dimecres, 3 de setembre del 2014

El asesinato del bebé Braulio y la lesa humanidad de la jueza


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El asesinato del bebé Braulio y la lesa humanidad de la jueza
El niño Braulio dormía plácidamente en su humilde cunita, sus sueños mágicos navegaban entre nubes rosadas y racimos de mariposas multicolores. Eran las 12 de la noche cuando de repente golpearon violentamente la puerta y se escuchó un disparo, que voló la cabeza al perrillo podenco que ladraba amarrado en la entrada de la vivienda.
Los falangistas junto a otros fascistas vecinos del pueblo de Tamaraceite, entraron en la casa de Pancho dando gritos, golpes y amedrentando a los tres hermanos del bebé.
Esos niños descalzos, vestidos con harapos que aullaban de miedo, que percibieron un odio nunca visto en aquellas bestias vestidas de azul. Lola, su madre trató de pararlos, pero ya era tarde cuando golpearon el empobrecido lecho de Braulio y una mano, casi una garra de un asesino con correajes, lo lanzó de cabeza contra la pared. En ese momento se hizo el silencio, los niños dejaron de llorar y Lola García se quedó paralizada, helada, como en un sueño terrible, ante el horrendo espectáculo de la sangre que manaba del cráneo destrozado de su pequeñín agonizante. A los pocos días el angelito falleció en los brazos de su desgraciada madre y fue enterrado casi en secreto, al negarse la parroquia del pueblo a hacerle una misa funeral por ser hijo de un comunista fugado.
Todo esto pasó en el municipio de San Lorenzo en la isla de Gran Canaria, en diciembre de 1.936, mientras un grupo de franquistas buscaban a los republicanos evadidos. Esta espantosa acción que acabó con la frágil vida del bebé Braulio tiene nombres y apellidos, los de unos asesinos brutales que llenaron los pozos, las simas, las fosas y las cunetas de estas islas atlánticas de miles de personas, de gente de todas las edades que solo defendían pacíficamente la democracia y la libertad.
A los pocos meses, el 29 de marzo de 1937 a las 4 de la tarde, el pelotón de fusilamiento mataba al padre de Braulio, junto con el alcalde de San Lorenzo, Juan Santana Vega, el secretario municipal, Antonio Ramírez Graña, el inspector jefe de la policía local, Manuel Hernández Toledo y el intelectual y sindicalista de Guanarteme, Matías López Morales. Cinco hombres inocentes que fueron detenidos ilegalmente, torturados salvajemente y asesinados por unos genocidas, por unos psicópatas compulsivos, erigidos vergonzosamente como defensores de los oscuros valores del fascismo español.
Setenta y cinco años después como nieto de Francisco González Santana y sobrino del bebé Braulio González García, no puedo más que estremecerme cuando compruebo que la jueza del Juzgado de Instrucción nº 5 de Las Palmas, nos desestima nuestra demanda para recuperar los huesos de mi abuelo y los del resto de compañeros, enterrados como basura en la fosa común del Cementerio de Vegueta. Lo único que pedíamos era identificarlos y darles una sepultura digna.
Un escalofrío siniestro me recorrió el cuerpo cuando leí el Auto judicial firmado por esta señora jueza, donde dice que “no se aprecian delitos de lesa humanidad ni de detención ilegal”. Volví de nuevo de golpe a los años terribles del franquismo, donde todo nos era denegado, hasta la recuperación de las propiedades que nos robaron, que nos expropiaron desde el momento del fusilamiento, quedando para siempre en manos de las mafiosas familias de los falangistas.
Esta decisión judicial nos ha golpeado la dignidad con un mazo de odio, nos ha removido las tripas y esa parte de la conciencia que ya creíamos dormida para siempre. Mi padre con 87 años lleva varias semanas sin entender porque no le dejan recuperar los huesos paternos, me pregunta ¿Cómo pueden negarnos algo tan simple? No lo entiende aunque se lo explique miles de veces ¿Cómo en una supuesta democracia se le puede negar a unas familias enterrar dignamente a sus muertos asesinados? Recuperar unos huesos que nos pertenecen por esa justicia universal que va más allá de las togas y los intereses políticos.
El niño Braulio descansa en el pequeño Cementerio de San Lorenzo en una tumba sin nombre, estoy seguro que donde esté también se le habrá removido el alma ante esta nueva injusticia, ante este nuevo atentado a los derechos de nuestra familia, de las cientos de miles de familias de todo el estado español que siguen buscando a sus muertos, a los asesinados por el franquismo, a las personas justas que en esos años de esperanza trataban de que la vida fuera mejor para todos, que sintieron un perfumado halo de esperanza cuando la legítima democracia republicana irrumpió en sus vidas, cuando sintieron que era posible acabar con los abusos de poder y el caciquismo ancestral.
Seguimos y seguiremos luchando hasta el final, nadie nos podrá parar ni con injustos Autos judiciales, ni con descerebradas medidas represivas, porque nuestra fuerza radica en los principios ya eternos de nuestros muertos, en la santa inocencia de un niño asesinado, en el ejemplo heroico de todas las personas que entregan su vida por los demás sin pedir nada a cambio.
Es de justicia.