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El lento final de un modelo de prisión
DAVID GARCÍA VÁZQUEZ Barcelona 31 MAR 2015 - 00:01 CEST
La tapa de una alcantarilla en la confluencia de las calles Entença y Provença, justo delante de la garita de vigilancia de la prisión barcelonesa de la Modelo, se abrió alrededor de las cuatro de la tarde del 2 de junio de 1978. Del agujero comenzaron a salir presos. Un túnel de 15 metros construido durante más de un mes permitió a los presidiarios alcanzar el alcantarillado, desde donde salieron a las calles colindantes. Una vez fuera, algunos se montaron en coches; otros, apresurados, se encaramaron al techo de los vehículos. Un total de 45 reclusos consiguieron escapar de la cárcel ante la mirada atónita de los vecinos: una de las mayores fugas de una cárcel de la historia de España ocurrida en el centro de Barcelona ante la mirada de centenares de transeúntes.
En sus más de 100 años de historia, la Modelo ha sido el reflejo de lo que ocurría en las calles de Barcelona. Inaugurada en el extrarradio de la ciudad en 1904, el desarrollo urbanístico durante el siglo XX acabó por rodearla de edificios de viviendas. Una convivencia difícil entre vecinos y presos que ya tiene los días contados.
El alcalde de Barcelona, Xavier Trias, de CiU, se presentó ayer ante los medios de comunicación junto a una pequeña máquina equipada con un martillo neumático para comenzar el derribo de la cárcel, la más grande de Barcelona, enclavada hoy en medio del barrio de la Nova Esquerra del Eixample. “Es irreversible y por eso es tan simbólico”, dijo el regidor, quien trató de justificarse ante la indignación que ha desatado entre la oposición, los vecinos y los sindicatos el hecho de que se haya “simbolizado” el fin de la prisión el último día permitido por ley para celebrar inauguraciones antes de las municipales del 24 de mayo.
Trias presentó en octubre pasado, junto al presidente de la Generalitat, Artur Mas, un acuerdo que permitía el cierre y derribo definitivo de la Modelo. Con sus arcas bajo mínimos, el Gobierno catalán ha recibido la ayuda económica del Consistorio. El Ayuntamiento compra a la Generalitat por 15 millones de euros la parcela en la que se alza el penal. Aunque las competencias en materia penitenciaria corresponden a la Generalitat, la Corporación se compromete a financiar los entre 26 y 29 millones de euros que se prevé que costará el nuevo centro que se levantará en la Zona Franca, a las afueras de Barcelona, al que serán trasladados los presos preventivos y de tercer grado de la Modelo. Las estimaciones que manejan el Ayuntamiento y la Generalitat es que la operación quede rematada durante el primer semestre de 2017.
“Ya estamos cansados de la cárcel”, reconoce Montserrat Roma, de 76 años, quien desde hace más de cinco décadas vive frente a la prisión. Durante estos años ha soportado el ruido de la Modelo, el de los familiares que se comunicaban con los presos a gritos, el de los motines, las fugas, “también del megáfono”, recuerda.
La cercanía con los edificios le costó más cara a Raymond Vaccarizi, el gánster más buscado en Francia a principios de los ochenta. Vaccarizi estaba en la Modelo detenido por la Interpol. El Gobierno pensaba conceder su extradición, solicitada por el Ejecutivo francés, aunque nunca se llegó a producir. Un francotirador le mató disparándole desde un inmueble de la calle Provença, al lado de la cárcel.
Inspirado por las teorías del filósofo y economista Jeremy Bentham, el abogado Pere Armengol fue el precursor de la idea de levantar en Barcelona un nuevo modelo de prisión que ofreciera las condiciones adecuadas a los penados para intentar su rehabilitación social. El contexto político, sin embargo, ha ido definiendo la realidad de este centro penitenciario.
El edificio se fue convirtiendo en protagonista de la represión de revueltas populares. El anarquista Francesc Ferrer i Guardia fue juzgado y condenado en un consejo de guerra celebrado en la Modelo por su relación con la Semana Trágica de 1909, revuelta social desencadenada tras el envío de tropas a defender las posesiones españolas en Marruecos.
“Éramos tres presos en una celda para una persona”, explica Pere Portabella, director de cine y político catalán. Junto a 112 personas más, Portabella fue encarcelado durante un mes y medio en 1973. “Sin juicio previo, nos encerraron por pertenecer a la Asamblea Permanente de Intelectuales Catalanes”, recuerda, un movimiento que pedía la amnistía, libertades democráticas y el derecho a la autodeterminación.
La Modelo se convirtió en símbolo de la represión franquista. El dictador utilizó las celdas de la prisión para torturar y atemorizar a más de 13.000 personas. Por allí pasaron el expresidente de la Generalitat Jordi Pujo o Jordi Solé Tura, dirigente del PSUC y uno de los padres de la Constitución. Pero fue la ejecución por garrote vil en 1974 de Salvador Puig Antich, anarquista, miembro del Movimiento Ibérico de Liberación, la que produjo un mayor rechazo social.
La llegada de la democracia mejoró la situación del presidio. Sin embargo, un informe elaborado por el Comité de Prevención de la Tortura (CPT) del Consejo de Europa y publicado en 2013, ponía de manifiesto las deficiencias de la Modelo. “Con una capacidad oficial de 1.100 plazas, la prisión, en el momento de la visita [diciembre de 2012], acogía a 1.781 presos”, señalaba. Con los consiguientes “efectos perniciosos” de la masificación como, entre otros, “la continua falta de intimidad”.
En cuanto al trato dado a los reclusos, el CPT denunciaba que había recibido “numerosas quejas por supuestos malos tratos físicos”.
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