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No imaginaron nunca que el refugio de la aparcería de Sardina del Sur se convertiría en un campo de exterminio, ambos sabían que si los llevaban allí serían asesinados. Julián Esteban y Rosa Déniz fueron detenidos al amanecer en la vieja casita del barranco de Ayagaures, separados a la fuerza, entre patadas y culatazos, cuando llegaron al Castillo de San Francisco en Las Palmas de Gran Canaria, a ella la llevaron a la sede del Gobierno Militar en la calle Triana, a él lo dejaron en el patio de la antigua fortaleza, cientos de hombres ensangrentados se mantenían de pie bajo el rocío de julio de 1936, varios miembros de Falange los golpeaban salvajemente, algunos de los vestidos de azul con pingas de buey, otros con varas de acebuche, la sangre corría hacia los desagües como un riachuelo encendido bajo el amanecer del verano.
Rosa bajó del camión junto a varias mujeres, dos señoras mayores y el resto chicas jóvenes de entre 16 y 25 años, todas con los vestidos rotos, algunas con el pecho desnudo tapado con sus manos, las ropas desgarradas por los guardias de asalto y requetés, junto a algunos civiles que también participaban de los abusos. El recinto era cerca de Telde, en la carretera que va hasta el municipio de Aguimes, un espacio cerrado, una antigua granja de cabras y ovejas, convertida en provisional centro de internamiento y tortura, donde los señoritos caciques venían cada noche a emborracharse, a elegir a las muchachas más bellas para violarlas.
En un pequeño descampado usado como corral había dos mujeres vestidas de negro, muertas con los pechos cortados, la sangre inundaba el antiguo recinto que todavía olía a estiércol, ahora mezclado con el hedor de los cuerpos descompuestos.
Un hijo del Conde salía en ese momento con varios requetés y un nieto rubio del empresario ingles del tomate, dueño de medio sur, iban tambaleándose y riendo, comentando –Estaban buenas las hijas de puta anarquistas, lo tenían estrechito al ser tan niñas -los dos se subieron a un coche negro muy grande, salieron hacia Telde, al rato llegó el Capitán Barber entre el estruendo del camión de la finca de la Cruz de Jerez, estaba también muy borracho, acompañado por Eufemiano y un madrileño llamado Luis Góngora, encargado en la oficina central de correos de la isla. Después de estar unos minutos hablando en la puerta entraron a la habitación donde estaban las mujeres más jóvenes, procediendo a la selección de las que más les gustaron, muchachas cabeza gacha, sucias, ensangrentadas por el constante maltrato, hijas de sindicalistas, de miembros del Frente Popular, una minoría eran militantes de la izquierda, el resto solo familiares de personas detenidas, asesinadas, desaparecidas en la Sima de Jinámar, en alta mar o en los pozos de la isla.
Se las llevaron en el camión hacia la finca de los Melianes, donde les esperaban varios hombres, en su mayoría jóvenes, todos miembros de familias nobles de la isla, de la criminal oligarquía que estaba masacrando junto a la Iglesia Católica, Falange y los militares a miles de paisanos de todo el desgraciado archipiélago. Allí corrió el alcohol en medio de la juerga desenfrenada, de la violación múltiple, del maltrato y el asesinato colectivo.
Después de dormir la borrachera transportaron los cuerpos de las mujeres a los acantilados de Ansite, cerca de Santa Lucía, donde las arrojaron al vacío para que no quedaran pruebas del brutal asesinato.
Rosa se quedó en la granja de Telde, sentada en el suelo, sin agua ni comida, esperando su turno, sabía que tarde o temprano alguien se la llevaría, que aquel almacén para el sexo salvaje no era más que un triste depósito de corazones puros, de muchachas que en muchos casos nunca habían tenido relaciones sexuales, todas secuestradas por los esbirros del nuevo régimen, conscientes de que no tendrían escapatoria, que su destino sería negro, que el terror fascista necesitaba de aquellos espacios de la muerte lenta, para la soldadesca, para los psicópatas golpistas más criminales, para que tantos asesinos de estado desfogaran su odio de clase sobre mujeres inocentes.
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Imagen: Milicianas en el frente de Madrid (1936), entre ellas "Rosario dinamitera"
No imaginaron nunca que el refugio de la aparcería de Sardina del Sur se convertiría en un campo de exterminio, ambos sabían que si los llevaban allí serían asesinados. Julián Esteban y Rosa Déniz fueron detenidos al amanecer en la vieja casita del barranco de Ayagaures, separados a la fuerza, entre patadas y culatazos, cuando llegaron al Castillo de San Francisco en Las Palmas de Gran Canaria, a ella la llevaron a la sede del Gobierno Militar en la calle Triana, a él lo dejaron en el patio de la antigua fortaleza, cientos de hombres ensangrentados se mantenían de pie bajo el rocío de julio de 1936, varios miembros de Falange los golpeaban salvajemente, algunos de los vestidos de azul con pingas de buey, otros con varas de acebuche, la sangre corría hacia los desagües como un riachuelo encendido bajo el amanecer del verano.
Rosa bajó del camión junto a varias mujeres, dos señoras mayores y el resto chicas jóvenes de entre 16 y 25 años, todas con los vestidos rotos, algunas con el pecho desnudo tapado con sus manos, las ropas desgarradas por los guardias de asalto y requetés, junto a algunos civiles que también participaban de los abusos. El recinto era cerca de Telde, en la carretera que va hasta el municipio de Aguimes, un espacio cerrado, una antigua granja de cabras y ovejas, convertida en provisional centro de internamiento y tortura, donde los señoritos caciques venían cada noche a emborracharse, a elegir a las muchachas más bellas para violarlas.
En un pequeño descampado usado como corral había dos mujeres vestidas de negro, muertas con los pechos cortados, la sangre inundaba el antiguo recinto que todavía olía a estiércol, ahora mezclado con el hedor de los cuerpos descompuestos.
Un hijo del Conde salía en ese momento con varios requetés y un nieto rubio del empresario ingles del tomate, dueño de medio sur, iban tambaleándose y riendo, comentando –Estaban buenas las hijas de puta anarquistas, lo tenían estrechito al ser tan niñas -los dos se subieron a un coche negro muy grande, salieron hacia Telde, al rato llegó el Capitán Barber entre el estruendo del camión de la finca de la Cruz de Jerez, estaba también muy borracho, acompañado por Eufemiano y un madrileño llamado Luis Góngora, encargado en la oficina central de correos de la isla. Después de estar unos minutos hablando en la puerta entraron a la habitación donde estaban las mujeres más jóvenes, procediendo a la selección de las que más les gustaron, muchachas cabeza gacha, sucias, ensangrentadas por el constante maltrato, hijas de sindicalistas, de miembros del Frente Popular, una minoría eran militantes de la izquierda, el resto solo familiares de personas detenidas, asesinadas, desaparecidas en la Sima de Jinámar, en alta mar o en los pozos de la isla.
Se las llevaron en el camión hacia la finca de los Melianes, donde les esperaban varios hombres, en su mayoría jóvenes, todos miembros de familias nobles de la isla, de la criminal oligarquía que estaba masacrando junto a la Iglesia Católica, Falange y los militares a miles de paisanos de todo el desgraciado archipiélago. Allí corrió el alcohol en medio de la juerga desenfrenada, de la violación múltiple, del maltrato y el asesinato colectivo.
Después de dormir la borrachera transportaron los cuerpos de las mujeres a los acantilados de Ansite, cerca de Santa Lucía, donde las arrojaron al vacío para que no quedaran pruebas del brutal asesinato.
Rosa se quedó en la granja de Telde, sentada en el suelo, sin agua ni comida, esperando su turno, sabía que tarde o temprano alguien se la llevaría, que aquel almacén para el sexo salvaje no era más que un triste depósito de corazones puros, de muchachas que en muchos casos nunca habían tenido relaciones sexuales, todas secuestradas por los esbirros del nuevo régimen, conscientes de que no tendrían escapatoria, que su destino sería negro, que el terror fascista necesitaba de aquellos espacios de la muerte lenta, para la soldadesca, para los psicópatas golpistas más criminales, para que tantos asesinos de estado desfogaran su odio de clase sobre mujeres inocentes.
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Imagen: Milicianas en el frente de Madrid (1936), entre ellas "Rosario dinamitera"
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