dimarts, 4 de juny del 2024

Un documental relata la vida del Padre Llanos en el Pozo del Tío Raimundo

 

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La película documental 'Un hombre sin miedo' rescata la figura del jesuita que renegó del franquismo y militó en el PCE y CCOO.




 

Apasionado, inquieto, recio y sensible, profundamente libre, valiente, en cierto punto elitista... Son algunos de los calificativos que le dedican personas que le conocieron de cerca y cuyos testimonios se recogen en el documental sobre el padre Llanos ‘Un hombre sin miedo’, escrito y dirigido por Juan Luis de No, que este viernes 7 de junio llega a las pantallas de cine.

El jesuita José María de Llanos fue hijo del nacional catolicismo franquista, pero terminó abrazando al comunismo y al sindicalismo de clase, militando en el PCE y CCOO al lado de líderes de la lucha antifranquista como el propio Marcelino Camacho (CCOO) o la Pasionaria (PCE). Una conversión poco común, quizá para algunos, extravagante, y por ello ciertamente notable.

Con el puño en alto y cantando La Internacional

El documental arranca con una de sus imágenes más icónicas, un padre Llanos con el puño en alto entonando La Internacional en el primer gran mitin del recién legalizado PCE en mayo del ’77, junto a Santiago Carrillo, en plena Transición. Habían pasado ya 22 años pisando barro en el Pozo del Tío Raimundo, uno de los barrios de chabolas más deprimidos de la capital que empezó a construirse en la década de los ’50. Instalado en una chabola que hacía a la vez de iglesia, conocida como ‘La capilla vieja’. La llegada del cura a esa comunidad supuso un punto y aparte en su vida, de su etapa ‘azul’, a su etapa ‘roja’ como cuenta Pedro Miguel Lamet, autor de su biografía “Azul y Rojo”. Allí vivió prácticamente hasta el final de sus días, casi 40 años.

Lamet es una de las personas que da testimonio en el documental de la figura del padre Llanos. Junto a él, otros que le conocieron y compartieron vivencias como Cristina Almeida, Nicolás Sartorius o Paquita Sahuquillo, así como algunos de los vecinos del Pozo, amigos y compañeros de las tan diversas iniciativas puestas en marcha por el jesuita para trabajadores, estudiantes y en su complicidad en la lucha obrera y vecinal de esa España empobrecida que empezaba a soltar amarras con la dictadura y abrir camino a la democracia.

Entre esos testimonios también se encuentra el de José Luis Martín Palacín, con el que hablé hace unos días. Activista social y político, muy cercano a LLanos con el que convivió en el Pozo y que guarda de él una huella imborrable. Recuerda de muy joven acompañando al jesuita a la cárcel de Carabanchel a visitar a Marcelino Camacho y a otros presos de CCOO. O cuando compartían almuerzos en la casa de comidas La Asturiana, en la Avenida de Ciudad de Barcelona, donde cada primero de mayo se juntaban allí los dirigentes del sindicato aún en la clandestinidad. “Aquellos festivos almuerzos, con comida casera y tinto con gaseosa”, tenían, sin embargo, “el toque de un ritual”, compartiendo “un anhelo común de un futuro abierto y más justo”, relata.

“La faceta más definitoria de Llanos es que era profundamente poeta”

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José Luis Martín Palacín.

Martín Palacín destaca de Llanos su sensibilidad social, su humanidad, su cultura, su espontaneidad, también su genio y su impaciencia por llevar a cabo aquello que consideraba pertinente en cada momento. “Era un tipo de repentes, un hombre apasionado”, dice; pero si algo le caracterizó por completo fue la poesía: “La faceta más definitoria de Llanos es que era profundamente poeta”. Y es por ello que el documental que dirige Juan Luis de No se estructura narrativamente con extractos de poemas del jesuita y citas de algunos de los artículos que publicaba en la prensa franquista del momento y que, pese a su contenido provocador y mordaz, nunca fueron censurados.

A Llanos, el régimen no le tocaba, incluso años después de que él decidiera romper con ese mundo del que fue hijo natural. Llegó a ser confesor espiritual de Franco y su mujer Carmen Polo en El Pardo. En el documental sale él mismo contando los “escalofríos” que le producían algunas expresiones del dictador en sus charlas espirituales. Se atrevió a dejar plantado al Generalísimo en la inauguración de una escuela, pero sus gestos de rebeldía no influyeron en las buenas relaciones que seguía manteniendo con familias adineradas de las que recaudaba fondos para llevar al barrio.

El izado de banderas

Un tipo peculiar que, en su afán por transmitir conocimientos a los vecinos del Pozo y quizá para huir del aislamiento al que Franco sometió a España por cuarenta años, cada día de la semana izaba junto a las banderas de la ONU y de Europa, una de un país determinado, también las de la URSS y China, y que acompañaba con el himno de cada uno de esos países con un altavoz a todo volumen. Me cuenta Martín Palacín una anécdota de cuando Richard Nixon tomó posesión como presidente de Estados Unidos. Ese día, el padre Llanos, izó la bandera norteamericana, pero en lugar del himno lo que sonó fue una canción del cantautor Ricardo Cantalapiedra titulada ‘Un hombre vulgar’: “En honor a un hombre vulgar como era Nixon” y, desde luego, “con toda la mala hostia del mundo”.

“Vine a evangelizar al pueblo y el pueblo me evangelizó”

En el documental también habla Dolores Ruiz-Ibárruri, nieta de la Pasionaria. El padre Llanos mantuvo una relación estrecha con la dirigente comunista exiliada en Rusia. Cuenta Martín Palacín que le traía iconos ortodoxos que él colocaba en su despacho y que éste le regaló un rosario. “Yo los he visto juntos rezando el Pater Noster en latín", en la casa donde se alojó Dolores en su vuelta a España, afirma, en lo que califica como una relación de "dos personas que se tenían cariño".

“Vine a evangelizar al pueblo y el pueblo me evangelizó”, declaró en un momento dado el jesuita.

El Pozo del Tío Raimundo, sus gentes, son también protagonistas de primer orden en este documental que utiliza imágenes y material fílmico de la época, en un blanco y negro que resalta la mirada de los personajes y su profundidad. Fue en esas chabolas, en ese barro perpetuo, en esos días de frío y calor intensos, donde este jesuita decidió poner su trinchera tendiendo puentes entre las dos Españas y luchando por la democracia. Y allí se le despidió, a su muerte, con multitud de personas, unas rezando el rosario, otras cantando La Internacional.