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'La Contra' resuelve el misterio de una carta escrita hace 77 años
El círculo se abrió en 1938, durante la batalla del Ebro. Un soldado republicano de 15 años de edad perdía en una trinchera de la Terra Alta un macuto con papeles personales. Los recogía poco después un soldado nacional que avanzaba tras los últimos efectivos del Ejército rojo en retirada. Los papeles tenían manchas de sangre. El soldado republicano se llamaba Juan Gonzalvo, según figura en los papeles. El soldado nacional se llamabaFrancisco de Paz.
Durante toda su vida, Francisco De Paz se preguntó quién sería ese "Juan Gonzalvo" cuyo nombre aparecía en los papeles, si seguiría vivo, si podría localizar a sus familiares para devolverle los papeles... No fue capaz, murió en los años 90 sin lograrlo. Y legó su obsesión a su hijo, Ángel De Paz (70 años), con quién contacté el pasado mes de abril. La cosa fue así...
Durante toda su vida, Francisco De Paz se preguntó quién sería ese "Juan Gonzalvo" cuyo nombre aparecía en los papeles, si seguiría vivo, si podría localizar a sus familiares para devolverle los papeles... No fue capaz, murió en los años 90 sin lograrlo. Y legó su obsesión a su hijo, Ángel De Paz (70 años), con quién contacté el pasado mes de abril. La cosa fue así...
-¿Te interesa una entrevista sobre unos papeles encontrados en la batalla del Ebro? -me preguntó mi padre a principios de este año.
Él sabía que me interesaría: cada año entrevisto a algún superviviente de la batalla del Ebro, en recuerdo de mi tío Josep -hermano de mi padre-, herido en La Pobla de Massaluca el mismo día en que cumplía 18 años de edad, el 1 de agosto de 1920, recluta de la tristemente célebre "quinta del biberón", formada por chicos catalanes de 17 y 18 años... que murieron a mansalva en la Terra Alta.
-¿De qué se trata?
-Conozco a una chica, Montse, que colabora en la parroquia de San Félix de Barcelona, donde ya sabes que vamos a misa con la mamá. El otro día me preguntó si te interesaría hablar con su padre, que conserva unos papeles que eran de su padre, que los encontró en la guerra...
-¿Qué tipo de papeles?
-No sé, habla con él. Montse, me ha dado su teléfono. Se llama Ángel De Paz y me dice su hija que le llames cuando quieras, que le encantará hablar contigo.
Pocos días después estaba con Ángel De Paz, en su casa de Barcelona, sentados en la mesa de su salón, con los papeles delante. Su padre los había conservado desde 1938 hasta su muerte. Ángel los había encontrado metidos en unas libretas de memorias de su padre, que había sobrevivido a los frentes de Teruel y del Ebro en las tropas de Franco.
Los papeles tenían manchas de sangre. Ángel había heredado la obsesión de su padre por encontrar al propietario de los papeles. Por eso se le ocurrió contactar con "La Contra". Me gustó la historia y le entrevisté. Fantaseé con la posibilidad de que algún lector tuviese alguna pista sobre aquel desconocido soldado republicano... Algo muy improbable, claro, 77 años después... En 'La contra' describí los viejos papeles (una carta y un certificado de trabajo) y reproduje los datos del soldado: Juan Gonzalvo Cuenca, de 15 años de edad en 1938, empleado de un taller de ferretería de Hospitalet... Esta "Contra" se publicó el 11 de abril.
Y, entonces... ¡milagro! Dos días después contactaba conmigo Nuria Gonzalvo, hija de Juan Gonzalvo, desde Zaragoza. Y me daba la gran noticia: ¡Juan Gonzalvo vivía! Era su padre, de 91 años de edad. Y estaba lúcido. Le pregunté si estaría dispuesto a recibir a Ángel De Paz para que le entregase sus papeles extraviados en una trinchera. Nuria dudó: temía que su padre se excitase demasiado y que eso perjudicase su salud. Le prometí que seríamos cuidadosos, que se trataba sólo de devolverle sus papeles. No le entrevistaría si ella no quería. Me desveló que ella era periodista y que temía un acoso de la prensa a su padre. Lo dejé en sus manos. Me prometió que lo pensaría...
Días después Nuria me llamó. Me contó que tenían un problema familiar, y que posponía la respuesta. Lo entendí, pero le recordé que De Paz se entristecería si no podía cumplir con el sueño de su fallecido padre.... Semanas después volví a llamarla. Lo había comentado con su padre, y habían decidido recibirnos. No me atrevía proponerle una entrevista a su padre. El sábado 20 de junio, emocionados, nos presentamos en su casa, en Zaragoza, Ángel De Paz y yo (y la esposa y un hijo de Ángel, deseoso de vivir el desenlace de una historia que tantas veces había escuchado en casa desde niño). Al llegar, Juan Gonzalvo nos recibió con entusiasmo, pese a su avanzada edad. Es un hombre enérgico, vehemente, muy vitalista, que habla un catalán claro y perfecto, con voz bien entonada. Juan tiene muy viva la memoria de la guerra, a la que se alistó voluntario con 14 años de edad. Durante años ha relatado sus vivencias en cintas de "cassette" que le gusta escuchar antes de dormirse. Lo primero que hizo Juan al vernos fue entregarnos a Ángel y a mí un texto redactado expresamente para nosotros la noche antes. Luego escrutó con atención sus recuperados papeles (como se ve en las fotos que hicimos), y reconoció su propia letra adolescente: uno de los papeles consiste en anotaciones escritas a lápiz, diario del paso del Ebro y de los cuatro primeros días de la batalla...
Luego conversamos, aceptó fotos y respondió con ganas a todas mis curiosidades. Su hija Nuria -que me ayudó a canalizar los ímpetus de su padre- accedió, de acuerdo con él, a que se publicase su entrevista en "la contra", de la que son lectores. Es la que hoy se publica.
Me emocionó, entre otras cosas, ver conversar al nieto del soldado Juan Gonzalvo y al nieto del soldado Francisco de Paz, de la misma edad: sus abuelos estuvieron intentando matarse 77 años atrás, y ahora ellos brindaban con una cerveza fresca en una plaza de Zaragoza... ¡Y yo podía verlo y contarlo! Me enorgullezco de mi trabajo de transportista de historias, de haber propiciado este desenlace de un episodio tan pequeñito de nuestra guerra civil, pero que vuelve a constatar que somos hijos de la guerra, encarnada en personas como Juan o el fallecido Francisco, que también pasó lo suyo...
La guerra civil acabará de verdad con más encuentros como este, entre dos nietos de la contienda, entre un superviviente de un bando y el hijo de un superviviente del otro bando. Ángel de Paz escuchó con atención y respeto a Juan Gonzalvo, el hombre que pudo matar a su padre: reconoció todos los lugares que citaba, porque eran los mismos que citaba su padre. Allí habían estado aquellos dos hombres cruzándose tiros durante semanas, a pocos metros el uno frente al otro... Un fragmento de metralla sigue incrustado en el cráneo de Juan Gonzalvo, cuya sangre debió de manchar sus papeles en la mochila... Merece la pena leer ahora la dos entrevistas juntas, la de Ángel y la de Juan. Y también el texto que me entregó Juan Gonzalvo en su casa, escrito la noche antes de nuestra llegada.
Es el texto de alguien que tuvo 15 años en la guerra y que luego soñó con ser periodista y no pudo, un texto que tiene para mí un valor extraordinario, de último testimonio rescatado de un tiempo de furia y sangre, tan lejano, tan cercano. Dice así:
Es el texto de alguien que tuvo 15 años en la guerra y que luego soñó con ser periodista y no pudo, un texto que tiene para mí un valor extraordinario, de último testimonio rescatado de un tiempo de furia y sangre, tan lejano, tan cercano. Dice así:
"Para el periodista Víctor Amela:
Aunque apenas sé quién eres, a tí puedo decírtelo. Yo sé que escribo mal, escribo como pueden escribir los que tuvimos una infancia dura con escasos libros y muchas horas de calle. Yo sé que escribo mal, pero escribo.
Un día del mes de mayo del año 1938, en plena guerra civil, cuando yo aún no había cumplido los 15 años, en Barcelona sufrimos un cruel ataque de los aviones alemanes, que a las órdenes del fascista general Franco bombardeaban al pueblo republicano.
Decidí entonces alistarme como voluntario para ir a luchar contra los fascistas que ya atacaban Cataluña.
Quise estar en la lucha junto a mis camaradas, mordiendo la tierra áspera de la libertad. Quise estar en la lucha donde caían sin cruz ni fosa los soldados republicanos, los parias, los soñadores, los hombres que se resistían a hincar la rodilla en el suelo, los que gritaban "¡NO!" y levantaban dignos la cabeza.
Voces me decían... "Juanito, Juan, no, no te vayas, no puedes irte, eres muy joven todavía". De nada me sirvió mi poca sabiduría y nuca supe si me equivoqué, y me fui en el silencio de una mañana de esperanza.
Me fui voluntario y en poco tiempo aprendí el uso de las armas y me incluyeron en el batallón de ametralladoras de la 3ª División del 15 Cuerpo de Ejército, que mandaba el general Manuel Tagüeña.
Poco tiempo después, en la madrugada del 25 de julio, nosotros, el Ejército Rojo, cruzamos el Ebro. Atravesé llanuras y subí montañas.
En la lucha estuve con el pecho al aire, libre como un rey destronado, tragué el polvo fúnebre de la tierra ametrallada, olí la pólvora que quemaba en mis pulmones y presentí la herida grande y profunda del insaciable metal que quiso abrir la flor de mi cuerpo.
Si en aquel momento el aire se hubiera llevado mi último suspiro de fiera, allí nadie hubiera vertido una lágrima por mí. En aquellos días, morir era más sencillo que vivir. Entonces yo era muy joven, pero pronto me hice viejo de golpe en el camino.
Ahora ya todo es lo mismo. Mi vida, mi sangre, mi tiempo... Ya todo es lo mismo. Digo lo que siento. Vengo del sueño y estoy cansado de ir y venir, de subir y bajar, pero esta noche tengo el vino dulce en la sangre y el ritmo de una canción lejana. No estoy aquí para pasar el rato, quiero comprender y por eso busco y pregunto, por eso escucho y observo.
Estos párrafos que vas a leer ahora los dediqué al camarada teniente Martos, jefe del batallón divisionario de la 3ª Divisiópn del 15 Cuerpo del Ebro, muerto en primera linea de fuego el día 19 de agosto de 1938 en el vértice Gaeta:
'Sin proponérmelo hoy ha venido a mi memoria aquella tarde clara y violenta. Recuerdo todavía los pinos volando a trozos por los aires. Te vi dominando la montaña crecida sobre la tempestad de la metralla. Te vi sobre la herida que tritura, allí donde la vida deja de serlo. Te vi plantando cara a la muerte. Te vi alzarte contra el miedo y en el miedo crecerte contra el furioso cielo, que alevosamente descendía tan repleto de pólvora y muerte. Te vi entero sobre la tierra que tu sangre regaba, inmóvil entre el plomo y el acero ante la muerte que avanzaba en tu pecho. Yo sé, camarada Martos, que ahí donde tú caíste tu sangre desbordada reverdecerá el viejo corazón de la tierra y que tu vida no cesa ni paraliza la lucha de tus huesos con la nada. Lo que en la noche su negrura entierra, una aurora lo realiza. Cuando hayamos matado al odio virulento y nuestros puños derriben a la ira, un rayo de esperanza se alzará con nosotros en el viento para decirte: '¡¡Mira, teniente Martos, caíste.., pero no vencido!!'
Esto lo escribí en un lugar a orillas del Ebro el día 19 de agosto de 1988.
JUAN GONZALVO
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