María Torres / 12 enero 2015
Si
algo sobraba en el pueblo de Casas Viejas era el hambre y la miseria. Contaba
con 600 jornaleros de los que apenas cien tenían trabajo durante unos meses al
año. El resto malvivía de un subsidio que otorgaba el ayuntamiento. Los
solteros cobraban una peseta, y los casados dos. La esperada reforma
agraria, que habría de dotar de tierras a los campesinos sin propiedad, se
hacía esperar. No se contaba con fondos suficientes para indemnizar a los
latifundistas y la tierra seguía en manos de señores feudales como el duque de
Medinaceli, que disponía de más de setenta mil hectáreas. Muchos jornaleros,
decepcionados con las promesas electorales incumplidas, se dieron de baja del
Partido socialista y se afiliaron a la CNT.
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