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Miércoles, 17 de Octubre de 2012 03:26 |
Crónica elaborada a partir de los informes de numerosos testigos presenciales
El día más trágico de la historia de Barcelona tiene fecha, y motivos para no ser olvidado nunca por los barceloneses y por todos los catalanes. Durante diez horas el Ejército español bombardeó la ciudad implacablemente, destruyendo edificios históricos, hospitales, casas de vecindad y comercios, además de causar numerosos muertos y heridos y unos daños incontables.
Una ciudad desarmada, que únicamente aspira a mantener sus tradiciones y costumbres; unos ciudadanos que solamente desean vivir en paz en sus trabajos, nunca merecen el ensañamiento de los militares. Los artilleros españoles, cumpliendo las órdenes de sus mandos, mancharon el expediente del Ejército, que debe cumplir la misión de defender al pueblo de las agresiones exteriores, y no de agredirle él.
El pueblo tiene derecho a reclamar el respeto debido a su historia, que establece su idiosincrasia característica. En España se ha configurado al catalán como un buen artesano o comerciante, interesado por el mantenimiento boyante de su negocio, con una aspiración única: llenar la bolsa de pelas. Existen caricaturas y refranes españoles que ofrecen una imagen exagerada de esas cualidades distintivas, tan necesarias para alcanzar la prosperidad de todo pueblo o nación. Tal vez en el ánimo de los españoles resida un poso de envidia hacia los catalanes, porque nos dan un buen ejemplo de laboriosidad.
Se comprende la indignación de los barceloneses, ante la errática política económica llevada a cabo por el Gobierno, que les llevaba a la ruina. Sus explicaciones, bien argumentadas con toda clase de datos, no interesaron a los gobernantes, que prefirieron ignorarlas y continuar con una política que provocaba la ruina de los industriales y comerciantes, y en consecuencia la de toda la ciudad. No se puede estrangular a un pueblo, porque surge el deseo de liberarse del yugo que le oprime. El descontento lleva a la insurrección inevitablemente.
Causas del descontento popular
Fue lo que sucedió el 15 de noviembre de 1842, cuando el pueblo de Barcelona inició una insurrección contra la política librecambista impulsada por el regente Baldomero Espartero, llamado “el general del pueblo”, duque de la Victoria, marqués de Morella, conde de Luchana y otros varios títulos recibidos por méritos de guerra, y el Gobierno presidido por el general José Ramón Rodil, marqués de Rodil. La aristocracia militar es la más orgullosa de todas. Los militares se entrenan para dirigir una guerra, pero no para gobernar la paz por medio de la política. Cuando los militares gobiernan caen habitualmente en la dictadura, porque están acostumbrados a imponer sus órdenes sin consultar a nadie.
Espartero se había convertido en regente de reino por la dimisión y consiguiente huida a Francia de la reina regente María Cristina, con su marido secreto Fernando Muñoz y con sus hijos secretos, pero notorios, en 1840. Espartero no se creía obligado a dar cuenta a nadir de sus actos, puesto que desempeñaba la más alta magistratura española por ser menor de edad la reina jurada Isabel II. Su regencia bien merece el calificativo de dictadura militar. Una de sus decisiones dio lugar al malestar de los barceloneses: aprobó la importación de productos textiles británicos, que perjudicaban gravemente a los catalanes, ya que contaban con unos medios de producción muy diferentes, a favor de los ingleses.
Era capitán general de Catalunya Antonio van Halen, conde de Peracamps, menos conocido que su hermano, el también general y aventurero Juan. Se encontró desbordado por el descontento popular, y al no disponer de fuerzas suficientes para reprimir a los insurrectos, ordenó a todos los militares que se refugiaran en el castillo de Montjuic, al tiempo que solicitaba a Espartero que le enviase refuerzos para lanzarlos contra el pueblo.
Los barceloneses constituyeron una Junta Revolucionaria, conforme a las costumbres de la época. El nombre evoca hazañas subversivas y tumultuosas, pero la realidad dice que esas juntas se dedicaban a discutir entre sí más que a organizar la revolución. Hasta la Gloriosa de 1868 no existió una verdadera revolución en España, y aun ella resultó muy sosegada: con la batalla de Alcolea entre los dos ejércitos, librada en un solo día, se la dio por concluida.
Comienza el bombardeo
El 2 de diciembre llegó a Barcelona el mismo general Espartero, con su aureola de vencedor en todos los combates, y de dureza que le llevó a ordenar el fusilamiento de sus compañeros que protestaban contra su política dictatorial: acababa de hacerlo en octubre de 1841. Era el jefe indiscutido del Partido Progresista, pero la idea que tenía del progresismo consistía en que sus órdenes fueran acatadas sin discutirlas; lo contrario era involución, según su manera de entenderlo. La regencia del general Espartero no se diferenció en nada de una dictadura militar, y tuvo que ser cortada por el alzamiento de los generales Prim, O’Donnell, Concha y Narváez en julio de 1843, para impedir que continuase destruyendo a España, como bien sabemos que hacen siempre las dictaduras militares.
Las órdenes que dio al capitán general Van Halen fueron contundentes: bombardear a Barcelona desde el castillo de Montjuic. A las 11.30 de la mañana del ya para siempre histórico 3 de diciembre de 1842 comenzó el bombardeo. Sorprendida y desprevenida, la población corría despavorida por las calles, buscando un refugio en el que resguardarse, pero las bombas destruían los edificios y sepultaban a los aterrados vecinos entre los cascotes. Los heridos imploraban una ayuda que nadie se paraba a prestarles, porque había que intentar ponerse a salvo. Los muertos quedaban entre los escombros de las casas arrumbadas.
Si es lamentable que se pierda una vida humana, debido a la barbarie de los llamados seres racionales, también lo es que un edificio histórico sufra daños por la sinrazón de quienes nada respetan. El Saló de Cent del Ajuntament, realizado en 1369, sufrió destrozos por las bombas. También el vetusto Hospital de la Santa Creu, y colegios, iglesias, asilos, casas, comercios, toda la ciudad padeció el bombardeo inclemente e innecesario, porque los barceloneses carecían de capacidad para oponerse a la artillería española.
Rendición sin condiciones
Hubo un receso entre las 14 y las 16 horas, para que los artilleros pudieran almorzar con tranquilidad, pero terminado el postre volvieron a disparar contra la ciudad indefensa con la misma intensidad anterior. A las 17 horas la Junta Revolucionaria designó a dos comisionados, para que fuesen a parlamentar con el capitán general Van Halen el cese del bombardeo. El conde de Peracamps los recibió de pie, y se limitó a decirles que exigía la rendición incondicional de la ciudad, y la entrega de todos los dirigentes de la insurrección para castigarlos. Retornaron desesperanzados de alcanzar ningún acuerdo con aquel general insensible.
A las 18 horas se formaron dos comisiones, una de la ciudad y otra de la Barceloneta, compuestas por ocho miembros cada una, encargadas de negociar con el capitán general las condiciones para un alto el fuego. Recibió Van Halen solamente a tres de los comisionados, cuyos nombres quedan para la historia: Pablo Mas, José Torné y Juan Antonio Ciantar. Se repitió la escena anterior, porque el capitán general, cumpliendo órdenes de Espartero, se negó a aceptar ninguna condición: exigían la rendición total.
La Junta se vio obligada a aceptar, puesto que carecía de medios para enfrentarse a la artillería española. El bombardeo cesó a las 24 horas del fatídico 3 de diciembre de 1842. Habían caído sobre la ciudad 1.014 proyectiles, entre bombas, granadas y balas. Quedaron totalmente destruidos 462 edificios, y otros muchos con desperfectos. Se desconoce el número exacto de muertos, alrededor de treinta, y el de heridos.
Al día siguiente Espartero y Van Halen entraron orgullosamente en Barcelona al frente del Ejército triunfador. Se declaró el estado de sitio permanente. Se ejecutó a los miembros de la Junta Revolucionaria y a otros considerados sediciosos, se encarceló a un alto número de ciudadanos, y además se impuso una contribución extraordinaria que arruinó a la ciudad. “El general del pueblo” se mostró implacablemente cruel contra los barceloneses que osaron mostrarse descontentos con sus órdenes.
El Ejército español se apuntó una victoria, al haber destruido una ciudad laboriosa y pacífica que deseaba únicamente dedicarse a su trabajo en libertad siguiendo sus costumbres ancestrales. El Ejército español no amenaza en balde. Lo demuestra esta lección histórica.
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Blog d'en Jordi Grau i Gatell d'informació sobre les atrocitats del Franquisme..... "Las voces y las imágenes del pasado se unen con las del presente para impedir el olvido. Pero estas voces e imágenes también sirven para recordar la cobardía de los que nada hicieron cuando se cometieron crímenes atroces, los que permitieron la impunidad de los culpables y los que, ahora, continúan indiferentes ante el desamparo de las víctimas" (Baltasar Garzón).
dimecres, 17 d’octubre del 2012
Barcelona, brutalmente bombardeada por el ejército español. Arturo del Villar
http://www.unidadcivicaporlarepublica.es/index.php/nuestra-memoria/cultura-de-la-memoria/5606-barcelona-brutalmente-bombardeada-por-el-ejercito-espanol
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