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TRIBUNA ABIERTA
POR LUIS BILBAO LARRONDO - Miércoles, 14 de Enero de 2015 - Actualizado a las 06:03h
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EN la tragedia, el protagonista se ve conducido por una fatalidad a un desenlace funesto, a un fin desgraciado. En este personaje coincidirían tanto los exiliados por la Guerra Civil de 1936 como los inmigrantes que de todas partes de aquella España franquista llegaron a Bilbao, sobre todo en los años 50. La palabra “tragedia”, que podemos llegar a sostener que fue una evidente consecuencia directa del franquismo, ha surgido recientemente en dos actos intelectuales de primer orden. El primero, la presentación de un nuevo y brillante trabajo del profesor Carlos Sambricio junto al profesor Juan José Martín Frechilla titulado La arquitectura española del exilio. En este acto surgió la palabra “tragedia” en distintos momentos para describir a quienes sufrieron el exilio (en el libro, además de otros 46 arquitectos exiliados, surgieron los nombres de los arquitectos vascos exiliados Tomás Bilbao, Arturo Sáenz de la Calzada y Juan Madariaga). Entre otras muchas cuestiones salió a colación la ingenuidad de estos arquitectos que creyeron que tras su marcha -la cual estaba más que justificada para salvar la vida, por el miedo a la represalia de un régimen que abolió derechos y libertades y en donde la venganza era el denominador común-, su exilio sería provisional, hasta que las tropas aliadas, una vez acabaran con Hitler, hicieran lo mismo con Franco. Pero la tragedia llegó con la manifiesta desidia de los gobiernos aliados.
LA TRAGEDIA DEL EXILIADO Otra de las consecuencias de aquel exilio fue que se truncasen brillantes carreras como la de uno de los más sobresalientes arquitectos en la España de la República: el joven bilbaino Juan Madariaga Astigarraga, cuando para entonces ya había participado con Joaquín Zarranz en el concurso de vivienda mínima convocado por García Mercadal con su propuesta de vivienda mínima, elegida como uno de los cien ejemplos de vivienda mínima europea o su excelente propuesta en el concurso de vivienda en Solokoetxe junto a Luis Vallejo, con la que quedaron segundos. En México, donde recaló, y a pesar de trabajar en el estudio de Villagran García, uno de los padres de la modernidad en la arquitectura mexicana -durante diez años- o sus experiencias para la iniciativa privada sobre todo para la colonia vasca (Laraudosgoitia u Orbegozo), diseñó una arquitectura buena, de oficio, pero lo hizo para dejar de lado las destacadas investigaciones y las brillantes experiencias, radicales y muy en la sintonía con la más pura vanguardia europea de preguerra en torno a la vivienda que realizó desde Bilbao. Cuando volvió del exilio a Bilbao en 1955 gracias al Decreto del 6 de octubre de 1954 (con el pasaporte obtenían solicitud en el consulado y tras una investigación de las autoridades franquistas les permitían o no regresar) a pesar de su condición de nacionalista, cuñado del lehendakari Aguirre, fue depurado con una sanción de inhabilitación perpetua del ejercicio profesional y siguió durante años estando castigado para poder ejercer (hubo arquitectos como Luis Saloña que mientras duró el castigo le firmaban los proyectos). La cuestión, por tanto, era por qué volver a un Bilbao que ya no era el que dejó sino que era un Bilbao franquista (con todas sus connotaciones negativas). Y surge la inevitable reflexión de si a pesar de la gran solidaridad del pueblo americano la vuelta no fue por desarraigo e inadaptación al país de adopción. ¿Sufrieron acaso los exiliados discriminación? ¿Exclusión? ¿Conflicto? ¿Desencanto? ¿Fue el exilio frustrante por ser tratados como ciudadanos de segunda? Pero volver en los años 50 como lo hizo Madariaga, ¿también significaba reconocer y dar la razón al franquismo, humillarse y reconocer las mentiras impuestas por el franquismo de que eran culpables, de ser unos traidores amargados al verdadero pueblo español? Además de todo esto se acusaba a los exiliados de que no supieron asumir el triunfo del franquismo (convenios con la Santa Sede, convenio económico militar con EE.UU., con Europa y lo exitoso de los planes de desarrollo económico y social que llevaron en los 60 a aquella España franquista a la modernización y hacia una plena europeización).
Volver tuvo que ser terrible y doblemente doloroso para el exiliado. Cuando en 1964 le concedieron a Juan Madariaga el premio Pedro de Asua de la delegación en Bizkaia del COAVN por el diseño de unos chalés en Bakio, que compartió ex-aequo con los hermanos Iñiguez de Onzoño (por las viviendas de Estraunza), y en 1968 el mismo premio le fue concedido por el edificio destinado a ser la sede social de SAE de depuración de aguas Degremont (Erandio), quien estaba detrás de ambos proyectos no fue Madariaga, quien al regresar -por lo que sostuvo Gallastegui- estaba abatido emocional y profesionalmente como arquitecto, sino que quien los llevó a cabo fue uno de los miembros de su estudio, Lander Gallastegui, quien estudió arquitectura en la U.C. Dublín ARIBA y al volver de su exilio trabajó junto con Nikola Madariaga, sobrino de Juan. Y es de resaltar que a Gallastegui no se le reconoció su título de arquitecto, a pesar de poder ejercer como tal por medio mundo, por la comisión de depuración designado por la junta de gobierno del colegio de arquitectos Vasco Navarro, que le negó esa posibilidad hasta llegar la democracia. El que Gallastegi fuese un exiliado y que al volver fuese castigado, que coincidiera en eso con Madariaga, lleva a pensar que efectivamente el exilio, el destierro, fue trágico.
Tuvo que ser terrible que los que volvieron se encontraron con el olvido de quienes se quedaron, que les recibieron con cierto desánimo y resentimiento
Tuvo que ser terrible que los que volvieron se encontraron con el olvido de quienes se quedaron, que les recibieron con cierto desánimo y resentimiento, lo que deja en evidencia que terrible no fue solo el propio destierro sino que a la vuelta fuesen recriminados y que afluyese entre los que volvieron un sentimiento de que todo lo que hicieron resultó un baldío sacrificio. Ante esta situación, la palabra “tragedia” tuvo más connotaciones de las que hasta ahora nos han hecho creer: la tragedia de quienes tuvieron que huir de su país para salvar la vida dejándolo todo, la tragedia de quienes fueron al exilio a un país desconocido -culturalmente muy diferente a pesar del idioma-, la tragedia de quienes no se llegaron a amoldar; la tragedia de quienes sufrieron discriminación, conflicto, decepciones en el destierro, desencanto e incluso exclusión; la tragedia de quienes además tuvieron que volver por su inadaptación; la tragedia de quienes siguieron castigados a ejercer profesionalmente a su vuelta; la tragedia de quienes al volver tenían la mirada perdida y habían perdido la ilusión porque no consiguieron recuperarse psíquicamente de su destierro... Decía Sambricio que los exiliados vieron truncadas sus vidas, sus ilusiones, rotas; y qeu sus proyectos de vida dieron al traste, pero yo añadiría que fue mucho más que todo eso. Como personas, como consecuencia del exilio, no fue en muchos casos sino morir en vida, algo jamás reconocido ni por los propios exiliados. Como afirmaba el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti, “unos más temprano, otros más tarde, aprenden como yo he aprendido que para vencer la frustración del exilio hay que sentirse útil a tu comunidad” y tal vez fuese que simplemente no fueron capaces de establecer esa premisa ya que, tal y como sostenía Cristina Peri, el exiliado fue “el invitado que nunca fue llamado”. La tragedia de que siendo los perdedores de la guerra y no obstante los ganadores morales, tuvieron que soportar desde allí o al volver un mundo que no era el suyo, un doloroso mundo de mentiras instaurado por el franquismo que se mantuvo con el paso de los años.
LA TRAGEDIA DEL INMIGRANTE Dos días después, el segundo acto tuvo lugar en la Facultad de Bellas Artes de la UPV-EHU en Leioa organizado por los profesores Isusko Vivas y Amaia Lekerikabeazkoa, del Departamento de Escultura, en las jornadas Promociones de arquitectura y urbanismo para un tiempo de cambio en las décadas del Desarrollismo 1950-1960. Aquí también surgió en el debate la palabra “tragedia”, pero en este caso se trataba la tragedia de un exilio interno, de quienes se vieron obligados a abandonar sus tierras de origen, al ser expulsados, o de quienes huyeron por la hambruna en busca de una mejora en sus expectativas de vida, de quienes llegaron desde diferentes zonas de España a Bilbao en los años, sobre todo 50 y 60, lo que también dio lugar a una arquitectura diferente que respondiera a esa grave problemática.
Para estas gentes fue trágico que al llegar a unas tierras extrañas y no tener dónde vivir acabaran como acabaron. Fue trágico que las autoridades les obligaran a demostrar que tenían que tener un hogar adecuado o serían expulsados a sus lugares de origen por la fuerza. Lo mismo les sucedería si no demostraban que tenían una ocupación estable y permanente o no eran capaces de justificar que tuviesen medios de vida suficientes. Trágico fue que acabaranviviendo en chabolas de primera o “invisibles” (como la prensa franquista describía a vivir en realquiler o subarriendo), como trágico fue que fuesen tratados por el régimen franquista como ciudadanos de segunda, que se les tachara de faltos de moral (por el hacinamiento, falta de higiene y por la promiscuidad, según la iglesia de la época), trágico fue que acabaran viviendo en chabolas de segunda o edificaciones clandestinas, (como desde la prensa se referían a las chabolas endebles de chapas, cartones, maderas, ladrillo, revoque en las que vivían) que rodeaban Bilbao “como una corona de espinas”, según Martín Vigil en su novela Una chabola para Bilbao, en la que retrataba los más de 30 suburbios que rodeaban Bilbao a finales de los 50 (40.000 chabolistas y 125.000 subarrendados entre una población de 290.000 habitantes en Bilbao lo decía todo).Trágico fue que cuando como consecuencia del Plan de Urgencia Social, panacea del régimen franquista para solucionar todos los graves problemas de Bilbao, fueran expulsados violentamente de sus sólidas viviendas autoconstruidas con su esfuerzo y todos sus ahorros, y que estas fueran voladas con dinamita y ellos llevados a la fuerza en camiones o autobuses por el ejército a los polígonos residenciales.
Pueden ser tomadas como reflejo de aquella enorme tragedia las palabras de quien entre los años 1939 y 1943 -el poeta Vicente Aleixandre- escribió una obra soberbia, Sombras del Paraíso, publicada en 1944: “…yo os vi agitar los brazos. Un viento huracanado movió vuestros vestidos iluminados por el poniente trágico…” (Destino trágico) o “…yo vi, yo vi otras alas. Vuestras alas dolidas. Angeles desterrados de su celeste origen en la tierra dormían su paraíso excelso…” (Los Poetas).
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