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Los halcones del 25 de mayo
MIGUEL ÁNGEL PÉREZ OCA 30.05.2015 | 03:30
Hoy, día 30, a las 11.30 horas, la Comisión Cívica de la Memoria Histórica conmemorará, en la Plaza del 25 de Mayo, el terrible bombardeo aéreo que sufrió Alicante el 25 de mayo de 1938; conmemoración que se ha aplazado al día 30 para no coincidir con la campaña electoral. Fue éste uno de los bombardeos más sangrientos de nuestra Guerra Civil, con más de 300 muertos, hoy enterrados en el cuadro nº 12 de nuestro Cementerio Municipal. En la actualidad sólo quedan, como testimonios del luctuoso suceso, las tres lápidas colocadas allí en 1995, la tumba del niño Lorencito Sanz Valenti en un panteón familiar, la vitrina puesta hace unos años en la rotonda de nuestro Mercado, con un reloj que quedó parado por efecto de las explosiones y la sirena de alarma que aquel día no sonó, unas rejas dobladas por impactos de metralla en lo que entonces era la Lonja de Verduras, y el Memorial instalado por la Comisión Cívica en el suelo de la plaza, frente a la puerta del Mercado, dedicado a las víctimas.
El mes pasado estuve en Mallorca y quise visitar los lugares desde donde partían los macabros aviones que en aquellos años aterrorizaban al pueblo alicantino.
El puerto militar de Pollensa ha debido sufrir pocos cambios desde 1936, aunque hoy, a diferencia de entonces, alberga hidroaviones benéficos, dedicados a la extinción de incendios. En la guerra acogía a los Cant Z 506 y los Dornier «Wal» de Ramón Franco, así como a los «Zapatones»de la Legión Cóndor. Aquellos aviadores, convencidos sin duda de que eran héroes del aire, solían venir a bombardear de noche, dado que su escasa velocidad –180 km/h– los hacía vulnerables incluso a la obsoleta artillería antiaérea con la que contaba nuestra capital. Yo me los imagino cenando tranquilamente en el bar de la base, antes de partir hacia la costa republicana. Cuando se acercaban a su objetivo, si había suerte y eran detectados, sonaban las sirenas de alarma, y el pueblo aterrorizado se precipitaba en los refugios subterráneos, como los que recientemente han sido restaurados en las plazas de Séneca y Balmis. La gente se arremolinaba en las estrechas escaleras, con caídas, golpes y contusiones, mientras las bombas de aquellos desalmados rompían la noche y mataban a los rezagados.
El aeródromo de Son Sant Joan, convertido hoy en aeropuerto internacional, está ya irreconocible; aunque en su zona militar, donde ahora maniobran los helicópteros de rescate, todavía queda una vieja torre de control, ya inservible y en estado ruinoso, que muy bien pudo ser la del modesto campo de tierra desde donde despegaban los Savoia «Sparviero» y «Pipistrello», trimotores de la aviación mercenaria italiana, conocidos como «Falchi delle Baleari». Éstos solían bombardear de día, sobre todo los «Sparviero», uno de los aviones más rápidos de la época, que volaban a más de 400 km/h, inalcanzables para los cazas republicanos de fabricación soviética «Chato» y «Mosca», de los que, solo en ocasiones, se disponía en el aeródromo de Rabasa. Y si eso ocurría, los espías de la «5ª Columna» informaban del «peligro» al mando de Palma.
Aquella mañana del 25 de mayo de 1938, como otras muchas, los aviadores fascistas italianos, al mando de los capitanes Zigiotti y De Prato, desayunarían café con leche y bollería en su cantina, para partir luego a bombardear la ciudad inerme de Alicante y asesinar a 300 personas civiles, ancianos, mujeres y niños, y volverse después, indemnes como siempre, a comerse unos spaghetti o una paella en algún restaurante de la isla, tan tranquilos, como si la guerra no hubiera hecho de ellos unos repugnantes asesinos en masa, por mucho uniforme de aguerrido aviador que llevasen.
La guerra es el acto colectivo más horroroso de la Historia humana. Y es conveniente que no lo olvidemos, como no debemos olvidar nunca a nuestros más de 500 paisanos muertos bajo las bombas de los aviadores franquistas, hace tres cuartos de siglo. La Memoria Histórica es imprescindible a la hora de construir el futuro sobre los cimientos de un pasado que no debe repetirse.
El mes pasado estuve en Mallorca y quise visitar los lugares desde donde partían los macabros aviones que en aquellos años aterrorizaban al pueblo alicantino.
El puerto militar de Pollensa ha debido sufrir pocos cambios desde 1936, aunque hoy, a diferencia de entonces, alberga hidroaviones benéficos, dedicados a la extinción de incendios. En la guerra acogía a los Cant Z 506 y los Dornier «Wal» de Ramón Franco, así como a los «Zapatones»de la Legión Cóndor. Aquellos aviadores, convencidos sin duda de que eran héroes del aire, solían venir a bombardear de noche, dado que su escasa velocidad –180 km/h– los hacía vulnerables incluso a la obsoleta artillería antiaérea con la que contaba nuestra capital. Yo me los imagino cenando tranquilamente en el bar de la base, antes de partir hacia la costa republicana. Cuando se acercaban a su objetivo, si había suerte y eran detectados, sonaban las sirenas de alarma, y el pueblo aterrorizado se precipitaba en los refugios subterráneos, como los que recientemente han sido restaurados en las plazas de Séneca y Balmis. La gente se arremolinaba en las estrechas escaleras, con caídas, golpes y contusiones, mientras las bombas de aquellos desalmados rompían la noche y mataban a los rezagados.
El aeródromo de Son Sant Joan, convertido hoy en aeropuerto internacional, está ya irreconocible; aunque en su zona militar, donde ahora maniobran los helicópteros de rescate, todavía queda una vieja torre de control, ya inservible y en estado ruinoso, que muy bien pudo ser la del modesto campo de tierra desde donde despegaban los Savoia «Sparviero» y «Pipistrello», trimotores de la aviación mercenaria italiana, conocidos como «Falchi delle Baleari». Éstos solían bombardear de día, sobre todo los «Sparviero», uno de los aviones más rápidos de la época, que volaban a más de 400 km/h, inalcanzables para los cazas republicanos de fabricación soviética «Chato» y «Mosca», de los que, solo en ocasiones, se disponía en el aeródromo de Rabasa. Y si eso ocurría, los espías de la «5ª Columna» informaban del «peligro» al mando de Palma.
Aquella mañana del 25 de mayo de 1938, como otras muchas, los aviadores fascistas italianos, al mando de los capitanes Zigiotti y De Prato, desayunarían café con leche y bollería en su cantina, para partir luego a bombardear la ciudad inerme de Alicante y asesinar a 300 personas civiles, ancianos, mujeres y niños, y volverse después, indemnes como siempre, a comerse unos spaghetti o una paella en algún restaurante de la isla, tan tranquilos, como si la guerra no hubiera hecho de ellos unos repugnantes asesinos en masa, por mucho uniforme de aguerrido aviador que llevasen.
La guerra es el acto colectivo más horroroso de la Historia humana. Y es conveniente que no lo olvidemos, como no debemos olvidar nunca a nuestros más de 500 paisanos muertos bajo las bombas de los aviadores franquistas, hace tres cuartos de siglo. La Memoria Histórica es imprescindible a la hora de construir el futuro sobre los cimientos de un pasado que no debe repetirse.
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