dimarts, 14 de febrer del 2017

Exilio español en el Norte de África – por Francesc Sánchez.

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Los estragos de todas las guerras dejan estampas muy parecidas. La imagen que tienen aquí arriba no es reciente, es la del carbonero británico Stranbrook atiborrado de refugiados españoles, que huían de las represalias fascistas al término de nuestro peculiar conflicto armado, que alguien escribió alguna vez que dejó un millón de muertos. Estos españoles, como nos explicaba Joan Villarroya, se embarcaron en unos cuantos buques hacía el Norte de África cuando todo se estaba desmoronando para los perdedores de la guerra. Pero, como nos cuenta el documental Desde el silencio dirigido por Sonia Subirats y Aída Albert, ese no fue el final si no el principio de una historia de supervivencia a través de la historia en una tierra desconocida: hasta que por fin, cuando murió el dictador, los que seguían vivos y sus descendientes pudieron regresar a una tierra que paradójicamente ya apenas conocían, o nunca habían conocido.
Vale la pena contextualizar la escena. La última gran batalla, la del Ebro, se terminó el 16 de Noviembre: «durante 115 días decenas de miles de soldados se mataron dejando un saldo de más de 30.000 muertos y cien mil heridos. Cifras que se cebaron sobre todo en el ejército republicano con al menos 20.000 muertes y más de 50.000 heridos y miles de prisioneros»[1]. Esto provocó un éxodo de medio millón de personas hacía la frontera francesa que huían de la urbe barcelonesa –tomada por los fascistas sin pegar un solo tiro el 26 de Enero-, pero aún quedaba Madrid y Levante. El presidente Juan Negrín y los comunistas quieren resistir hasta el final convirtiendo Madrid «en la tumba del fascismo» pero  el coronel Segismundo Casado, entre el 4 y 12 de Marzo, mientras está huyendo el gobierno republicano, da un golpe para entregar la ciudad y evitar una masacre. Este hecho, sumado a una rebelión pro-franquista en la base de Cartagena, pueden aclararnos por qué el 5 de Marzo la flota republicana (integrada por un lado por los cruceros Miguel de Cervantes, Libertad, y Méndez Núñez, y por otro los destructores Lepanto, Almirante Antequera, Almirante Valdés, Gravina, Jorge Juan, Almirante Miranda, Escaño y Ulloa) emprendió rumbo al puerto tunecino de Bizerta, donde las autoridades francesas el 30 de Marzo les entregaron a los fascistas. Esa era la estampa cuando la tarde del 28 de Marzo 20.000 personas se apretujaban en los muelles de Alicante para intentar subirse a cualquier embarcación que les escamoteara en el mejor de los casos de un futuro bajo la bota de Franco y en el peor la prisión o la muerte.
El Stambrook es el símbolo. En este buque comandado por el capitán Archibald Dikson se amontonaron más de 3.000 personas. Pero en este muelle también embarcaron en el African Trader y el Ronwyn, en Valencia en el Lézardiuez, y en Cartagena en el Campilo. Una vez rotas las amarras la flota franquista jugó con estos buques pero no los hundió. El destino fue Oran, la ciudad argelina importante más cerca de España, cuando todo esto estaba bajo el dominio francés. Nada fue fácil. Los españoles que llegaron a Oran, no menos de 13.000 (8.000 se quedaron en Argelia, pero también hubo 4.000 en Túnez, y 1.000 en Marruecos), fueron recibidos por las autoridades francesas de una forma muy parecida a los que habían huido desde Cataluña a través de la frontera francesa: se apartó a los hombres de las mujeres y los niños, conduciendo a los primeros a campos de concentración (entre ellos Morand, Suzzoni, y Rélizane), para luego ser movilizados en los trabajos forzados. Pronto los acontecimientos en Europa y el resto del mundo se iban a precipitar: el inicio de la segunda gran contienda mundial con la ocupación de los alemanes de más de medio continente europeo, con la debida colaboración de multitud de estados (en Francia fue el gobierno de Vichy), llevó a muchos de estos exiliados excombatientes (socialistas, comunistas y anarquistas), como sucedió también con los excombatientes españoles en Francia, a integrarse primero en la Resistencia y después en los ejércitos de liberación comandados por el general De Gaulle: la División Leclerc, conocida popularmente como La Nueve, integrada por españoles fue la primera en entrar en París.
La victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial supuso para los exiliados, incluidos los del Norte de África, una buena noticia y una de mala: mientras su situación material mejoraba, con la obtención de trabajo, viviendas, y hasta centros sociales, comprobaban que aunque el fascismo había sido derrotado y eliminado de Alemania e Italia por los aliados, en España se mantenía. Los tiempos estaban cambiando y los que fueron aliados en la guerra ahora se empezaban a enfrentar en otro tipo de confrontación, que llamaron Guerra Fría, en la que los Estados Unidos y la Unión Soviética, liderando respectivamente el Capitalismo y el Socialismo, se enseñaban los dientes: en esta situación Franco por mucho que fuera odioso para los que combatieron al fascismo, lo sufrieran los españoles, e hiciera daño a la vista a la Comunidad Internacional, era, efectivamente, un campeón contra el comunismo, y por eso fue recompensado. Sin embargo la historia para estos exiliados españoles en África no termina ahí: una consecuencia no menor del fin de la Segunda Guerra Mundial fue el fin de los imperios tal como hasta ahora se conocían, dando paso a toda una serie de emancipaciones más o menos traumáticas de las colonias en estados independientes, y en el caso de Argelia, por mucho que fuera convertida en una región más no iba ser diferente. Los argelinos y los franceses empezaron metiendo bombas y terminaron entrando en guerra abierta: algunos de los exiliados españoles lucharon al lado de los árabes, unos cuantos se quedaron, pero la mayoría acompañó a los franceses en un nuevo éxodo. Finalmente con la muerte de Franco muchos volvieron a una España que ya no conocían y sus descendientes llegaron sin saber bien a donde pertenecen.
Dicen que la Historia es circular. Termino entonces como empezaba. Toda guerra produce muertes en los campos de batalla pero también en las retaguardias, muchos de ellos civiles, los supervivientes cuando todo está perdido huyen o sucumben entregándose porque no les queda otra a un gobierno dictatorial, o a una coalición internacional que les ha venido a liberar. Esto último es lo que sucedió realmente con la inmensa mayoría de españoles que perdieron la guerra de los que también hay que hablar porque son probablemente los que se llevaron la peor parte. Por la determinación de muchos España dejó atrás la guerra y la dictadura en una transición hacia la democracia que no fue perfecta, pero que nos ha servido para llegar hasta aquí en unas condiciones mejores que las que tuvieron los que sufrieron ese periodo histórico. Historias como éstas que les he contado merecen ser conocidas, para no cometer los errores del pasado, y para entender mejor el mundo en el que vivimos, empatizando si queremos con relatos parecidos, aunque sea en otras latitudes, que se repiten hoy y se repetirán mañana.
[1] Fragmento extraido del artículo: Sánchez, Francesc (2013) Cruzando el Ebro
Francesc Sánchez – Marlowe. Barcelona.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación – Redacción. Barcelona, 14 Febrero 2017.