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R. Pérez Barredo / Alcocero - domingo, 6 de marzo de 2016
El bufete de abogados que está denunciando la pervivencia de vestigios de la dictadura por contravenir la Ley de la Memoria Histórica insta a la Diputación de Burgos a que actúe también en el Monumento a Mola que se ubica a 3 kilómetros de Alcocero
La procesionaria es una oruga invasiva: coloniza los pinos y, aunque no los mata, sí los debilita sobremanera, dejándolos inermes, a merced de otras plagas. En el cerro al que se sube desde Alcocero por una carretera que vivió tiempos mejores reina este lepidóptero defoliador: largas, interminables filas de orugas se mueven por el suelo con tanta lentitud como obstinación. Hay restos de nieve en este paraje que parece tan alejado del mundo. Pero la armonía natural del altozano ha sido quebrada en su punto más alto por la mano del hombre. Entre los pinos que a buen seguro conquistarán esas miles de orugas, se abre una gran explanada como un cortafuegos de interminables escalones que separan dos monumentos imponentes. Como la procesionaria, a estos monolitos los está devorando otra plaga: la del olvido. ¿O no?
La localidad de Alcocero saltó hace unos días a la actualidad después de que su ayuntamiento fuese denunciado por conservar el impuesto apellido ‘de Mola’, hecho que contraviene -según el abogado denunciante, Eduardo Ranz, que está librando una batalla personal contra la permanencia de vestigios de la dictadura- la vigente Ley de Memoria Histórica. El alcalde accidental manifestó tras conocerse la demanda que, si en efecto el nombre incumple la ley, éste se retiraría. Sin embargo, resultaría contradictorio o, cuando menos, incompleto: a sólo tres kilómetros del pueblo, y perfectamente señalizado, se ubica el gran monumento. Pero hay más: en un gran panel informativo ubicado a la entrada del pueblo, el complejo arquitectónico erigido a la memoria del general golpista se vende como uno de los principales reclamos turísticos.
«No puede permitirse este homenaje a la nostalgia y la exaltación de la Guerra Civil. Es contrario a la dignidad como Estado, como país, a la Ley de Memoria Histórica e incluso a la Constitución española», asegura Eduardo Ranz a este periódico. Para este letrado, los alcaldes de zonas como esta de Burgos o las Diputaciones a las que pertenecen, han tenido ocho años para adoptar medidas encaminadas a su retirada o, como mínimo, de la simbología más visible, así como la colocación de una placa que explique bien qué es ese monumento. Y, en cualquier caso, que sea un profesional quien determine el destino del mismo.
El hecho de que esta construcción se utilice como reclamo turístico de la comarca es para este abogado «una incitación al odio. Es algo impresentable e incomprensible.Y se está haciendo publicidad de algo que es ilegal». Ranz asegura que si el Ayuntamiento de Alcocero o la Diputación de Burgos no toman cartas en el asunto también del monumento, serán demandados por el bufete que representa.
El gran mausoleo. El silencio sobrecoge en esta suerte de Valle de los Caídos burgalés, este gran mausoleo construido a la memoria de Emilio Mola, general sublevado que perdió la vida en este paraje junto a otros cuatro hombres tras estrellarse la avioneta en la que viajaban. Sucedió el 3 de junio de 1937. La inesperada muerte en plena Guerra Civil de uno de los ideólogos y atizadores de la rebelión militar contra el gobierno de la República lo convirtió en mártir e icono venerado de la por ellos mismos llamada ‘Nueva España’. Allí, en el lugar del siniestro y dos años más tarde, se erigió este gran monumento siguiendo el patrón clásico de la arquitectura fascista, con ese aire de monumentalidad y solemnidad.
Fue construido por presos republicanos sobre una extensión de 12.000 metros cuadrados. Dos son sus elementos principales: un monolito de veinte metros de altura, construido en hormigón y que se erige, siniestro, en el punto más alto de la colina, con el nombre de Mola en letras grandes y un escudo con el águila imperial. Antes de que fuese tapiado, se podía acceder a su interior y subir hasta lo alto de la torre por una escalera de caracol; el segundo es una edificación de cinco arcos que recuerdan a los fallecidos, cuyos nombres son perfectamente legibles en la parte superior.
La inscripción. En la base del pórtico, que recuerda un altar, se halla grabada esta inscripción, que se puede leer pese a que algunas palabras han sido deliberadamente borradas: El día 3 de junio de 1937, el invicto general D. Emilio Mola Vidal cayó en este lugar, víctima de un accidente, derivado de su actividad en el mando y de su valor militante. Quien cien veces en su vida arrostró el peligro de la guerra con ánimo sereno y corazón levantado, vino a morir con las alas rotas en día de niebla sobre estas tierras que su nombre han hecho sagradas. Como símbolo de lo que fue en vida, su muerte se preparó en el vuelo, entre las nubes, y en ellas quedó su espíritu abierto a las luces de la inmortalidad. ¡Honor a su recuerdo, que en el futuro marcará el pórtico de la nueva reconquista de España! El corazón en alto, por su gloria. Y en lo labios de quien se detenga ante este recinto sagrado, una oración. Esta parte del gran túmulo ha sido objeto de pintadas y de actos vandálicos.
En el espacio anejo a la arquería hay también, junto a dos cipreses, cinco cruces en recuerdo de Mola y de los otros fallecidos: el teniente coronel Pozas, el comandante Senac, el sargento Barreda y el capitán Chamorro. Están distribuidas en el lugar en el que fueron hallados los cadáveres. El monumento fue inaugurado dos años después del siniestro. El ‘recinto sagrado’, como fue bautizado con toda la prosopopeya franquista, recibió la bendición de Francisco Franco en un acto multitudinario en el que no faltó ni la guardia mora, una solemne misa de campaña y el vuelo acrobático de aviones que dibujaron un estela en forma de cruz; aviones que dejaron caer una lluvia de flores sobre el monumento al que ahora sólo visita la procesionaria.
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