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jueves, 9 de julio de 2015
Me doy cuenta de que toda mi vida conduce a este momento. A este instante postrero. Años de trabajos y privaciones; años de defensa a ultranza de la cultura popular canaria de mis compañeros de hoy y de mis ancestros guanches; años de aprendizaje, de entrenamientos y de esforzadas victorias. Y años de profundas e íntimas vivencias con las costumbres, las canciones y el habla del pueblo llano, el mismo al que los ricos de aquí y los godos venidos de allá consideran ordinario y vulgar. Y por esa identificación mía con el proletariado y por defender su sentir durante estos años de República, quieren los fachones estos matarme como a un perro. Saben que soy el mejor y más conocidos de los luchadores de la isla, el Pollo entre los pollos, el campeón de la lucha de Gran Canaria y para ablandar mi resistencia y acrecentar mi humillación, estos bárbaros me han dado duro. Horas y horas de terribles golpes en la cara, en el cuerpo, en las piernas y en los brazos. Me han tirado al suelo y me han apalizado a patadas y a golpes de vergajo. Saben que me han vencido. Y creen que me han derrotado, porque así se lo he hecho saber con mi gesto abatido, con mi palmaria actitud de cansado sometimiento y abandono. Pero parece que el azul mahón de las camisas que visten y el ilusorio poder del que les dotan las pistolas con las que nos amenazan les ha nublado el entendimiento. Y quizás se hayan dejado llevar también por el ansia apresurada de agradar al sádico asesino millonario Eufemiano Fuentes y a su sicario Sixto García, jefes de centuria falangista o como se llamen estas bestiales brigadas del "amanecer" de la muerte. Sin embargo, de mi memoria no se ha desvanecido el fresco recuerdo de las bárbaras torturas a las que estas alimañas sometieron hace pocos días a Castillo, al que colgaron salvajemente con dos ganchos de trinchar pescado metidos por las órbitas de sus ojos, o a Juan Moreno, al que arrancaron los intestinos después de abrirlo en canal.
Por eso sé cual es mi destino. Sé que voy al matadero, embrcado con una veintena de mis compañeros en la caja de un camión descubierto. Al no haber grilletes, nos han lazado las muñecas con alambres pero no han tomado la precaución de hacerlo con nuestras manos a la espalda. Y es entonces, con el cabeceo del frenazo al llegar al destino, cuando me doy cuenta de que hemos llegado ante la sima de Jinámar. A empellones nos bajan del camión y nos golpean con las armas mientras nos aproximan hacia la boca de la sima. Y a un paso del abismo, comienzan su matanza. A capricho: a unos les meten dos tiros de fusil en el pecho y empujan sus cadáveres a las inmensas profundidades volcánicas; a otros los conducen al mismo borde y les descargan un sólo tiro en la cabeza que les hace estallar el craneo y caer desmadejados por el oscuro precipicio. Y entre risas, insultos y carcajadas de desprecio, a mí me acercan hasta el filo del insondable agujero; tienen la certeza de haber aniquilado todas mis resistencias y confían en mi apática actitud ante la inminente muerte. Pero desconocen que el secreto de la lucha canaria reside en la añagaza y el engaño y la victoria nunca está en el luchador que ataca, sino en el que sabe a fuerza de cultivada intuición cuando aplicar las mañas para aprovechar la fuerza del contrario y convertir ese inútil impulso del enemigo en la llave de su derrota. Y así es; no quieren dispararme, no. Quieren vanagloriarse luego, de haber lanzado con sus propias manos al insondable agujero de Jinámar al Pollo Florido. Y así lo hacen. Pero en ese segundo eterno que dura la vida justo antes de perderla, en ese grandioso momento en el que un solo suspiro se transforma en el infinito, cuando ninguno de ellos lo espera, imagino el supremo terrero, comienzo la más deportiva y postuma de mis luchadas, agarro al falangista Palacios que personalmente me quiere dar muerte, le hago un "sacón de camisa" y me arrojo con él al vacío. Y mientras el tiempo se para, justo antes de morir, desboco mi corazón y lo lanzo sin freno hacia mi pueblo canario de hoy y del mañana, esperanzado en que mi mensaje de amor y sacrificio supremo no se desvanezcan entre la desmemoria interesada que mis verdugos sembrarán en las generaciones futuras.
Por eso sé cual es mi destino. Sé que voy al matadero, embrcado con una veintena de mis compañeros en la caja de un camión descubierto. Al no haber grilletes, nos han lazado las muñecas con alambres pero no han tomado la precaución de hacerlo con nuestras manos a la espalda. Y es entonces, con el cabeceo del frenazo al llegar al destino, cuando me doy cuenta de que hemos llegado ante la sima de Jinámar. A empellones nos bajan del camión y nos golpean con las armas mientras nos aproximan hacia la boca de la sima. Y a un paso del abismo, comienzan su matanza. A capricho: a unos les meten dos tiros de fusil en el pecho y empujan sus cadáveres a las inmensas profundidades volcánicas; a otros los conducen al mismo borde y les descargan un sólo tiro en la cabeza que les hace estallar el craneo y caer desmadejados por el oscuro precipicio. Y entre risas, insultos y carcajadas de desprecio, a mí me acercan hasta el filo del insondable agujero; tienen la certeza de haber aniquilado todas mis resistencias y confían en mi apática actitud ante la inminente muerte. Pero desconocen que el secreto de la lucha canaria reside en la añagaza y el engaño y la victoria nunca está en el luchador que ataca, sino en el que sabe a fuerza de cultivada intuición cuando aplicar las mañas para aprovechar la fuerza del contrario y convertir ese inútil impulso del enemigo en la llave de su derrota. Y así es; no quieren dispararme, no. Quieren vanagloriarse luego, de haber lanzado con sus propias manos al insondable agujero de Jinámar al Pollo Florido. Y así lo hacen. Pero en ese segundo eterno que dura la vida justo antes de perderla, en ese grandioso momento en el que un solo suspiro se transforma en el infinito, cuando ninguno de ellos lo espera, imagino el supremo terrero, comienzo la más deportiva y postuma de mis luchadas, agarro al falangista Palacios que personalmente me quiere dar muerte, le hago un "sacón de camisa" y me arrojo con él al vacío. Y mientras el tiempo se para, justo antes de morir, desboco mi corazón y lo lanzo sin freno hacia mi pueblo canario de hoy y del mañana, esperanzado en que mi mensaje de amor y sacrificio supremo no se desvanezcan entre la desmemoria interesada que mis verdugos sembrarán en las generaciones futuras.
Vista satelital de la sima de Jinámar. Fuente: vivoenjinamar.wordpress.com
Representación infográfica de la sima de Jinámar. Fuente: crucesgc.blogspot.com
Cruces critianas junto a la boca de la sima de Jinámar. Fuente:crucesgc.blogspot.com
Boca de la sima de Jinámar. Fuente: foro-ciudad punto com
Post scriptum: José Florido, vigente campeón de lucha canaria, fue asesinado en 1936 por los criminales golpistas en Jinámar. Antes de morir, arrastró en su caída hacia la muerte al falangista Vicente Palacios, obligando así a uno de sus verdugos a compartir su suerte. Como Florido, miles de grancanarios perdieron la vida por el golpe fascista. Al menos, mil fueron arrojados a la sima de Jinámar y a los acantilados, barrancos y pozos de Cardones, Tenoya, Guayadeque, Los Arenales, Las Lapas, Las Brujas, Malpaso, Tinoca o Marfea. Otros muchos, fueron maniatados, adentrados en el mar y tirados desde las bordas de las embarcaciones con pesas ensogadas a sus cuellos. Las familias de la gran mayoría de los asesinados nunca pudieron recuperar sus cuerpos. Nunca verdugo alguno de aquellos inocentes penó por su responsabilidad en las matanzas. Sólo, si acaso, el asesino Vicente Palacios, con el que José Florido, hombre a carta cabal, hizo la debida y necesaria Justicia.
Escena de una agarrada exitosa durante una luchada típica canaria. Fuente: webdelanzarote.com
Característicos luchadors canarios, en esta ocasión lanzaroteños. Fuente: webdelanzarote.com
Addenda: la inspiración de esta historia surgió en mí tras la lectura del capítulo "Canarias" del libro "Las fosas de Franco", de Emilio Silva y Santiago Macías. RBA Editores. Gracias a los dos.
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