María Torres / 5 Mayo 2015
Hoy se conmemora el setenta aniversario de la liberación del
campo de exterminio de Mauthausen-Gusen.
Una gran parte de los exiliados republicanos españoles fueron los primeros prisioneros de raza no germánica que ingresaron en Mauthausen -el único campo nazi de categoría III- y el primer grupo de deportados constituido sobre una base política común: la lucha antifascista.
Uno de aquellos republicanos españoles era Ángel Espada Zamarra,
nacido el 27 de enero de 1910 en Torrubia del Campo, un pueblo conquense que
ignora que cuenta entre su historia con una víctima del exterminio nazi.
No hay familia con la que hablar, ni imagen que mostrar. Nadie
en el pueblo le recuerda. Así que intento reconstruir la historia de este
desconocido en base a los pocos documentos que se pueden encontrar en los
archivos.
No consta que la justicia franquista le incoara expediente
judicial, pero en el Estado número 3 de la Causa General firmado con fecha 28
de octubre de 1940, se le acusa de «la destrucción
y profanación de la iglesia del pueblo y de las imágenes y el saqueo de los
objetos del culto que llevó a cabo la horda roja con fecha 28 de agosto de 1936», a la vez que se le declara huido.
Cuando se redactó y firmó este documento, Ángel Espada ya estaba
en Francia, recluido en un campo de prisioneros y convertido en tan solo un
número. A falta de más datos a fecha de hoy, me imagino que cruzó la frontera
francesa, como tantos otros, después de la derrota republicana. Desconozco si
era soldado, si llegó con sus armas y estas se oxidaron por la nieve que cubría
los pasos de montañas. Solo sé que era un vencido que fue hacinado en
improvisados campos de refugiados donde se fallecía de hambre y frío.
Tal vez a nadie le
importe la historia de Ángel Espada Zamarra, uno de los 58 conquenses que
fallecieron en los campos nazis, uno de los cerca de nueve mil españoles
deportados y entregados a los horrores de la maquinaria nazi. Tal vez aún no
seamos conscientes de que tenemos el compromiso moral y la responsabilidad
histórica de no olvidar
.
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Un
cordial saludo,
María
Torres
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