diumenge, 24 de maig del 2015

Machado vuelve del exilio por una noche.


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Sublime José Sacristán. Nota a nota y verso a verso, el actor, acompañado de música de violonchelo, propuso un viaje a la infancia del poeta sevillano que terminó con ‘Caminante no hay camino’. La ovación final, con espectadores en pie, duró cinco minutos.
Dos operadores de cámara me contaron que, hace unos años, viajaron de Sevilla a Collioure, el municipio francés en los Pirineos Orientales donde falleció el genio Antonio Machado el 22 de febrero de 1939. Su cometido era reconstruir para Canal Sur los pasos que siguió la caravana en la que el poeta tuvo que abandonar España por la represión franquista. Recibí con escepticismo una confidencia sobre la última etapa del periplo de los dos sevillanos: la presencia de Machado, desconocida pero venerada en la capital hispalense y por estos paisanos, envolvía la habitación del entonces Hotel Bougnol-Quintana.
La inconfundible voz de José Sacristán sobre las tablas del Teatro Auditorio del Revellín, y su interpretación llena de matices en Caminando con Antonio Machado, me hizo recordar aquella anécdota y notar, como aquellos cámaras sevillanos, que el maestro estaba más cerca. La ovación final de cinco minutos, con los espectadores en pie, demostró que la impresión del público fue generalizada, como si Machado hubiese abandonado por una noche el exilio para compartir, en la intimidad, sus composiciones con el público ceutí. Hasta tres veces tuvo que salir el célebre actor porque el aplauso no cesaba.
Sobre un escenario austero, aunque cargado de simbolismo, el violonchelista Guillermo Martínez se presentó como un amigo de don Antonio al que anunció que emprendían la vereda de vuelta a su infancia, como dibuja el libreto, nota a nota y verso a verso. Un amigo, éste, de los caminos, de los que se sueñan, de aquellos que pesan en el corazón, se hacen al andar y de los que a dónde irán.
Poco después de la muerte del poeta, su hermano José encontró en uno de los bolsillos del gabán del maestro un papel en el que se leía: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Fue lo último que Machado escribió. Unas palabras que Aurora Martínez y Sacristán interpretaron como su deseo de volver a Sevilla.
La iluminación escénica se encargó de acentuar ese contraste que pasó de una tonalidad a otra casi al término mientras recitaba: “Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla”. Un foco de luz cegadora cayó sobre su rostro: “La luz de Sevilla, de mi infancia”, dijo.
Su marcha fue igual de sobria que su entrada. Nada de artificios, solo el poder del verso y un simbolismo que no perdió de vista el compromiso. Sacristán, imbuido por el espíritu machadiano, dejó la gabardina, el bastón y el sombrero en la silla, elementos que le acompañaron durante los 70 minutos de función, para marcharse solo con la maleta. El último poema recitado, Caminante no hay camino
La Consejería de Educación, Cultura y Mujer de la Ciudad Autónoma acertó con la programación de esta obra, tanto por el público congregado en el Teatro Auditorio del Revellín como por la calidad del espectáculo con el que Sacristán lleva más de dos años llenando salas a ambos lados del Atlántico.