diumenge, 15 de novembre del 2015

El decisivo apoyo de Hitler en la Guerra Civil.

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El Tercer Reich lanzó en España su primera aventura militar en el extranjero. La ayuda al bando nacional resultó a la postre decisiva


Franco y Hitler se entrevistan en Hendaya en 1940.
Cuando estalló la Guerra Civil en España, la política exterior de Hitler había sido una sucesión de éxitos. A mediados de 1936, el Tercer Reich estaba llevando a cabo un rearme de tales dimensiones que ponía en ridículo el Tratado de Versalles, por no hablar del servicio militar obligatorio, el abandono de la Sociedad de Naciones y la interrupción de los pagos de indemnizaciones que habían supuesto una carga tan tremenda para la República de Weimar. En fecha reciente, el 7 de marzo, Hitler había logrado remilitarizar Renania sin que nadie le dijera nada.
Conseguir dichos objetivos había sido impensable antes de que los nazis llegaran al poder, a principios de 1933. Pero Hitler lo había hecho, y además había puesto en marcha una sólida recuperación de la economía alemana. Por supuesto, el régimen tenía sus puntos débiles, como el conflicto con las Iglesias y una situación financiera endeble, pero en 1936 pocos podían discutir el poder del Führer. La remilitarización de Renania parecía el culmen del renacimientoalemán que tanto gustaba proclamar a los propagandistas nazis; era evidente que el equilibrio de poder en Europa se había alterado. Al mismo tiempo, sin embargo, el inesperado cruce militar del Rin había acercado a Europa a otra conflagración continental como nunca desde 1918. Y resulta que el canciller era perfectamente consciente tanto de los triunfos como de las dudas. ¿Habría moderación después del éxito? Durante el transcurso de la Guerra Civil española, de julio de 1936 a abril de 1939, la política exterior de Hitler se centralizó todavía más, se hizo más enérgica y más agresiva. Pero el 24 de julio de 1936 eso no se sabía aún.
La primera petición de ayuda que hicieron los nacionales a Alemania no se la dirigieron a Hitler. El 22 de julio, al día siguiente de que Bolín llegara a Roma, el segundo de Franco en Marruecos, Juan Beigbeder, envió “una solicitud muy urgente” al agregado militar alemán en París en la que pedía “diez aviones de transporte con la máxima capacidad de asientos”. El propósito era evidente: trasladar a las tropas experimentadas a la Península. Pero Beigbeder nunca tuvo una respuesta clara. En el norte, el general Mola, ya en la Junta de Defensa Nacional, también intentó entrar en contacto con empresas privadas alemanas a través de la Embajada alemana en Lisboa.
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El general Mola, ya en la Junta de Defensa Nacional, también intentó entrar en contacto con empresas privadas alemanas
Ese mismo día se reunieron con Franco el anciano líder del partido nazi en la minúscula legación en Tetuán, Adolf Langenheim, y un obeso hombre de negocios prusiano que había perdido su pequeña fortuna en el crash bursátil de 1929, Johannes Bernhardt. Franco no estaba en la Junta de la rebelión como Mola. Con los soldados atrapados en Marruecos, municiones escasas y prácticamente nada de dinero en efectivo, la situación de los rebeldes era complicada, sobre todo ante la perspectiva de una guerra prolongada. El joven Bernhardt seguramente vio una oportunidad y mostró tal entusiasmo que consiguió entrar en el viaje: Franco y los generales necesitaban toda la ayuda posible.
(...) El 25 de julio, Hans Heinrich Dieckhoff, responsable en funciones del Ministerio de Asuntos Exteriores alemán, escribió un memorándum lleno de cautela: “Ayer [el 24 de julio] llegaron a Berlín, en un avión de Luft Hansa aterrizado en Tempelhof [el aeropuerto berlinés], dos oficiales de los rebeldes españoles con instrucciones del general Franco para negociar con nuestras autoridades la compra de aviones y material de guerra”. [...] Es necesario que por ahora los responsables del Gobierno alemán y el Partido [nazi] sigan rehuyendo cualquier contacto con los dos oficiales. La entrega de armas a los rebeldes se sabría enseguida. Todas las autoridades oficiales deben permanecer completamente al margen”. En el documento original aparecen “sí” y “correcto” en letra del superior de Dieckhoff, el ministro Konstantin von Neurath, diplomático y aristócrata responsable de la Wilhelmstrasse y que, hasta entonces, había resistido las presiones para unirse al partido nazi. Pero a los dos les habían ocultado la realidad. Ambos, diplomáticos de carrera —y alejados del círculo hitleriano de toma de decisiones—, ignoraban que el 25 de julio el propio Führer había decidido otra estrategia diferente para abordar el incipiente conflicto. Y que consistía en cualquier cosa menos en permanecer “al margen”.
(...) El Führer estaba en el Festival de Bayreuth, la puesta en escena anual de obras de Richard Wagner que nunca se perdía. (...)A última hora de esa noche, que solía ser su momento más productivo, Hitler estaba lleno de energía y dispuesto a hablar de política internacional. Es inevitable pensar que ya le habían descrito la poco halagüeña situación de los rebeldes españoles. Un informe de la embajada alemana en Madrid recibido esa mañana predecía acertadamente que el golpe de Estado fallido iba a desencadenar una guerra civil en toda regla. Decía también que la alianza franco-soviética —una realidad oficial desde 1935— saldría reforzada de la victoria republicana, porque el régimen vencedor sería sin duda de izquierdas.
‘La sombra de Hitler. el imperio económico nazi y la Guerra Civil española’,  de Pierpaolo Barbieri. Precio: 21,90 euros. 380 páginas. Editorial Taurus.
(...) El ministro de la Guerra, Werner von Blomberg, el almirante Wilhelm Canaris, entonces jefe de los servicios de inteligencia alemanes (Abwehr), y el ubicuo jefe de la Luftwaffe, Hermann Göring, estuvieron también presentes en la reunión. (...) Hitler ordenó enviar a Franco más material del que había pedido originalmente: veinte aviones de transporte Junkers Ju 52, seis aviones de combate Heinkel He 51S, artillería y más. Los suministros irían acompañados de pilotos, mecánicos e incluso de una unidad médica.
La importancia de esta decisión fue extraordinaria: la decisión wagneriana de Hitler no solo dio comienzo a su primera aventura militar en el extranjero sino que desafió de manera directa el deseo anglo-francés de construir “una nueva paz europea” (...). Además, con una medida que empujó a Mola a contemplar la misma suerte de su hermano Ramón, Hitler decidió enviar material a Franco, y solo a Franco. Con esa decisión, el Führer alteró de manera inmediata e irrevocable la dinámica del liderazgo de la rebelión, al no tener en cuenta la estructura de la Junta española creada unos días antes. Es muy difícil pensar que Franco hubiera podido monopolizar el poder tan fácilmente y tan temprano sin el voto de confianza de Hitler.