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26 MAYO, 2015 AT 8:30 AM
En general todo poder dictatorial se ve acompañado de fenómenos de corrupción más o menos extendidos. El problema para el historiador estriba en identificarlos y cuantificarlos. Confieso que sobre este tema solo tengo alguna idea en el caso de la dictadura hitleriana aunque he investigado directamente algunos aspectos de lo que ocurrió en la española. Aprovechando el LXX aniversario del ocaso de los dioses nazis voy a hacer algunas consideraciones sobre el tema en cuestión. La pregunta es ¿cómo consiguió la dictadura consolidarse por medio de la corrupción?
En el caso nazi la respuesta tiene un doble filo. El primero estribó en subordinar las élites a los regalos y obsequios que solo dependían de la voluntad omnímoda del Führer, a su vez personaje corrupto. El segundo se tradujo en políticas destinadas en hacer participar a los súbditos (que no ciudadanos) de la munificencia nacionalsocialista.
Durante mucho tiempo, y con relevantes excepciones, los historiadores académicos no mostraron demasiado interés por ambos temas, salvo en la identificación de las ayudas de los círculos empresariales a Hitler, uno de los puntos claves de la historiografía comunista. La situación empezó a modificarse con el cambio de siglo en la dirección apuntada en la introducción a este post.
En 1999 estalló una pequeña bomba. Un historiador militar, Gerd R. Überschär, y un general de brigada, ya jubilado, Winfried Vogel, habían decidido que era el momento de estudiar la política de donaciones que practicó Hitler con respecto a sus elites, en particular las militares. El resultado fue tremendo. El semanario popular más intelectual de Alemania, Die Zeit, consideró que se había esperado nada menos que cincuenta años a un libro como el que ambos autores publicaron. El respetado periódico de centro-izquierda de Munich, Süddeutsche Zeitung, señaló que después de leerlo no quedaba demasiado de las tan cacareadas virtudes de los generales y mariscales prusianos.
El libro tuvo un título magnífico: Dienen y Verdienen (es decir, servir y ganar en términos literales). Como los lectores advertirán contiene un juego de palabras al utilizar el verbodienen como soporte). Diez años después de su publicación iba ya por la cuarta edición, lo cual no es nada desdeñable en un mercado tan saturado de obras en torno al nacionalsocialismo como lo está el español con respecto a la guerra civil y al franquismo.
Me apresuro a señalar que el estilo de la obra no es nada sensacionalista. Es un estudio académico frío, repleto de datos, estadísticas y referencias a fuentes primarias. Se basa también en una bibliografía que contiene en torno a 50 libros memorialísticos y unos 90 de literatura secundaria. Empieza con un estudio histórico sobre la práctica de los emperadores alemanes y presidentes de la República de Weimar seguida hasta el advenimiento de Hitler. En general tal práctica era pública o estaba sometida a algún tipo de control.
Las cosas empezaron a cambiar con la instauración de la dictadura en 1933. Hitler se rebeló contra las disposiciones que podrían limitar su poder omnímodo. Como es lógico, pronto consiguió sus deseos. Le ayudó considerablemente el que al año siguiente falleciera el presidente de la República, mariscal Paul von Hindenburg, en cuyo cargo se habían concentrado las posibilidades de extender el manto de la munificencia del Estado.
A partir de entonces Hitler corrumpió sistemáticamente a las viejas y a las nuevas elites. Estas últimas, nacionalsocialistas, estaban encantadas. ¡Para algo se habían hecho con el poder político!. (En el franquismo, ¡para algo se había ganado la guerra!). El Estado, en sus manos, se convirtió en una vaca que cuanto más se ordeñara, mejor.
Las viejas elites contaban, sin embargo, con centros de poder alternativos eventuales. En primer lugar, las Fuerzas Armadas (la Wehrmacht) seguidas de la eficiente Administración de corte prusiano y de los medios de negocios. Los más fáciles de doblegar fueron estos últimos. Con el rápido despegue del rearme y la superabundancia de pedidos estatales, ¿quién iba a ser la empresa que se resistiera ante los gruesos bombones que el gobierno desparramaba a troche y moche?. A los militares se les engatusó desde el primer momento con aumentos de sueldos (también a los jubilados), vacaciones pagadas, regalos simbólicos y condecoraciones. Todo, si se me apura, de lo más normal.
Ya lo fue menos la política seguida a partir de 1939 en los tiempos de guerra. Además de intensificar las medidas anteriores, Hitler innovó considerablemente. A quienes se distinguían, o a quienes se quería favorecer, se les multiplicaron los regalitos en forma de aumentos extraordinarios de la paga o de los complementos, obsequios de todo género, incluidos productos alimenticios raros o escasos, hasta llegar a la donación de fincas o predios enteros. Ni que decir tiene que, en un alarde de generosidad, los beneficiados por tales dádivas quedaban exentos de tributar por ellas.
Es más, esta política se adaptó como un guante a las circunstancias particulares de cada caso, es decir de cada persona a la que interesaba corromper para ligarla más y más al régimen. Lo más fácil fue, desde luego, otorgar grandes sumas de dinero a los mariscales y generales que formaban la cúpula de las Fuerzas Armadas, incluidas las Waffen-SS. Se llevó hasta sus últimas consecuencias, incluso cuando la guerra empezó a tornar mal para Alemania. La pagaduría militar no dejó de tramitar los sueldos y sobresueldos hasta el amargo final. Este tipo de actuaciones también se llevó a cabo con la jerarquía del partido nazi y con los altos cargos de la Administración. ¡Aleluya!.
Es evidente que a nadie le amarga un dulce y que las penas por el futuro de la PATRIA podían mejor anegarse en una irresistible mezcla de alcohol, tabaco y dinero. En numerosos casos las cantidades fueron astronómicas, sobre todo en comparación con los ingresos que percibían las grandes masas de la población. Si esto lo hacía Hitler a su elevado nivel, el lector comprenderá fácilmente que sus sicarios no le irían a la zaga. Los mandos superiores del partido y de la Administración también se mostraron generosos con sus subordinados.
En el juicio a los grandes criminales de guerra de Nuremberg el tema de los regalos a las élites militares, políticas y administrativas salió brevemente a la superficie. No hay que subrayar que todos los que habían tenido algo que ver con ellos trataron de disminuir su importancia. La documentación aportada tenía lagunas y la memoria de los testigos resultó ser sospechosamente frágil. Supongo que también tuvo algo que ver la vergüenza torera de confesar situaciones de exorbitante privilegio económico. Así se ocultó una de las cataplasmas más efectivas que el Führer había aplicado para calmar los dolores de sus generales, ministros, diplomáticos y cuadros represivos.
Hablar de dinero, money, regalos, coimas, despierta tantas emociones….
Preguntas: si esto lo hizo Hitler, ¿cual fue el comportamiento de Mussolini? ¿cual el de Franco?. Sobre la corrupción inherente al sistema estalinista ya existen largos tratados que han analizado pormenorizadamente los privilegios de la nomenklatura. Algo se ha hecho en España (recuerdo el caso de Carlos Barciela, catedrático de la Universidad de Alicante, con sus incursiones en varios de estos temas). ¿No habrá más?
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