Su tía le había contado que enterraron el cadáver en un ataúd de madera, en la parte de arriba de la fosa y con una botella de vidrio con su nombre dentro.
Esos detalles fueron fundamentales para encontrar los cuerpos. Cuando los forenses abrieron la fosa, encontraron que la memoria de Josefa había sido fiel a los hechos. Su padre y otros once hombres más, todos del mismo pueblo y fusilados el mismo día, habían sido enterrados con ataúdes, y todos tenían una botella de vidrio con un papel dentro. Es cierto que todos los mensajes, menos uno, estaban ilegibles por el tiempo. Y también que la madera de las cajas había contribuido a pudrir todavía más la mayoría de los cuerpos, hasta dejarlos irreconocibles. Pero también lo es que sin esas pistas habría sido imposible encontrarlos debido a la extrema complejidad que se le supone al subsuelo del cementerio.
Bajo las tumbas superficiales, hay un amasijo de huesos, cal y arena, fruto de la manera de proceder del ejército franquista durante la posguerra en Paterna. “Llegó a haber 45 ejecuciones semanales. Se abrían tres fosas y se iban echando cuerpos. Se echaba cal viva para que se descompusieran antes, y cupieran más. A veces, los cadáveres pasaban uno o dos días al borde del agujero, a la espera de que el enterrador diera abasto”, cuenta el historiador Vicente Gabarda, autor del estudio más completo sobre los fusilamientos en el País Valencià.
Fusilamientos en masa
Paterna reunía, según el historiador, todas las condiciones para ser el lugar donde ejecutar a los represaliados. “Estaba cerca de Valencia, era un pueblo pequeño y tenía un cuartel militar”. Como resultado, sus habitantes pasaron años oyendo de lejos los tiros de las ejecuciones. Los militares traían a los presos de las dos cárceles que había en ese momento en la ciudad, los llevaban a un paraje cercano llamado “el Terrer”, y allí los mataban. Después, llevaban los cadáveres al camposanto.
En este contexto, es casi milagroso que Celda y sus compañeros de saca fueran enterrados en ataúdes. Matías Alonso, coordinador del Grupo para la Recuperación de la Memoria Histórica, lo achaca a la ayuda del enterrador, también él republicano y condenado a una pena de muerte que finalmente nunca se cumplió. Pero sobre todo, Alonso señala la voluntad de las mujeres la familia, las viudas, las hijas o las madres de los represaliados: “Eran capaces de esperar días y días en la puerta del cementerio a que llegara el cuerpo del marido, del hijo o del padre, para asearlo, aunque fuera un poco”. Según Gabarda, las familias “seguramente tuvieron que pagar en aquel momento para conseguir que fueran enterrados en cajas y no directamente en la tierra”.
La exhumación no ha estado exenta de polémica. Algunos de los familiares se opusieron a que se abriera la fosa, que es desde hace décadas un lugar de homenaje a los republicanos enterrados en ella. También Gabarda duda de la conveniencia de abrir la gigantesca fosa que supone el camposanto ya que, a diferencia de lo que sucede en las innumerables cunetas con cadáveres de represaliados que salpican la geografía española, en el cementerio de Paterna todos los muertos estaban “catalogados e inscritos en el registro civil”.
Frente a estas opiniones, Alonso opina que las doce botellas de vidrio son “un mensaje de las viudas, un encargo para que los descendientes los sacaran de allí en cuanto pudieran”. Hubo que esperar al fin de la dictadura y varias décadas de olvidadiza democracia, pero esta noche por fin Josefa Celda dormirá un poco más tranquila.
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