Antecedentes
Para que podamos calibrar la dimensión de lo ocurrido en Extremadura conviene que empecemos por el principio, que no es otro que la II República. Abril de 1931 supuso un punto de ruptura muy importante para toda España pero muy especialmente para la región extremeña. Y esto por dos hechos históricos de largo efecto: por las graves consecuencias que la llamada Guerra de la Independencia (1808-1814) tuvo para Extremadura, uno de los escenarios de aquella “maldita guerra”, como se refirió a ella el historiador británico Ronald Fraser, y por un proceso que tuvo lugar a lo largo del siglo XIX por el que las tierras de aprovechamiento común que poseían los ayuntamientos y las de la Iglesia pasaron a manos privadas. Me refiero a las diversas desamortizaciones que jalonaron el siglo.
Parte de esa inmensa masa de bienes pudo dedicarse a proporcionar un medio de vida a millones de personas, pero tal cosa no solo no se hizo sino que las dehesas municipales que aliviaban la vida de los más pobres fueron privatizadas y pasaron a manos de una burguesía local o foránea que no perdió la ocasión de enriquecerse a precios de saldo con tierras que antes beneficiaban a todos. La Iglesia, aunque se revolvió y llegó a excomulgar a quienes adquirieran tierras de su propiedad, no salió malparada pues consiguió que el Estado asumiese su mantenimiento (tal como todavía hoy sucede).
Los que sí quedaron en una lamentable situación fueron los campesinos sin tierra, ya que ahí está el origen de su proletarización o de la masa de jornaleros, braceros y yunteros con que se llegará al siglo XX. La prueba de que la situación social empeoró de inmediato es que es precisamente a mediados del XIX, en pleno proceso desamortizador y al compás de alguna de las guerras carlistas, cuando se creó la Guardia Civil, una fuerza al servicio de los propietarios cuya misión no será otra mantener el orden tradicional en la España rural.
La lucha por la tierra y por la mejora de las condiciones de vida se extiende desde ese tiempo hasta la llegada de la República. En medio, procesos revolucionarios abortados, la primera república, que no duró ni dos años y un montaje llamado Restauración por el que, además de restaurar la monarquía, se quiso simular que aquí había elecciones libres y partidos que se turnaban (como en Inglaterra). Se trata de la época dorada del caciquismo y de la extensión a nivel nacional de las redes clientelares y de la corrupción. Este sistema se prolongará durante el reinado de Alfonso XIII y subsistirá finalmente gracias al golpe militar de Primo de Rivera de 1923.
La Segunda República
De ahí, de este largo desgaste de más de medio siglo, viene que la República fuera tan bien recibida en 1931. Además, desde finales de s. XIX, con la ampliación de las libertades políticas y sindicales, se había creado un tejido social (las Casas del Pueblo, los Ateneos) que será básico para el funcionamiento de la República. En una región como Extremadura el gran sueño de la mayoría no era otro que la reforma agraria que debía de llevar un poco de justicia a un mundo donde tal palabra era patrimonio de una minoría que era la que controlaba el poder y la riqueza.
El primer contratiempo fuerte que tuvo que afrontar esta minoría en 1931 fue perder el control de los ayuntamientos, que pasaron en su mayor parte a manos de republicanos y socialistas. Esto, para una derecha acostumbrada a controlar el poder local como si fuera una tradición o un derecho adquirido, resultaba casi una afrenta. Podemos imaginar lo que pensarían al ver sentados en el salón de plenos a obreros con los que hasta entonces solo habían tenido relaciones laborales. Ese ascenso del mundo del trabajo a la cumbre del poder local no era fácilmente asimilable para muchos.
El segundo contratiempo vino del Ministerio de Trabajo que dirigía Largo Caballero y fue nada menos que la jornada laboral de 8 horas, con lo que esto suponía para las horas extras, y el decreto de laboreo forzoso, que obligaba a los propietarios a poner en cultivo tierras abandonadas. Para valorar la importancia de la tierra en el mercado de trabajo bastará con decir que el 90% de los jornales giraba en torno a ella.
Por su parte el Gobierno aprobó una ley de reforma agraria de carácter reformista que tardó demasiado en poner en marcha y a la que faltaron los medios y fondos que la empresa requería. A medida que la izquierda mostró su incapacidad para llevar a efecto una ley de este calado, la derecha fue envalentonándose, organizándose y adquiriendo experiencia en boicotear todo lo que llegaba de arriba (actitud que puede resumirse en el “acato pero no cumplo”).
Las elecciones de noviembre de 1933, que dieron la victoria a la derecha, pusieron fin al primer bienio republicano y, con él, a la débil y fugaz experiencia de la reforma agraria. La derecha no tardó en endurecerse y en iniciar una verdadera contrarreforma agraria, que fue pareja a la recuperación de decenas de ayuntamientos con el pretexto de la comisión de irregularidades administrativas. El empeoramiento de la situación en el campo dio lugar a la huelga general campesina de junio de 1934 y la entrada de la extrema derecha antirrepublicana en el gobierno provocó la huelga general revolucionaria de octubre de ese mismo año. Ambas fueron sofocadas violentamente. Pero observemos que, para acabar con la segunda, concretamente con la revolución de Asturias, la derecha recurrió a Franco, a Yagüe y al ejército de África. He aquí el antecedente de lo que ocurrirá en julio del 36.
En estas circunstancias se entiende que las elecciones de febrero de 1936 se convirtieran en el gran plebiscito que todo debía decidir. Y así fue como la izquierda acudió agrupada en el Frente Popular y ganó las elecciones. La particularidad de esta victoria y del programa entre cuyos puntos iba la reforma agraria es que en esta ocasión fueron los campesinos, la poderosa Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra, los que decidieron llevar la iniciativa y animar así al gobierno a que cumpliera el programa.
También destacó otro hecho: la región más avanzada en esta lucha fue Extremadura, en cuya provincia de Badajoz el 25 de marzo de 1936, de madrugada, tuvo lugar un hecho histórico: miles de campesinos invadieron tres mil fincas indicando así al Gobierno cuál era el camino a seguir. Al mismo tiempo la izquierda había recuperado los ayuntamientos y orientó sus esfuerzos en poner de acuerdo a los gobernadores civiles con los técnicos del Instituto de Reforma Agraria y con los delegados de la Federación Nacional de Trabajadores de la Tierra. Fue así como, por fin, en la primavera de 1936 se puso verdaderamente en marcha la reforma agraria, que –insisto– siempre tuvo carácter reformista (respectaba parte de la propiedad, compensaba lo expropiado, tenía en cuenta circunstancias especiales, etc.).
El golpe militar y la represión
La siguiente secuencia de esta historia que estoy contando nos lleva al verano, a julio del 36. Miles de campesinos habían sido ya asentados en tierras que les han sido cedidas por el Instituto de Reforma Agraria y han obtenido créditos para la adquisición de aperos, semillas, abonos, etc. Se encuentran trabajando a tope y son muchas las tierras, antes abandonadas por sus propietarios, que ahora se encuentran ya transformadas y en actividad. La noticia del golpe militar, que circuló por el país en la mañana del sábado 18 de julio, cogió a la gente en plena faena de verano. Los campesinos de Badajoz estaban disfrutando por fin de su viejo sueño y no estaban dispuestos a perderlo.
De inmediato los partidos del Frente Popular, republicanos, socialistas y comunistas, organizaron comités encargados de afrontar la nueva situación. Llama la atención la eficacia que dichos comités desplegaron en tareas de organización, control y vigilancia, almacenamientos de provisiones, etc. Siguiendo instrucciones del Gobierno Civil la derecha fue desarmada de inmediato y sus miembros más señalados fueron detenidos. Esto supuso en la región la detención de varios miles de personas, la mayor parte de los cuales no sufrió daño alguno. Es sabido que la provincia de Cáceres cayó en poder de los golpistas desde el primer momento casi por completo y que la de Badajoz controló el golpe y se dispuso a defenderse.
En los primeros días de agosto tres potentes columnas fascistas salieron de Sevilla en dirección a Madrid, donde llegarían tres meses después. Quiero decir con esto que no fue ningún paseo militar. Sobre todo teniendo en cuenta que unos eran las fuerzas de choque del ejército y otros campesinos mal armados y sin formación militar. De hecho, la base para la formación de las milicias que defendieron Badajoz y la provincia no fue otra que la Federación Nacional Trabajadores de la Tierra.
El sistema de avance de los golpistas siempre fue el mismo: bombardeo previo desde aire o tierra, moros y legionarios en vanguardia, ocupación tipo razzia, detenciones, saqueos y ejecuciones de carácter ejemplarizante. A veces, en Zafra por ejemplo, la fuerza exigía la entrega de un porcentaje (un 1% de la población) e iba sembrando de cadáveres la ruta hacia el pueblo siguiente; en otros casos se escogía una cifra simbólica: en Villafranca asesinan para empezar a 56 personas, el número de derechistas presos en la sacristía. Pero lo repito, en esta etapa, salvo algunas excepciones en que se producen algunas víctimas (Fuente de Cantos, por ejemplo), los derechistas son encontrados con vida. Otras veces, como en Almendralejo, los muertos (28) se producen en el momento de la ocupación. En otras ocasiones, como en Azuaga, son choques con la Guardia Civil, verdadera avanzadilla de la sublevación en todos sitios, los que provocan las primeras víctimas.
¿Cuántas víctimas causó el llamado terror rojo? Casi en su totalidad murieron en Badajoz y cabe cifrarlos en torno a 1.500 personas. En su mayor parte estos crímenes ocurrieron en la zona este de la provincia (La Serena, Siberia y parte de la Campiña Sur) y una vez que se tuvo noticia del modo de actuar de las fuerzas de Asensio, Castejón, Tella y Yagüe. De hecho, parte de esta violencia cabe adjudicarla a personas que pasaron a esa zona este huyendo del terror fascista de la otra. Era la cadena de violencia que buscaban los golpistas para justificar sus actos.
La represión franquista, por el contrario, tiene unas características que nos permite hablar de genocidio por causas políticas. El norte de África y el suroeste quedaron marcados por ser la ruta elegida para el ejército de Franco. El golpe se produce el 17 en la zona colonial y el 18 se traslada a la península instalándose en la ruta Cádiz, Algeciras, Jerez de la Frontera y Sevilla, que se convierte en centro de operaciones.
Desde el primer momento los golpistas ponen en práctica un plan de exterminio que acaba con la vida de cientos de personas allí por donde pasan. Y una vez que se han marchado las columnas, las fuerzas vivas locales continúan la purga bajo la dirección de la Guardia Civil hasta febrero de 1937, en que la maquinaria judicial militar se pone en marcha con los consejos de guerra para depurar lo que queda. El final de la guerra en abril del 39 no trae cambio alguno sino que por el contrario, en medio de una Europa a la que la Alemania nazi encamina ya hacia la guerra, la represión sigue como si nada hubiera pasado.
Conclusiones
Estamos pues ante un ciclo represivo que va de 1936 a 1943, si bien sus coletazos no terminan hasta los primeros años 50. Casi veinte años, primero el terror del golpe, luego la represión, después los años del hambre, el achuchón represivo de fines de los cuarenta… En realidad así se podría seguir hasta que, a causa de los cambios económicos tras el fracaso de la autarquía fascista (acuerdos con EEUU y Plan de Estabilización), se abre la puerta de la emigración y la gente puede pensar en rehacer sus vidas escapando de esas ollas a presión en que el franquismo había convertido los pueblos.
Según las investigaciones realizadas hasta la fecha la represión fascista en Extremadura afectó a más de 12.000 personas, unas 2.000 en Cáceres y unas 10.000 en Badajoz. Pero estas son cifras provisionales mínimas. Hay documentación del 36 que aún no hemos podido ver y hay documentos que los militares aún consideran secretos. Si además de esas 12.000 personas asesinadas tuviéramos en cuenta a los que pasaron por los tribunales militares y fueron condenados a prisión o a los que fueron condenados a pagar multas por los Tribunales de Responsabilidades Políticas la cifra de afectados por las diferentes modalidades represivas se triplicaría. Si pensamos en sus familias obtendríamos la geografía del sufrimiento, en la que sin duda hay que incluir a un alto porcentaje de la población extremeña. Y si además tuviésemos en cuenta el exilio y contásemos a los que tuvieron que emigrar en los 50 y 60 estaríamos sin duda ante el mayor proceso represivo sufrido por Extremadura en la época contemporánea, en la que sin duda hay que incluir un alto porcentaje de sus habitantes, que por casos que conocemos debió rondar un tercio de la población. La sensación que da es que se quiso borrar a Extremadura del mapa, como de hecho confirma la existencia de algunos mapas de la época en que de Castilla se pasaba a Andalucía.
¿Contra qué fueron los fascistas en Extremadura? Fueron contra todo lo que tuviera relación con la experiencia republicana, contra alcaldes y concejales, contra el movimiento sindical, contra los partidos políticos del Frente Popular, contra la clase media progresista y, sobre todo, contra todos los que de una forma u otra tomaron parte en la Reforma Agraria.
Como dije antes en España no hubo reforma agraria revolucionaria pero, sin embargo, sí hubo Contrarrevolución Agraria a medida que las columnas ocupaban el territorio. Miles de jornaleros fueron asesinados y las tierras devueltas a sus dueños con las mejoras realizadas. A partir de entonces el campo extremeño entró en el período más negro de su historia, que a su vez fue para algunos una época dorada para la acumulación de capital.
La venganza sobre los hombres que habían osado poner la propiedad al servicio de la mayoría fue inacabable y terrible. Pondré solo un ejemplo: el que fue alcalde de Ribera del Fresno, Ignacio Caña Exojo, uno de los responsables de la Reforma Agraria a nivel provincial, fue apresado al final de la guerra y condenado a muerte en Mérida. Pero se le reservó una muerte especial: fue asesinado a garrote vil en una plaza de la ciudad. Al espectáculo acudieron incluso derechistas de su pueblo que se desplazaron en varios coches a la ciudad.
No quiero terminar sin hablar de la mujer. No vaya a creerse que los fascistas aplicaron con las mujeres otro baremo diferente al que usaron con los hombres. Solo daré un dato: actualmente tenemos constancia de que solo en Badajoz, Huelva y Sevilla fueron asesinadas un mínimo de 1.500 mujeres. En vano se buscará nada parecido cuando esas provincias eran aún republicanas (estamos como siempre ante casos aislados en modo alguno comparables a esta masacre). ¿A quiénes mataron? A las mujeres más activas y conscientes, a las maestras más comprometidas (aquí intervino activamente la Iglesia), a algunas de las que guardaban algún parentesco con izquierdistas que se les escaparon y a las que protestaron y se rebelaron abiertamente contra la desaparición de sus familiares. Hubo casos en que desaparecieron familias enteras, sobre todo si tenemos en cuenta que también se asesinó a menores.
Concluyo ya recordando que todo esto que cuento fue ocultado por la dictadura y silenciado durante la transición. El esfuerzo para reconstruir lo ocurrido ha sido largo y trabajoso y aún no ha concluido. Parte de ese silencio y de estas dificultades se consiguieron obligando a la gente a emigrar. Estoy convencido de buena parte de la historia de Extremadura se fue a Alemania, Francia o Suiza o a Madrid, el País Vasco y por supuesto aquí a Cataluña y especialmente a Cataluña, a ciudades como esta que hoy nos acoge.
O sea que en definitiva lo que yo he hecho al venir aquí hoy es traer la historia allí donde la historia se fue, es decir, dirigirme a los hijos y nietos de aquellos extremeños que aún yacen en las cunetas, que tienen el mérito de haberse liberado del yugo que oprimió a las generaciones anteriores y de haber logrado rehacer sus vidas y las de sus hijos.
Francisco Espinosa Maestre (Cornellá de Llobregat, 6 de octubre de 2012)
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