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La militancia permanente
Sus 85 años reavivan en el gaditano Julio Diamante ese aire de viejo profesor que le ha acompañado siempre, no en balde su experiencia en la Escuela de Cine, donde dio clases durante 11 años hasta que le expulsaron por rojo. “Desde mi nacimiento he sido, por suerte o por desgracia, un hombre de izquierdas”. De ello da fe una vez más su última película, La memoria rebelde, de la Segunda República a la Transición, en la que recoge testimonios de muchos protagonistas de ese largo período histórico del que “dialécticamente cada uno te cuenta su versión”, para acabarlos con el Himno de Riego.
“Me ha costado mucho trabajo hacerla, mucho tiempo y naturalmente dinero ya que no tenía ánimo de lucro. Pude financiarla con la dotación del premio Val del Omar”, que la Junta de Andalucía le concedió en 2003 “por su trayectoria profesional multidisciplinar como director de teatro, realizador de televisión, guionista y gran exponente del Nuevo Cine Español”.
Diamante está siguiendo ahora la ruta de La memoria rebelde, “que sigue presentándose en universidades porque conserva su sentido. Tengo otras ideas para cine de ficción, pero en este tipo de trabajo me encuentro más cómodo”.
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Exhibe con orgullo el libro De Madrid al Ebro, escrito por su padre, ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, durante la Guerra Civil, en el que relata sus recuerdos, “no como un historiador, sino de forma directa, cálida y con encanto. En la primera edición prohibieron la bandera tricolor en la portada, pero en esta segunda por fin aparece”.
Habla también de sus propios libros: Blues jondo y Cantes de vida y vuelta, con poemas para cante jondo, del que es buen conocedor, y no solo por su condición de gaditano. Tuvo un programa semanal de radio sobre flamenco, y hasta un bar en Madrid donde se escuchaba blues.
Sus libros sobre cine también le entusiasman: Los trabajos y los días, De la idea al film, Cine, cultura y libertad: Contra las sombras y el silencio… En este último cuenta la historia del Festival de Benalmádena, que dirigió durante 18 años en una época políticamente convulsa de pelea constante con la censura, al tiempo que programaba películas de cinematografías desconocidas. “Era una batalla permanente”, recuerda.
“En todas las actividades en que he intervenido me he encontrado con la censura en situaciones muy jodidas”, rememora. Por ejemplo, cuando comenzó a dirigir teatro en una línea que califica como “neoexpresionismo realista” —Rice, Ibsen, Büchner, Lauro Muniz…— le prohibieron, entre otras, una versión de El proceso, de Kafka, al que dio “una doble lectura”. O la celebración de un Congreso Universitario de Escritores Jóvenes, que en realidad pretendía camuflar la lucha clandestina del Partido Comunista, al que se había afiliado muy joven… Hasta le prohibieron la primera película que dirigió, Los que no fuimos a la guerra, una comedia de buen humor inspirada en unos relatos de Fernández Flórez ambientados en la Primera Guerra Mundial.
Recortada por la censura y con el nuevo título de Cuando estalló la paz, se presentó en el Festival de Venecia —“un gran éxito”, precisa— y en España se pudo estrenar casi dos años más tarde.
Para entonces Diamante ya había rodado su segundo filme, Tiempo de amor, al que siguió El arte de vivir, dos estupendas películas “que fueron intentos de hablar de la sociedad española y de cómo el amor florecía muy mal en ella”. Felizmente, al cabo de los años aparecieron los cortes que había hecho la censura sobre Los que no fuimos a la guerra y pudo reintegrarlos a la película, que “desde entonces se proyecta dentro y fuera de España, algo que de alguna manera te endulza”. “Pero que tu primera película estuviera retenida durante tanto tiempo… no fue nada agradable”, añade.
Las alegrías le vinieron en forma de premios, junto con algunos sinsabores por culpa de la torpe gestión de algunos productores. “Tiempos de Chicago la recuerdo con simpatía porque está hecha con mucha profesionalidad, pero fue todo muy disparatado. Hubiera estado bien filmar el rodaje”.
Respecto a Sex o no sex, “se escandalizaron porque era del destape, aunque de hecho se trataba de una crítica benévola sobre las inquietudes sexuales de un pequeño burgués que se disfraza a la hora del sexo, como en realidad hacían ciertos personajes del franquismo”. Y en cuanto a La Carmen, que supuso su acercamiento cinematográfico al flamenco, tuvo también un rodaje accidentado: “Decidí no volver a hacer cine hasta encontrar un productor normal”.
Guarda buen sabor de la policíaca Helena y Fernanda, en la que “hay una sutileza sobre el lesbianismo contada con mucha elegancia. Era una secuencia muy bonita. Fue muy elogiada la realización; no creo que sea una película desdeñable”.
De muchos de sus trabajos para TVE, de sus cortos y documentales guarda muchos recuerdos buenos. Y hasta de sus pinitos como actor, por ejemplo en la acertada trilogía Esperpentos, de García Sánchez. Se le han quedado en el tintero tres guiones que fueron premiados por el Ministerio de Cultura, una versión de La Celestina que le prohibió la censura… y más.
Lo dejamos ocupado con su periplo de La memoria rebelde, y con actividades en la coordinadora de la memoria histórica. Se despide brindando con un café: “¡Salud y república!”.
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