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Además del dossier reflejado en la portada sobre “La resaca de la Primavera Roja”, en el nuevo número de ATLÁNTICA XXII que acaba de salir a la calle hay otro dedicado a los torturadores y maltratadores del franquismo que aún están vivos y gozan de total impunidad.
En el primero de estos dossieres el artículo central es de Diego Díaz, complementado con un reportaje sobre el cierre del Centro Social Autogestionado La Madreña, de Idoya Rey, con otro de Luis Aurelio González Prieto sobre “La idea de casta política en Podemos” y con una entrevista al constitucionalista Miguel Presno, realizada por Pablo Batalla.
El dossier sobre la represión de las fuerzas del orden en el franquismo, coincidente con la investigación de la jueza argentina María Servini, consta de diez páginas con diferentes informaciones y entrevistas. El reportaje central, sobre dos de los denunciados que investiga Servini y otros policías franquistas con similar historial profesional, fue un trabajo conjunto de Fernando Romero, Vicente Bernaldo de Quirós, Blanca M. García, Xuan Cándano e Iván Martínez.
El número 33 de la revista, con otras muchas informaciones, reportajes y entrevistas en 80 páginas, ya está a la venta en sus puntos de venta habituales.
Uno de los autores del reportaje “Torturadores franquistas vivitos y coleando” es el periodista asturiano Vicente Bernaldo de Quirós. Militante del PCE en el tardofranquismo, cuando era universitario, Vicente cuenta en el artículo que publicamos a continuación, en exclusiva en esta web, los malos tratos que padeció entonces y los malos ratos que soportó mucho más tarde, en plena democracia, con el trato de favor por parte del PSOE que tuvieron muchos de aquellos turbios servidores del franquismo que nunca fueron purgados.
Intachables palizas democráticas
Vicente Bernaldo de Quirós / Periodista.
Cuando en los primeros meses del año 2002 me encontré con la desagradable noticia de que el ex policía de la Brigada Político-Social en tiempos del franquismo, Julio Bregón (cuando yo era un joven universitario lo conocíamos como Julio Obregón, quizá porque convertíamos en una sola letra la última de su nombre y la primera de su apellido), mi primera reacción fue la sorpresa para, paulatinamente, ir convirtiéndose en cabreo. Confiando en que se trataba de un error, un grupo de personas tratamos de convencer a la entonces consejera de la Presidencia, de la que dependía el nombramiento del director general de Interior, María José Ramos, para que se diera marcha atrás en el nombramiento. Nuestra propuesta fue contestada con el desentendimiento y, más tarde, con una serie de reproches bastante injustos; espero que, con el paso el tiempo, algunos se hayan dado cuenta de su error.
No era la designación en sí la causante de mi (nuestra) indignación, sino el hecho de que en la biografía novelada del nombramiento por el Consejo de Gobierno se hablaba de un policía de “intachable trayectoria democrática”. Y eso sí que no. Podrían haber sido otras las razones, incluso podría haberse colado en la referencia al nombrado que era un hombre de pasado franquista y represor, pero que había rectificado y abrazado los principios democráticos. Nadie está libre de errores de juventud y, en este caso, aunque pudiera parecerme menos bien, habría entendido que la reconciliación nacional permitía a un agente del Régimen convertirse en un agente de la democracia. No sería el primero.
Lo que más me dolió era el engaño en la biografía. Yo llevé durante algún tiempo las cicatrices en mi cuerpo de las palizas que este hombre “de intachable trayectoria democrática”, junto con otros compañeros, me propinó en las dependencias de la Comisaría de Policía de Oviedo en enero de 1974.
No solamente era yo el que se acodaba de Bregón como policía y a la vez estudiante universitario. A raíz de la denuncia comenzaron a aparecer varias personas dispuestas a testificar que el director general de Interior era el mismo hombre que les maltrataba en los calabozos policiales. Y entonces la bola comenzó a crecer y a rodar hasta el punto de que era casi quimérico aguantar un nombramiento así por un Gobierno del PSOE. Las presiones al presidente del Principado aparecieron en diversos frentes (en el interior de su partido, también) y, en una comparecencia parlamentaria en abril de 2002, Julio Bregón reconoció las principales acusaciones y decidió presentar la dimisión. Era la mejor decisión que podía tomar, aunque eso impedía un análisis profundo y serio sobre los límites de la reconciliación y el futuro de los torturadores. El propio Bregón decidió desistir en el mismo instante que comenzaba el juicio de la querella que había presentado contra mí y mi amigo Juan Neira por supuestas calumnias.
Siento cierto pudor al recordar aquellos momentos, sobre todo porque las palizas y la tortura policial que me infligieron los miembros de la Brigada Político-Social fueron relativamente escasas, en comparación con las atrocidades que los esbirros del Régimen propinaron a muchos antifascistas y demócratas durante los años del franquismo, que acabaron con la vida de buenos luchadores por la libertad. Pero dicen que Dios escribe derecho con reglones torcidos y las circunstancias quisieron que yo fuera la herramienta justiciera para contar la verdad de la Historia.
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