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Hace ya 25 años que murió Jaime Gil de Biedma. Uno cobra verdadera conciencia del tiempo cuando descubre que el presente también empieza a estar lejos. Resulta menos inquietante la distancia de un pasado lejano, el recuerdo incierto de una casa infantil o un episodio a medio deshacer en el patio de un colegio. Pero los años también alejan el presente, esa parte fundamental que es el eje, la razón de una vida, y ponen una distancia de fechas en lo que nos acompaña a nosotros mismos cada vez que decimos yo. Hay un momento en el que los años hacen del pasado un presente, es decir, tal vez un regalo, pero siempre una actualidad. Ocurre lo mismo con el futuro.
Lo bueno de los poetas que uno lleva dentro es que siempre tienen un poema para cada ocasión. No se trata de que nos digan lo que debemos hacer, sino de que saben acompañarnos en lo que estamos haciendo. Nos devuelven el sabor de nuestra vida en forma de realidad actual. Leo un poema del primer libro de Jaime, Compañeros de viaje (1959), titulado "De ahora en adelante". Es un poema de iniciación y reconocimiento. El protagonista asume su propia personalidad al intuir que ser otro supone también ser en los otros, ponerse a disposición de los otros como un modo de definir la lealtad con uno mismo. “Llamaban –escribe Jaime–. Algo, ya comenzado, no admitía espera”.
A veces ser dueño del propio destino sólo es posible cuando uno decide responder y acudir a una llamada ajena. Jaime escribe en los años de la poesía social. Los intelectuales burgueses se comprometían en la lucha contra el franquismo y en la defensa de la clase obrera, maltratada por “el desprecio total de que es capaz, frente al vencido, un intratable pueblo de cabreros”. Para un poeta como Jaime Gil de Biedma acudir a la cita no sólo significaba querer, sino también ser querido. Necesitaba conservar en el nosotros su propia manera de ser: “Amigos míos, o mejor: compañeros, necesitan, quieren lo mismo que yo quiero y me quieren a mí también, igual que yo me quiero”.
La conciencia es un modo de quererse a uno mismo, un querer ser de una manera, un deseo del yo que puede integrarse sin violencia como parte del nosotros. Jaime, entre otras muchas cosas, era homosexual. Desde luego, una cosa importante, sobre todo cuando se vive en tiempos de desprecio y represión. La necesidad de defenderse ante los inquisidores y los castigos coincidió de manera muy fértil con una elaborada teoría poética. Se trataba de convertir el yo biográfico en un personaje literario, una identidad compartida con los lectores. La experiencia del otro, con su historia y su manera de decir yo, habita en los versos y crea un sentido propio y compartido. Compartirse nunca es igual que confundirse.
Jaime escribe “apenas puedo recordar qué fue de varios años de mi vida, o adónde iba cuando desperté y no me encontré solo”. En ese “De ahora en adelante” se llena de sentido el descubrimiento y se alude tanto a la condición sexual de un amanecer como a la respuesta política de un compromiso público. Eran muchos los grupos perseguidos: los emigrantes, los hombres injuriados, las familias hambrientas, las mujeres humilladas… En el poema “A una dama muy joven, separada”, da un consejo rotundo. La amiga debe pensar bien lo que hace “porque estamos en España, porque son uno y lo mismo los memos de tus amantes, el bestia de tu marido”.
Esta meditación sobre el diverso carácter de las represiones hizo que los poemas eróticos de Jaime fuesen una de las partes más vivas de lacultura antifranquista. Convirtieron el deseo de libertad en educación sentimental y ayudaron a comprender que la intimidad es también un territorio histórico en el que se juega la emancipación. Poemas como “Pandémica y Celeste”, “Un cuerpo es el mejor amigo del hombre” o “Contra Jaime Gil de Biedma”, están siempre ahí, esperándome, esperándonos. También “Albada”, ese diálogo con la poesía trovadoresca que reivindica la carnalidad de los amantes clandestinos: “Porque conozco el día que me espera, y no por el placer”.
Cuando conocemos los días que nos esperan, es bueno acudir a la poesía. Aunque hayan pasado 25 años de su muerte y las fechas empiecen a sentirse lejanas, los recuerdos y los versos forman parte de nuestro presente, le dan significado. Recordando a Auden, escribe Jaime en “De ahora en adelante” que todas las mañanas traen “verbos irregulares que es preciso aprender, o decisiones penosas y que aguardan examen”.
No es mala perspectiva para reconocer y reconocerse, para saber que los sueños públicos son imposibles sin la transformación de la vida cotidiana y que la política se resiente si no hay una diaria transformación de la política. Es el único modo de decir nosotros, de querer y de ser queridos así, como queremos que nos quieran.
Lo bueno de los poetas que uno lleva dentro es que siempre tienen un poema para cada ocasión. No se trata de que nos digan lo que debemos hacer, sino de que saben acompañarnos en lo que estamos haciendo. Nos devuelven el sabor de nuestra vida en forma de realidad actual. Leo un poema del primer libro de Jaime, Compañeros de viaje (1959), titulado "De ahora en adelante". Es un poema de iniciación y reconocimiento. El protagonista asume su propia personalidad al intuir que ser otro supone también ser en los otros, ponerse a disposición de los otros como un modo de definir la lealtad con uno mismo. “Llamaban –escribe Jaime–. Algo, ya comenzado, no admitía espera”.
A veces ser dueño del propio destino sólo es posible cuando uno decide responder y acudir a una llamada ajena. Jaime escribe en los años de la poesía social. Los intelectuales burgueses se comprometían en la lucha contra el franquismo y en la defensa de la clase obrera, maltratada por “el desprecio total de que es capaz, frente al vencido, un intratable pueblo de cabreros”. Para un poeta como Jaime Gil de Biedma acudir a la cita no sólo significaba querer, sino también ser querido. Necesitaba conservar en el nosotros su propia manera de ser: “Amigos míos, o mejor: compañeros, necesitan, quieren lo mismo que yo quiero y me quieren a mí también, igual que yo me quiero”.
La conciencia es un modo de quererse a uno mismo, un querer ser de una manera, un deseo del yo que puede integrarse sin violencia como parte del nosotros. Jaime, entre otras muchas cosas, era homosexual. Desde luego, una cosa importante, sobre todo cuando se vive en tiempos de desprecio y represión. La necesidad de defenderse ante los inquisidores y los castigos coincidió de manera muy fértil con una elaborada teoría poética. Se trataba de convertir el yo biográfico en un personaje literario, una identidad compartida con los lectores. La experiencia del otro, con su historia y su manera de decir yo, habita en los versos y crea un sentido propio y compartido. Compartirse nunca es igual que confundirse.
Jaime escribe “apenas puedo recordar qué fue de varios años de mi vida, o adónde iba cuando desperté y no me encontré solo”. En ese “De ahora en adelante” se llena de sentido el descubrimiento y se alude tanto a la condición sexual de un amanecer como a la respuesta política de un compromiso público. Eran muchos los grupos perseguidos: los emigrantes, los hombres injuriados, las familias hambrientas, las mujeres humilladas… En el poema “A una dama muy joven, separada”, da un consejo rotundo. La amiga debe pensar bien lo que hace “porque estamos en España, porque son uno y lo mismo los memos de tus amantes, el bestia de tu marido”.
Esta meditación sobre el diverso carácter de las represiones hizo que los poemas eróticos de Jaime fuesen una de las partes más vivas de lacultura antifranquista. Convirtieron el deseo de libertad en educación sentimental y ayudaron a comprender que la intimidad es también un territorio histórico en el que se juega la emancipación. Poemas como “Pandémica y Celeste”, “Un cuerpo es el mejor amigo del hombre” o “Contra Jaime Gil de Biedma”, están siempre ahí, esperándome, esperándonos. También “Albada”, ese diálogo con la poesía trovadoresca que reivindica la carnalidad de los amantes clandestinos: “Porque conozco el día que me espera, y no por el placer”.
Cuando conocemos los días que nos esperan, es bueno acudir a la poesía. Aunque hayan pasado 25 años de su muerte y las fechas empiecen a sentirse lejanas, los recuerdos y los versos forman parte de nuestro presente, le dan significado. Recordando a Auden, escribe Jaime en “De ahora en adelante” que todas las mañanas traen “verbos irregulares que es preciso aprender, o decisiones penosas y que aguardan examen”.
No es mala perspectiva para reconocer y reconocerse, para saber que los sueños públicos son imposibles sin la transformación de la vida cotidiana y que la política se resiente si no hay una diaria transformación de la política. Es el único modo de decir nosotros, de querer y de ser queridos así, como queremos que nos quieran.
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