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Hoy es el día 'D' o, mejor dicho, el día 'L'. El día de la Libertad para los pocos hombres y mujeres que lograron sobrevivir entre las alambradas nazis
Hace exactamente 70 años que las tropas estadounidenses entraban en el campo de concentración de Mauthausen
La pasada semana, el Congreso de los Diputados aprobó por unanimidad brindar un reconocimiento a los más de 9.000 españoles que pasaron por los campos. No se ha concretado más, por lo que se corre el riesgo de que todo quede en un gesto político oportunista que, finalmente, quede diluido en la nada
Carlos Hernández - Madrid
España debe, de una vez por todas, asumir su pasado y reconocer, sencillamente, que fue tan culpable o más que Alemania y Francia en la deportación a los campos de concentración nazis de todos estos hombres y mujeres. Ese es ya el único y, sin duda, el mejor homenaje que podemos brindar a nuestros deportados. Y esa es la reflexión que desarrollamos en este último post de El Holocausto Español.
Es 5 de mayo. En todo el país se conmemora el Día de la Deportación Española. En los colegios e institutos se han programado exposiciones, proyecciones de vídeos y conferencias para que nuestros jóvenes conozcan todo el horror por el que pasaron más de 9.000 compatriotas. Los chavales volverán a emocionarse y a horrorizarse con el manto de muerte e intolerancia con que el fascismo cubrió toda Europa.
En las últimas semanas, sus profesores les han explicado las razones por las que Hitler, Mussolini, Pétain y Franco provocaron tanto horror y generaron tamaño sufrimiento. Estos jóvenes saben que, aunque son historias del pasado, están más vigentes que nunca. Solo hay que mirar al Amanecer Dorado que muchos desean que "ilumine" Grecia o al Frente Nacional que crece, cada día, más allá de los Pirineos, para darnos cuenta de que la amenaza sigue sobrevolando nuestras cabezas.
Lamentablemente el primer párrafo de esta historia no deja de ser una mera ensoñación. Esas cosas solo ocurren en Francia, en Alemania, en Holanda, en Bélgica, en Austria, en Polonia… En España, este 5 de mayo pasará desapercibido para la inmensa mayoría de la población y, especialmente para los jóvenes. Muchos de sus profesores de Historia preferirán, un año más, alargar las explicaciones sobre el "interesantísimo" siglo XIX para no tener que meterse en el lío de hablar sobre la Guerra de España y la dictadura franquista.
Los pocos actos en recuerdo a los deportados españoles, organizados sin apoyo alguno de las instituciones, contarán con un puñado de asistentes que se marcharán a casa con la sensación de que este país no tiene remedio. Así es España: una anomalía democrática en Europa. La única nación que homenajea a quienes ayudaron a Hitler a aniquilar al diferente, la única que mantiene plazas y calles dedicadas a fascistas, la única que conserva el cuerpo de su sanguinario dictador enterrado con los honores de un faraón.
La hora de decir la verdad
«Nuestros padres ya se callaron durante demasiado tiempo. Ahora nos toca a nosotros hablar alto y claro». Esta frase cargada de razón me la dijo Joseph González, hijo del exilio español y residente en Montauban, la localidad francesa que vio morir acorralado al expresidente de la República, Manuel Azaña.
Durante 40 años de dictadura y también en los casi 40 de Transición (esta no terminará hasta que no desaparezca el poso de franquismo que sigue impregnando nuestra sociedad), los demócratas españoles hemos permitido que la Historia real de nuestro país permaneciera oculta tras un relato difuso manipulado por los herederos del "Generalísimo". Ellos han logrado ganar la batalla por goleada, dejando que el tiempo pase sin que los asesinos ocupen el lugar que les corresponde en los libros de texto. España es el único país en el que no se distingue entre víctimas y verdugos de nuestro fascismo.
Digo «nuestro fascismo» porque es verdad que sí nos conmovemos y hasta lloramos contemplando el horror que sufrieron las víctimas del «fascismo exterior». No puedo evitar sentir una gran desazón imaginando a ciertos portavoces políticos de la derecha que se ríen del sufrimiento de las víctimas del franquismo, pero gimotean en el sofá de sus casas mientras ven por enésima vez «La lista de Schindler». Es por esta razón por la que quienes vierten esas lágrimas de cocodrilo se sienten especialmente incómodos ante el drama de la deportación española. Porque es la prueba imborrable e "inmanipulable" de que Hitler y Franco eran dos caras de la misma moneda.
Las pruebas que hemos ido repasando en El Blog del Holocausto y que se detallan pormenorizadamente en «Los últimos españoles de Mauthausen» no dejan lugar a dudas. Franco no miró para otro lado mientras Hitler enviaba a más de 9.000 españoles a los campos de la muerte. El dictador fue el que pidió a su amado Führer que deportara a esos peligrosos disidentes a Mauthausen, Buchenwald, Dachau, Auschwitz…
Siendo este el último post, merece la pena recordar brevemente cuáles son algunas de esas pruebas:
9 de julio de 1940. El Cónsul español en Hendaya informa a Ramón Serrano Suñerque las autoridades de ocupación alemanas preguntan qué deben hacer con los exiliados españoles que se concentraban en esa zona de Francia. El ministro de la Gobernación de Franco y cuñado de este contesta ese mismo día: «Cuando, en plazo breve, tengamos la certeza de que han sido repatriados todos aquellos que convengan, nos desinteresaríamos de los restantes»
Septiembre de 1940. Serrano Suñer visita Berlín donde se reúne con Hitler, Himmler y toda la cúpula del Reich. El día que abandona la capital alemana, el Régimen nazi emite una circular a todas la oficinas de la Gestapo en la que les ordena sacar a los españoles (y solo a los españoles) de los campos de prisioneros de guerra en los que se encontraban junto a los soldados franceses y británicos, yenviarlos a campos de concentración.
1941, 1942, 1943… Franco gestionó la liberación de algunos prisionerosespañoles que se encontraban en Mauthausen y cuyas familias en España contaban con el apoyo de hombres fuertes del Régimen. Hitler accedió inmediatamente a estas peticiones. Dos deportados, Joan Bautista Nos y Fernando Pindado, fueron liberados en 1941. En el resto de casos la respuesta de Berlín fue negativa, pero solo porque la solicitud había llegado tarde: los deportados cuya liberación se pedía habían muerto de hambre, ahorcados, fusilados o gaseados en el campo de concentración.
España debe asumir su culpa como hicieron Alemania y Francia
Hay muchas más pruebas, como las cartas que la Embajada alemana en Madrid envió al Ministerio de Asuntos Exteriores franquista en las que preguntaba qué hacer con los españoles que se encontraban refugiados en Angulema; o la información puntual que los consulados españoles en Berlín y Viena recibían de Mauthausen sobre la vida y muerte de los compatriotas que se encontraban prisioneros.
Solo la militancia fiel, la irracionalidad y la nostalgia franquista pueden llevar a un ciudadano (ya sea periodista, político, taxista, agricultor o "historiador") a negar estas evidencias. España fue culpable directo de la deportación a los campos de concentración nazis de más de 9.300 españoles y españolas. Y ha llegado el momento de que asuma su responsabilidad.
No se trata de nada excepcional sino de un puro acto de justicia. De hecho, Alemania ya lo hizo tras el fin de la Guerra Mundial y, mucho más recientemente, también lo ha hecho Francia. Porque fueron los gobiernos que dirigían estas naciones en aquellos negros años los que dictaron la sentencia de muerte de millones de personas. Fueron Hitler, Pétain y Franco quienes se apretaban la mano efusivamente y sonreían mientras pactaban la deportación y el exterminio de los disidentes y, simplemente, de los diferentes.
Ha llegado la hora de que España deje de ser esa anomalía democrática y asuma por fin su Historia. Ese es el único homenaje que podemos brindar a nuestros deportados. Los pocos que quedan con vida, como el gaditano Eduardo Escot, así me lo han trasladado: «Quedamos muy pocos con vida. La mayoría de nuestros compañeros murieron en el campo; el resto han ido desapareciendo por las secuelas físicas y psíquicas... y también por el inexorable paso de los años. Los que quedamos ya no queremos ceremonias, no queremos dinero. Solo queremos que se conozca la verdad».
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