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viernes, 10 de julio de 2015
Nunca supo nadie su nombre y no existe ya quien sea capaz de rememorar los rasgos de su estampa, pues aquello ocurrió a finales de los años 60. No era un hombre en exceso mayor. Andaría por los 55, pero su aspecto era el de alguien terriblemente envejecido y pulverizado por la vida y por la historia. Venía sólo y no traía a nadie consigo. Pero ésto, aunque pareciera redundante no lo era, pues tan perturbado se le notaba en su deambular por el exterior de este Monasterio de Valdediós (Asturias), tan fuera de sí y tan perdido se manifestaba, que la razón quizás extraviada de aquel desgraciado parecía haber abandonado su espíritu tras mantener con sus recuerdos una cruenta contienda de la que salió derrotado. Vagaba por todo el recinto con paso lento, arrastrando los pies, casi acariciando con manos temblorosas los muros del Conventín anexo, aferrándose a los quicios de los portones del Monasterio con la desesperación de un náufrago asido a los restos destrozados de su vieja embarcación desbaratada.
Monasterio y Conventín de Valdediós (Asturias)
Una vez superado el vestíbulo del monasterio, bajo el dintel de la primera puerta que se abre entre los gruesos sillares de piedra para conducir al templo, el rostro del hombre se descompuso y desencajado preguntó a Anita, la encargada de mostrar el edificio a los turistas, por el camino para llegar a la Sala de Física. Desacostumbrada era la petición del hombre, casi disparatada pues no entraba la visión de esa Sala en el circuito para visitantes, pero tan desesperada parecía su requerimiento y tan atormentadas las facciones de su rostro, que Anita lo condujo hasta la estancia. Y allí, el hombre se derrumbó y con llanto apenas contenido, contó aquel desgraciado que nunca olvidaría las pavorosas escenas de horror que allí se vio forzado a contemplar. Violaciones, abusos de todo tipo, crueldades sin cuento, atropellos desmedidos y furiosos excesos mezclados con el desenfreno del alcohol y la despreocupada certeza de que los crímenes quedarían siempre sin castigo.
Explicó entonces que él fue uno de aquellos soldados navarros del IV Batallón de Montaña Arapiles nº 7 de la 6ª Brigada Navarra carlista, desplazado a Asturias para luchar contra las fuerzas republicanas y romper el cerco que los leales impusieron a la ciudad de Oviedo. Y contó que desbandadas las unidades republicanas, la 6ª Brigada se asentó a todo lo largo y ancho de la carretera que va de Oviedo a Villaviciosa, llegando los del Arapiles al Monasterio de Valdediós. Estaba mandado el batallón por el comandante de caballería Emilio Molina, hombre curtido en mil batallas y tan despiadado y sanguinario que el 19 de octubre de 1937 interpreta literalmente las punibles órdenes de su general Mola y ordena liquidar a bayonetazos a 70 republicanos tomados prisioneros entre Caravidales, La Guesal y Cereceda. Y son éstos asesinos los criminales soldados que al llegar tres días después, a las tres de la tarde del 22 de octubre a Valdediós se encuentran con el personal del Hospital Psiquiátrico ovetense de La Cadellada, que buscando resguardo había sido evacuado hasta el monasterio por las milicias leales, conjuntamente con muchos de sus enfermos. Médicos, enfermeras, mantenedores, cocineros y limpiadoras, todos, o casi, afiliados a sindicatos y colaboradores del Socorro Rojo.
Muchos de los presentes en esta foto de Oviedo formaban parte del personal de Valdediós asesinado. Personal del Fuente: http://elblogdeacebedo.blogspot.com.es
Emilio Montoto, asesinado. Fuente: www.sc.ehu.es
Al atardecer, el cura castrense del Batallón invasor oficia una misa en el Monasterio a la que asisten los militares golpistas y a la que no falta por prudencia el amedrentado personal sanitario. Pero la paz está lejos de asentarse. A las pocas jornadas, cinco trabajadores del Hospital conocidos por haber participado en las algaradas de tres años antes, en octubre de 1934, son detenidos en el monasterio y enviados a la cárcel de Villaviciosa, para ser conducidos desde allí a la prisión del Coto de Gijón y juzgados en Consejo de Guerra por militares implacables que les condenan a terribles penas: a José Álvarez González, conductor del Hospital, a pena de muerte conmutada por perpetua; a Jesús Fuentes Merediz, enfermero, a tres años en prisión; a Fernando González Riancho, portero del Hospital, a 12 años de prisión; y a Gerardo Pérez Anía, peluquero del Hospital, y a Fernando Valledor Prieto, electricista, a sendas penas de muerte, siendo fusilados los dos el 16 de febrero de 1938.
Y el pánico se apodera de los profesionales sanitarios, los cuales a pesar de ser funcionarios no combatientes de la Sanidad local, se saben en peligro. La sospecha está asentada en el miedo ante las historias de letal represión que van dejando a modo de reguero de muerte los ocupantes armados del Batallón y la Brigada navarra a lo largo de todo Asturias. Y el día 27 de octubre la premonición se confirma. Cuentan quienes lo presencian, niños entonces, que a la mañana se presenta un hombre de negro en el monasterio con un papel en la mano, en el cual está anotada una relación de nombres y apellidos a los que hay que disciplinar y reprimir. La lista es leída y el personal afectado, identificado y apartado. Sabemos de todo ello porque un alférez del Batallón logra sacar de la lista el nombre de una enfermera prima suya, para alivio de su hijo de 11 años que desconsolado presencia todo para poder contarlo 70 años después. Pero al caer la noche, los militares se descontrolan. Fuerzan a las mujeres del Hopital a cocinar una macabra cena y a bailar contra su voluntad, y durante la cena sus instintos se desmandan en orgía de alcohol y abusos sexuales. En aquella Sala de Física del Monasterio los soldados franquistas golpean a las enfermeras y tras violarlas, las conducen a ellas y a varios hombres a rastras hasta un bosquecillo de castaños cercano, a escasos 200 metros del monasterio. Los gritos alertan al cura castrense, que lejos de paralizar la matanza, se presenta sólo para bendecir la barbarie y ofrecerse a confesar y dar los últimos auxilios a las víctimas. Y allí, en el bosque, les obligan a cavar varias fosas no demasiado profundas y los verdugos, los mismos que las han violado, las asesinan tirando profúsamente de fusil y las rematan con las mismas armas, reventando sus cráneos a balazos. Pero uno de los soldados, más sensible y quizás contrario al salvaje proceder de sus hermanos de armas, cae desmayado tras conducir a dos mujeres al martirio y presenciar su asesinato, junto con el de otras 9 mujeres más y otros 7 hombres. Ese es el mismo soldado, el mismo hombre cargado de culpas y remordimientos que se sincera con Anita a finales de los años 60 y a la que acompaña al bosquecillo para mostrarle la ubicación de la fosa .
70 años después de aquella barbarie y gracias a este testimonio, saben los memorialistas locales y los deudos de los asesinados del paradero de una de las fosas. Pero la inconsciencia prolongada en la que cayó el soldado tras su desmayo no le permitió conocer la ubicación de las otras fosas. Sin embargo, existe constancia gracias al testimonio del entonces niño Antonio Lorenzo de que son unas 33 las personas fusiladas en el Monasterio.
Situación de la fosa de Valdediós. Fuente: http://elblogdeacebedo.blogspot.com.es
Situación de la fosa de Valdediós. Fuente: http://elblogdeacebedo.blogspot.com.es
Hoy, en 2015 la barbarie continúa. TODOS LOS ROSTROS http://todoslosrostros.blogspot.com es fiel notario de su impunidad. En Valdediós la Memoria sólo ha podido ser parcialmente recuperada. La Sociedad Cientifica Aranzadi, los voluntarios que con ella colaboraron y los memorialistas asturianos de Todos los Nombres Asturias lograron exhumar 17 cuerpos en el año 2003. 8 de ellos pertenecen con total certeza a las enfermeras Rosa Flórez Martínez y Oliva Fernández Valle; a los enfermeros Urbano Menéndez Amado, Emilio Montoto Suero y Antonio Piedrafita García, muerto éste último de un tiro en la espalda al ser abatido mientras intentaba fuga; a las limpiadoras Claudia Alonso Moyano y Soledad Arias Menéndez y a la ayudante de cocina Luz Álvarez Florez. Además, aquel día desaparecieron para siempre otras 13 personas, las cuales probablemente estuvieron enterradas en esta fosa o en otra de las cercanías aún por localizar. Eran las enfermeras Julita Menéndez Álvarez, María Teresa Martínez González, Marian Solís Tuya y Pilar Quirós Menéndez; los enfermeros David Cueva Rodríguez, Antonio González, Manuel Vallina Pérez, Antolín González López y Casimiro García Cores; la limpiadora Soledad Méndez Pello; la lavandera Felicidad Álvarez; la planchadora y costurera Consuelo Iglesias Fernández; y la cocinera Francisca Vázquez Canseco. Por último, a los investigadores y documentalistas les consta que existen otros trabajadores del Hospital de los que sin tener constancia documental de su asesinato aquel día, a partir de entonces nunca se tuvo jamás noticia, por lo que es muy probable que sus restos cadavéricos estén entre los que se hallen cuando pueda encontrarse la segunda fosa, de paradero ignoto.
Voluntario rescatando memorias en la fosa de Valdediós. Fuente: EL PAIS
Prendedor de pelo encontrado junto a uno de los cuerpos. Aún conserva restos de cabellos de su portadora. Fuente: www.sc.ehu.es
Suelo redondear y rematar mi textos con frases más o menos afortunadas o con reflexiones que llaman a suscitar reacciones. Pero hoy no será así. Ya no tengo tanto estómago como lo tenía hace 8 años cuando comencé esta página de TODOS LOS ROSTROS. Mi corazón se resiente. Quizás algun@ piense que escribir es un ejercicio liberador de tensiones y rencores. Pero no es así. Hablar de muertes e intentar empatizar con el remordimiento que pudo sentirse uno de los asesinos es un proceso repugnante, tóxico y ponzoñoso.
Monasterio y Conventín de Valdediós (Asturias)
Una vez superado el vestíbulo del monasterio, bajo el dintel de la primera puerta que se abre entre los gruesos sillares de piedra para conducir al templo, el rostro del hombre se descompuso y desencajado preguntó a Anita, la encargada de mostrar el edificio a los turistas, por el camino para llegar a la Sala de Física. Desacostumbrada era la petición del hombre, casi disparatada pues no entraba la visión de esa Sala en el circuito para visitantes, pero tan desesperada parecía su requerimiento y tan atormentadas las facciones de su rostro, que Anita lo condujo hasta la estancia. Y allí, el hombre se derrumbó y con llanto apenas contenido, contó aquel desgraciado que nunca olvidaría las pavorosas escenas de horror que allí se vio forzado a contemplar. Violaciones, abusos de todo tipo, crueldades sin cuento, atropellos desmedidos y furiosos excesos mezclados con el desenfreno del alcohol y la despreocupada certeza de que los crímenes quedarían siempre sin castigo.
Explicó entonces que él fue uno de aquellos soldados navarros del IV Batallón de Montaña Arapiles nº 7 de la 6ª Brigada Navarra carlista, desplazado a Asturias para luchar contra las fuerzas republicanas y romper el cerco que los leales impusieron a la ciudad de Oviedo. Y contó que desbandadas las unidades republicanas, la 6ª Brigada se asentó a todo lo largo y ancho de la carretera que va de Oviedo a Villaviciosa, llegando los del Arapiles al Monasterio de Valdediós. Estaba mandado el batallón por el comandante de caballería Emilio Molina, hombre curtido en mil batallas y tan despiadado y sanguinario que el 19 de octubre de 1937 interpreta literalmente las punibles órdenes de su general Mola y ordena liquidar a bayonetazos a 70 republicanos tomados prisioneros entre Caravidales, La Guesal y Cereceda. Y son éstos asesinos los criminales soldados que al llegar tres días después, a las tres de la tarde del 22 de octubre a Valdediós se encuentran con el personal del Hospital Psiquiátrico ovetense de La Cadellada, que buscando resguardo había sido evacuado hasta el monasterio por las milicias leales, conjuntamente con muchos de sus enfermos. Médicos, enfermeras, mantenedores, cocineros y limpiadoras, todos, o casi, afiliados a sindicatos y colaboradores del Socorro Rojo.
Personal del Hospital de Valdediós Enero 1937. Con todas las reservas propias del caso, las personas identificadas serían: 1. desconocido; 2. Adela Alvarez; 3. desconocida; 4. desconocida; 5. E. Montoto; 6. desconocido; 7. Sagrario Estébanez; 8. desconocida; 9. Máximino Manuel González; 10. Lucía González; 11. Concha Moslares?; 12. desconocida; 13. desconocido; 14. desconocido; 15. desconocido; 16. Antonio Piedrahita; 17. Urbano Menéndez; 18. desconocido; 19. Domingo González; 20. Gerardo Pérez. (Foto de Constantino Suarez tomada en Valdediós en Enero de 1937 que se conserva en el Archivo Municipal de Gijón). Fuente: http://elblogdeacebedo.blogspot.com.es
Muchos de los presentes en esta foto de Oviedo formaban parte del personal de Valdediós asesinado. Personal del Fuente: http://elblogdeacebedo.blogspot.com.es
Rosa Florez y u hija Luz Alvarez, ambas asesinadas. Fuente: www.sc.ehu.es
Claudia Alonso Moyano, asesinada. Fuente: www.sc.ehu.esEmilio Montoto, asesinado. Fuente: www.sc.ehu.es
Al atardecer, el cura castrense del Batallón invasor oficia una misa en el Monasterio a la que asisten los militares golpistas y a la que no falta por prudencia el amedrentado personal sanitario. Pero la paz está lejos de asentarse. A las pocas jornadas, cinco trabajadores del Hospital conocidos por haber participado en las algaradas de tres años antes, en octubre de 1934, son detenidos en el monasterio y enviados a la cárcel de Villaviciosa, para ser conducidos desde allí a la prisión del Coto de Gijón y juzgados en Consejo de Guerra por militares implacables que les condenan a terribles penas: a José Álvarez González, conductor del Hospital, a pena de muerte conmutada por perpetua; a Jesús Fuentes Merediz, enfermero, a tres años en prisión; a Fernando González Riancho, portero del Hospital, a 12 años de prisión; y a Gerardo Pérez Anía, peluquero del Hospital, y a Fernando Valledor Prieto, electricista, a sendas penas de muerte, siendo fusilados los dos el 16 de febrero de 1938.
Y el pánico se apodera de los profesionales sanitarios, los cuales a pesar de ser funcionarios no combatientes de la Sanidad local, se saben en peligro. La sospecha está asentada en el miedo ante las historias de letal represión que van dejando a modo de reguero de muerte los ocupantes armados del Batallón y la Brigada navarra a lo largo de todo Asturias. Y el día 27 de octubre la premonición se confirma. Cuentan quienes lo presencian, niños entonces, que a la mañana se presenta un hombre de negro en el monasterio con un papel en la mano, en el cual está anotada una relación de nombres y apellidos a los que hay que disciplinar y reprimir. La lista es leída y el personal afectado, identificado y apartado. Sabemos de todo ello porque un alférez del Batallón logra sacar de la lista el nombre de una enfermera prima suya, para alivio de su hijo de 11 años que desconsolado presencia todo para poder contarlo 70 años después. Pero al caer la noche, los militares se descontrolan. Fuerzan a las mujeres del Hopital a cocinar una macabra cena y a bailar contra su voluntad, y durante la cena sus instintos se desmandan en orgía de alcohol y abusos sexuales. En aquella Sala de Física del Monasterio los soldados franquistas golpean a las enfermeras y tras violarlas, las conducen a ellas y a varios hombres a rastras hasta un bosquecillo de castaños cercano, a escasos 200 metros del monasterio. Los gritos alertan al cura castrense, que lejos de paralizar la matanza, se presenta sólo para bendecir la barbarie y ofrecerse a confesar y dar los últimos auxilios a las víctimas. Y allí, en el bosque, les obligan a cavar varias fosas no demasiado profundas y los verdugos, los mismos que las han violado, las asesinan tirando profúsamente de fusil y las rematan con las mismas armas, reventando sus cráneos a balazos. Pero uno de los soldados, más sensible y quizás contrario al salvaje proceder de sus hermanos de armas, cae desmayado tras conducir a dos mujeres al martirio y presenciar su asesinato, junto con el de otras 9 mujeres más y otros 7 hombres. Ese es el mismo soldado, el mismo hombre cargado de culpas y remordimientos que se sincera con Anita a finales de los años 60 y a la que acompaña al bosquecillo para mostrarle la ubicación de la fosa .
70 años después de aquella barbarie y gracias a este testimonio, saben los memorialistas locales y los deudos de los asesinados del paradero de una de las fosas. Pero la inconsciencia prolongada en la que cayó el soldado tras su desmayo no le permitió conocer la ubicación de las otras fosas. Sin embargo, existe constancia gracias al testimonio del entonces niño Antonio Lorenzo de que son unas 33 las personas fusiladas en el Monasterio.
Situación de la fosa de Valdediós. Fuente: http://elblogdeacebedo.blogspot.com.es
Situación de la fosa de Valdediós. Fuente: http://elblogdeacebedo.blogspot.com.es
Hoy, en 2015 la barbarie continúa. TODOS LOS ROSTROS http://todoslosrostros.blogspot.com es fiel notario de su impunidad. En Valdediós la Memoria sólo ha podido ser parcialmente recuperada. La Sociedad Cientifica Aranzadi, los voluntarios que con ella colaboraron y los memorialistas asturianos de Todos los Nombres Asturias lograron exhumar 17 cuerpos en el año 2003. 8 de ellos pertenecen con total certeza a las enfermeras Rosa Flórez Martínez y Oliva Fernández Valle; a los enfermeros Urbano Menéndez Amado, Emilio Montoto Suero y Antonio Piedrafita García, muerto éste último de un tiro en la espalda al ser abatido mientras intentaba fuga; a las limpiadoras Claudia Alonso Moyano y Soledad Arias Menéndez y a la ayudante de cocina Luz Álvarez Florez. Además, aquel día desaparecieron para siempre otras 13 personas, las cuales probablemente estuvieron enterradas en esta fosa o en otra de las cercanías aún por localizar. Eran las enfermeras Julita Menéndez Álvarez, María Teresa Martínez González, Marian Solís Tuya y Pilar Quirós Menéndez; los enfermeros David Cueva Rodríguez, Antonio González, Manuel Vallina Pérez, Antolín González López y Casimiro García Cores; la limpiadora Soledad Méndez Pello; la lavandera Felicidad Álvarez; la planchadora y costurera Consuelo Iglesias Fernández; y la cocinera Francisca Vázquez Canseco. Por último, a los investigadores y documentalistas les consta que existen otros trabajadores del Hospital de los que sin tener constancia documental de su asesinato aquel día, a partir de entonces nunca se tuvo jamás noticia, por lo que es muy probable que sus restos cadavéricos estén entre los que se hallen cuando pueda encontrarse la segunda fosa, de paradero ignoto.
Voluntario rescatando memorias en la fosa de Valdediós. Fuente: EL PAIS
Distribucion de los cuerpos en la fosa. Fuente: www.sc.ehu.es
Distribucion de los cuerpos en la fosa. Fuente: www.sc.ehu.es
Distribucion de los cuerpos en la fosa. Fuente: www.sc.ehu.es
Distribucion de los cuerpos en la fosa. Fuente: www.sc.ehu.es
Alianza matrimonial encontrada junto a uno de los cuerpos. Fuente: www.sc.ehu.esPrendedor de pelo encontrado junto a uno de los cuerpos. Aún conserva restos de cabellos de su portadora. Fuente: www.sc.ehu.es
Suelo redondear y rematar mi textos con frases más o menos afortunadas o con reflexiones que llaman a suscitar reacciones. Pero hoy no será así. Ya no tengo tanto estómago como lo tenía hace 8 años cuando comencé esta página de TODOS LOS ROSTROS. Mi corazón se resiente. Quizás algun@ piense que escribir es un ejercicio liberador de tensiones y rencores. Pero no es así. Hablar de muertes e intentar empatizar con el remordimiento que pudo sentirse uno de los asesinos es un proceso repugnante, tóxico y ponzoñoso.
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