dijous, 23 d’abril del 2015

Ian Gibson: "Los documentos demuestran que no fue un asesinato callejero".


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Federico García Lorca
Federico García Lorca, el 26 de febrero de 1933 en la plaza de los Olmos, en Toledo. /MARCELLE AUCLAIR
Ian Gibson, biógrafo de Federico García Lorca, ha destacado la importancia de los documentos porque desmontan la versión sostenida por la dictadura sobre el crimen del poeta. "El informe que piden es contundente. Demuestra que no fue un asesinato callejero, que fue sacado del Gobierno Civil para asesinarlo. Ellos mismos lo dicen", señala. "Lo que más me gusta es cuando Camilo Alonso Vega le dice a Castiella que 'peor es menearlo", agrega.
El relato mecanografiado el 9 de julio de 1965 en Granada por un policía que no se identifica no deja dudas sobre la responsabilidad política del ejército franquista en la detención y asesinato del poeta en 1936: "En el cuartel de Falange, instalado en la calle San Jerónimo, se hallaban el jefe de bandera don Miguel Rosales Camacho cuando en él se presentaron el diputado obrerista por la CEDA, don Ramón Ruiz Alonso, don Juan Trescastro, don Federico Martín Lagos y algún otro que no ha podido precisarse, con una orden de detención dimanante del Gobierno Civil contra FEDERICO GARCÍA LORCA, para cuyo cumplimiento requirieron al señor Rosales Camacho al objeto de que éste les franqueara su domicilio, al que se dirigieron en compañía de este, quien advirtió al llegar al mismo que había sido rodeado con gran aparato por milicias y guardias de asalto que tomaron todas las bocacalles y tejados próximos".
Para ser justos, Gibson advierte de que la primera alusión que se realiza a este informe policial se recoge en el libro Los últimos días de Federico García Lorca, de Eduardo Molina Fajardo, publicado de forma póstuma. En el texto no se reproducían los documentos oficiales, pero se resumía su contenido. "Él ha visto ese informe, es de justicia reconocerlo", puntualiza el historiador.
Los documentos difundidos por la Cadena Ser evidencian, según Gibson, que todo los argumentos facilitados por la dictadura eran "falsos". El régimen nunca reconoció su implicación en el crimen del poeta, que se convirtió en una de sus grandes incomodidades internacionales. "Hasta la muerte de Franco, el asesinato de Lorca siguió siendo un problema para el régimen", indicó.