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Era el mes de Noviembre de 2013 cuando Rafael Hernando, el actual portavoz del Partido Popular en el Congreso, acudía a una tertulia en 13TV. El principal grupo accionista de esta cadena, la Conferencia Episcopal, estaba tratando de darle un aire jovial y atractivo a su canal televisivo introduciendo debates políticos, esa fórmula que, desde entonces y hasta ahora, ha copado buena parte de los contenidos de muchos canales de la caja tonta. Hernando se sentía en ese plató como en su casa. Arropado, respaldado, a gusto. Prácticamente nadie rebatía sus intervenciones salvo un agitado y solitario contertulio en la esquina de la mesa. Quizá por eso, porque se sentía cómodo, Hernando acabó soltando, con la naturalidad de quien eructa tras un atracón, una de sus frases más memorables: “Algunos solo se han acordado de su padre –en alusión a las víctimas del franquismo- cuando había subvenciones para encontrarlo”.
Lo cierto es que esa afirmación, breve a la par que repugnante, rondó por mi cabeza varias veces el pasado fin de semana, cuando desde nuestra asociación Bajoaragonesa de Agitación y Propaganda, llevamos a cabo una excavación arqueológica en la que conseguimos recuperar los restos de tres soldados de la Guerra Civil en el término de Caspe. Lo hicimos sin subvenciones de por medio, sin ayuda institucional. Ni siquiera lo hicimos por una vinculación familiar con las víctimas cuyos cuerpos logramos desenterrar. Durante varios días trabajamos de forma voluntaria más de una docena de personas bajo la batuta de nuestro compañero Salvador Melguizo, arqueólogo y director de las excavaciones. Conocíamos el lugar, la antigua “Cota 238”, un cabezo de laderas abruptas tapizadas con arbustos mediterráneos. Romeros, aliagas y discretas sabinas que pueblan el lugar donde se desarrolló la segunda fase de la Batalla de Caspe. Un monte desde el que, con solo un golpe de vista, uno alcanza a controlar dos puntos clave durante la batalla, la carretera que une Caspe con Maella y el cauce del río Guadalope. Una posición privilegiada pero, desde luego, un mal lugar para morir. Ahora la Cota 238 es un lugar inhóspito. Pero en 1938 decenas -quizá cientos- de soldados la transitaron y algunos encontraron en ella la muerte.
En aquellas fechas, la hasta entonces capital del Aragón republicano había caído el día 17 de Marzo. El frente se desplazó a poca distancia, hacia el este, junto a las orillas del Guadalope. Sobre ellas, principalmente en su margen derecha, se desplegó la 45 División gubernamental, constituida por la XII y XIV Brigadas internacionales, así como por una parte de la 139 Brigada Mixta. En el centro de las posiciones defensivas, en el entorno de la carretera principal a Maella y las secundarias que pasaban por el antiguo puente de Masatrigos, las tropas sublevadas concentraron el principal de sus esfuerzos ofensivos. Entre ese 17 de Marzo, en el que las tropas de Franco entraron en las calles de Caspe, y el día 26, las XII y XIV Brigadas Internacionales se afanaron en fortificar la orilla derecha del río Guadalope. Así fue cómo la Cota 238 y las elevaciones adyacentes se convirtieron en el primer contratiempo importante para los franquistas desde que unos días antes reventaran el frente en Belchite. Los republicanos se reforzaron como pudieron, esperando un potentísimo ataque de las fuerzas rebeldes, como así fue. En ambas brigadas republicanas, más o menos la mitad de sus componentes eran de nacionalidad española, siendo el resto mayoritariamente italianos, franceses y belgas.
El ataque definitivo, el que daba comienzo a la segunda fase de la Batalla de Caspe, llegó el día 26 de Marzo. Un aguacero artillero y una tormenta de muerte arrojada desde la incontestable aviación franquista, fueron el preludio de las tropas carlistas y africanas, empeñadas en conquistar metro a metro las posiciones republicanas. Probablemente fue durante los violentos combates de estas jornadas cuando los tres soldados encontraron la muerte. Nada sabemos, de momento, de su identidad ni de su nacionalidad. Tampoco podemos adivinar cuál era la filiación política concreta de todos ellos, aunque, como veremos, tal vez de uno sí.
Varios miembros de nuestra asociación nos acercamos hasta el punto en el que conocíamos la existencia de unos huesos aparentemente humanos en la ladera sur del cabezo. En esa posición comenzamos a trabajar limpiando la zona el último sábado de septiembre por la mañana. Apenas unos centímetros bajo el suelo afloraron los restos de dos botas y pronto las suelas de otro par que nos indicaban la presencia de, al menos, dos cuerpos. Continuamos delimitando un perímetro para la excavación y documentando fotográficamente el trabajo. La aparición de los huesos de las extremidades inferiores correspondientes con las cuatro botas, así como las caderas y los restos de dos cartucheras bastante degradadas parecían no dejar lugar a dudas. Nos encontrábamos ante los cuerpos de dos soldados presumiblemente completos, descartando una posibilidad que también debíamos tener en cuenta, la de encontrar tan solo restos aislados, no un cuerpo completo. El trabajo requería ahora de mayor delicadeza con el pincel y de mayores dosis de paciencia. Algunos compañeros llegaban para colaborar y otros se marchaban a atender sus obligaciones. Mientras tanto, el sol pegaba cada vez más fuerte.
Apuramos la tarde del sábado hasta que la luz nos impidió trabajar y volvimos temprano el domingo por la mañana. Tras la comida, después de día y medio de intenso trabajo, estábamos en condiciones de levantar los cadáveres tras la pertinente documentación arqueológica y fotográfica. Teníamos dos cuerpos enteros con botas y restos de ropajes militares que descansaban en una posición realmente penosa. Retorcidos, enfrentados contra el suelo. Uno de ellos, el último en ser arrojado a la fosa, portaba además dos cartucheras de cuero completamente llenas de paquetes de munición 7.62 x 54 Mosin Nagant, fabricados en Lugansk. Habíamos hallado, además, varias piezas especialmente llamativas. Una insignia perteneciente a la compañía de ametralladoras, consistente en una pequeña chapa con el emblema resaltado de una ametralladora Maxim y que correspondía perfectamente con la preparación de la munición que portaba. Junto a la insignia, un anillo envuelto en un pequeño trozo de tela y enredado en los restos de camisa que todavía se conservaban en la zona del pecho y junto a él un pequeño portaminas metálico, un lápiz así como un paquete de papel de arroz Bambú. Del anillo pronto pudimos conocer más datos. Se trataba de un sello con una estrella de cinco puntas que acogía en su interior el emblema de la hoz y el martillo. Sobre ella aparecían dos letras: P-C. Por otro lado, bajo la cadera del otro soldado aparecieron los restos de un pequeño libro con diminutas letras impresas que, de inmediato, nos hicieron pensar en algo similar a un diccionario, aunque el penoso estado de conservación de las pequeñas hojas no nos aporta ninguna certeza por el momento, hasta ser analizadas en una posterior restauración.
La tarde del ese domingo pasaba deprisa mientras colocábamos los huesos convenientemente etiquetados y protegidos en bolsas para llevarlos hasta el lugar donde se les practicará el análisis antropológico. Trabajábamos contrarreloj extrayendo cada hueso del terreno cuando, bajo el tórax del primer soldado, apareció un tercer cráneo. Un hallazgo inesperado. Un cuerpo bajo otro cuerpo. Un descubrimiento para el que ya no nos quedaban horas de luz. Se nos echaba el tiempo encima y decidimos que deberíamos cubrirlo para volver cuando fuera posible.
Regresamos a la excavación pocos días más tarde, cuando nuestros horarios laborales nos permitieron pasar un día completo más trabajando sobre el cuerpo del tercer soldado. El procedimiento fue el mismo pero esta vez obtuvimos nuevos hallazgos. De nuevo un esqueleto completo y dos cartucheras, una de ellas rellena de cartuchos colocados esta vez sobre sus peines, listos para ser disparados con un fusil. En la otra, mucho más degradada, asomaban unos fragmentos de hierro que pronto nos hicieron sospechar. Quizá aquel soldado portara una granada en su bolsa. Lo mejor era no tocarla, al menos de momento. Había que proceder ahora con mucho tiento, pues la cartuchera estaba prácticamente pegada al fémur derecho. Además, entre las dos rodillas aparecía un pequeño fragmento de tela que envolvía un extraño objeto metálico. Era el cierre de una leontina, la cadena de un reloj de bolsillo, en la que se había engarzado una pequeña moneda. En la parte superior del tronco, entremezclados con los restos óseos aparecían también abundantes restos de camisa y de una chaqueta con botones metálicos.
Tras levantar y guardar los huesos de ese tercer soldado, tan solo quedaba una pieza por inspeccionar. La sospechosa cartuchera. Nuestro compañero Javi no pudo contener su curiosidad y abrió lentamente el maltrecho cierre de la bolsa. No nos habíamos equivocado. Las cabezas de dos granadas de mano asomaron entre los trozos de cuero preocupándonos a todos. Habíamos estado trabajando sobre ellas, pisándolas durante horas en la primera jornada de excavaciones, y a pesar de llevar casi ochenta años allí nada podía asegurarnos que no estuvieran listas para estallar. Lo mejor era no tocarlas, salir de allí cuanto antes y dar parte a la Guardia Civil.
Prácticamente de noche, descendimos de nuevo el empinado trayecto hasta nuestros coches. De allí nos dirigimos al cuartel para informar a la guardia civil, que al día siguiente envío a los TEDAX para recoger los explosivos. Los especialistas nos confirmaron que se trataba de dos granadas de mecha tipo “Saleret”, de fabricación valenciana y utilizadas fundamentalmente por el ejército republicano. Una de ellas estaba en perfecto estado de conservación mientras la otra estaba prácticamente destruida. Asimismo, ese día un estudio más pormenorizado de la moneda nos confirmó la última sorpresa que nos deparaba la excavación. Se trataba una pieza de 10 centavos de Patacón argentino con fecha de 1883. Un singular ejemplar que solo se acuñó en la república Argentina entre los años 1881 y 1883. En su anverso nos observaba la efigie de una bella Libertad grabada por Oudiné.
La exhumación ha terminado pero queda todavía mucho trabajo. Deberemos esperar a la conclusión del estudio arqueológico en el laboratorio y al examen antropológico de los cuerpos para disponer de más información. Tenemos, de momento, los cuerpos de tres soldados sin duda republicanos por los objetos a ellos asociados y unas documentaciones sólidas que sitúan, precisamente en la Cota 238, a la XII y XIV Brigadas Internacionales, pero todavía no tenemos certezas. Deberemos esperar a que el laboratorio pueda aportar alguna evidencia concluyente.
En los próximos días, Bajoaragonesa de Agitación y Propaganda abrirá una cuenta bancaria para recibir donaciones con las que sufragar los gastos de investigación y restauración de los objetos encontrados, así como los costes del sepelio de los combatientes. Si estás interesado en colaborar en el proyecto contacta con nosotros a través de elagitador@bajoaragonesa.org. Esa es por el momento nuestra única salida, la de aportaciones particulares que ayuden a sufragar los gastos de las investigaciones. Mientras tanto, Rafael Hernando descansa tranquilo en el sofá de su salón sabiendo que las políticas de su partido con respecto a la memoria histórica funcionan a la perfección. Las nutridas partidas presupuestarias de su gobierno, de cero euros, dejan la recuperación de la memoria en manos de hombres y mujeres como las que colaboraron en las exhumaciones de estos soldados en el monte caspolino. Como los socios de nuestra asociación, como Julio Bayo, como Santiago Martínez, de Alcañiz, como Cristina Sánchez, de la Universidad de Zaragoza, o como Pablo Ibáñez, de Arainfo. Personas a las que no les parece humanamente razonable que tantos años después, los cuerpos de miles de hombres y mujeres sigan abandonados en los montes y cunetas de nuestra geografía.
David Bonastre
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