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Otilia presta su memoria a A Regaduxa
El colectivo para la defensa de la memoria histórica de Vilaboa reivindicó el derecho a colocar una escultura en honor a las víctimas del franquismo en el puerto de Santa Cristina. Portos se escuda en la seguridad para denegar el permiso
Otilia Carracedas, con el micrófono, explicó su vivencia en el puerto, en donde trabajó su padre como mano de obra esclava. CEDIDAS
Puede que la instalación de unas letras en honor a las víctimas del franquismo en el puerto de Santa Cristina de Cobres, en Vilaboa, suponga una seria amenaza para la seguridad de los usuarios de la instalación, como defiende Portos de Galicia; o puede que fijar con piezas metálicas una frase en la que se leerían las palabras "horror" y "franquismo" incomode tanto a las autoridades competentes que la propuesta no reciba permiso nunca. Cualquiera de las dos versiones, por ser difícil de probar empíricamente, parece apta para protagonizar una polémica que promete prolongarse aún en el tiempo. Lo que parece fuera de toda duda es la potencialidad del Peirao de Santa Cristina de Cobres como lugar simbólico de la historia de los vilaboeses y de otros vecinos de toda la ría que fueron represaliados en el 36 y los años posteriores.
El colectivo para la defensa de la memoria histórica de este municipio, A Regaduxa, convocó un acto reivindicativo para demostrar a la sociedad la importancia simbólica del lugar elegido para su monumento a las víctimas y conseguir un permiso que la Xunta viene denegando desde hace años. A la cita acudieron decenas de vecinos, dispuestos a oír la historia de todos aquellos que padecieron la cara más dura de la guerra fratricida que marcó la historia del país en el siglo pasado. Sin embargo, lo que pocos esperaban encontrar era una voz que contase en primera persona por qué ese puerto es un testigo vivo del franquismo. Lo hizo Otilia Carracelas, una vecina de Vilaboa que acudió a la llamada de A Regaduxa y aceptó charlar con la representante del colectivo Tareixa Carro.
Y Otilia, que ronda los 85 años, contó a los presentes como, cuando era niña, un día se escapó para seguir a su madre. La pequeña, de unos seis años de edad, no entendía por qué su progenitora se iba a diario a escondidas poco antes de la hora de comer, así que la siguió a cierta distancia. Otilia, tras los pasos de su madre, llegó a la costa, y allí llevó una cesta de comida a unos hombres que trabajaban. Estaban construyendo el puerto. Pero no eran hombres libres. Eran presos de la Illa de San Simón que a diario transportaban a la costa para realizar trabajos forzados. Entre todos, la pequeña enseguida reconoció a su padre, que también estaba detenido en el lazareto, aunque, eso, ella, como niña que era entonces, lo ignoraba. Otilia se lanzó a la carrera a los brazos de su padre y le abrazó entre sollozos. Contó ayer que la escena hizo que se le saltasen las lágrimas hasta al agente de la Guardia Cívica que custodiaba las obras.
El acto concluyó con el discurso del presidente de la asociación, Xosé María Álvarez Cáccamo, en el que anunció que seguirán las acciones para colocar la escultura en este emplazamiento hasta que Portos conceda el permiso.
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