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Tenían 10 y 4 años cuando subieron a un camión con sus madres. La guerra civil española las había convertido en refugiadas. Dos mujeres de Zumaia recuerdan los días en los que la felicidad de su infancia se trocó en miedo. Cuando ven a los fugitivos sirios saben lo que sienten
El recuerdo, uno de tantos, es el de decenas de mujeres y niños, todos cargados con fardos y hacinados en camiones. Es muy temprano. No cesa de llover y hace mucho frío. El rebaño humano –porque es así como se sienten tratados– trepa a los vehículos sin toldos. No pueden sentarse, son demasiados. Tratan de acomodarse de pie, apoyados unos en otros. Desconocen su destino, solo saben que quizá nunca regresen. Se acaban de convertir en refugiados aunque nunca han pronunciado esa palabra.
Es una imagen perpetuada en la memoria, aunque hay otras que han quedado plasmadas en fotografías. Como la de cuatro mujeres y tres niños que avanzan sobre una carretera mojada. Una de las mujeres lleva un bebé en brazos. Camina precedida por una niña que mira a la cámara con miedo o curiosidad, nunca se sabrá. Lo que sabemos de ella es que con su mano derecha sujeta una muñeca.
Hay más gente en la fotografía.Detrás del primer grupo camina una mujer mayor con un bebé en brazos. Algo más lejos se atisban más mujeres y niños. Y tras ellos, aunque no se les ve, se intuye que llegarán más. Les persigue un monstruo que nunca imaginaron conocer. Todos ellos son refugiados sirios.
Al menos es así como se sienten Lore Albizu y Asentxi Aizpurua cuando, 78 años después, miran en Zumaia fotografías de entonces y las comparan con las imágenes que están viendo estos días en los periódicos y la televisión. Ellas viven como si fueran suyos los pesares de esas miles de personas que se agolpan en las fronteras de Europa mientras buscan cualquier medio de transporte que las aleje de la guerra. Fueron y son las niñas que aparecen en las fotos del pasado y del presente. La única diferencia es que unas están en blanco y negro y otras en color. Ellas son el hilo conductor de un tiempo que se repite. Y están convencidas de que deben recordarlo para que nadie lo olvide.
"Como ellos"
"Cuando veo lo que está pasando con los refugiados sirios enseguida me viene a la cabeza que nosotras también lo fuimos, que eso es algo que hemos vivido", dice Asentxi. A su lado, Lore asiente. "Nos vemos en los niños de Siria porque fuimos como ellos y hubo gente que nos acogió".
Están sentadas en el comercio de la hija de Asentxi, rodeadas de grandes fotografías. Las imágenes ilustran lo que ocurrió en Zumaia en el invierno de 1937, cuando las tropas nacionales, que habían tomado el pueblo el 21 de septiembre de 1936, expulsaron de la localidad a 256 vecinos, la mayoría mujeres, niños y ancianos de familias nacionalistas. Los hombres estaban en el frente.
Lore tenía entonces 4 años y vivía en la calle San Telmo. A sus diez años, el mundo era para Asentxi un juego que se libraba en la plaza Amaia y las calles de alrededor. "El pueblo estaba lleno de niños. Yo siempre andaba en la plaza de arriba, donde el Ayuntamiento". Antes de que estallara la guerra, en sus hogares no se hablaba de la posibilidad de un conflicto armado. Era algo que "nadie imaginaba", dice Asentxi. Como mucho, en su casa presenciaba algunas discusiones políticas porque "unos eran del batzoki y otros del casino y el Círculo", pero poco más. "Nuestra vida era normal, de niños, no sabíamos nada de política ni nos importaba. Solo queríamos jugar", afirma Lore.
Todo cambió cuando los militares se sublevaron. El ambiente comenzó a enrarecerse, ya no se hablaba de mucho más que de soldados y combates. Zumaia tenía por aquel entonces 3.500 habitantes. 500 de ellos fueron a un frente que cada vez estaba más cerca. Los rumores que se propagaban por las calles pronto dejaron de serlo para convertirse en realidad.
El fin del mundo
"Nos juntábamos todos los vecinos para hablar", recuerda Asentxi. Eso fue al principio. Después empezaron a mirar desde las casas el avance de las tropas que se acercaban. "Decían que habían entrado donde Murga y también que habían escondido la virgen. Era todo muy triste". Los chismorreos terminaron cuando los nacionales entraron en Zumaia por tierra desde Oikia y Arroa y por mar. Empezó entonces la represión.
"A una mujer le cortaron el pelo al cero y la pasearon por todas las calles", dice Asentxi. Como el resto de los niños del pueblo, ella comenzó a estudiar una nueva historia de España en la escuela nacional y aprendió a distinguir entre un falangista y un requeté. Su mundo había cambiado de repente sin que ellos supieran muy bien el motivo, exactamente igual que hoy les ha ocurrido a los niños sirios, los últimos de una lista de víctimas que, conociendo a la especie humana, nunca dejará de aumentar.
Un minuto basta para que un universo se derrumbe, como bien sabe Asentxi. La tarde del 12 de febrero de 1937 estaba en clase cuando la puerta se abrió. Era su madre, que se dirigió a la maestra. "Doña Marta, nos expulsan del pueblo, tengo que llevarme a mis hijas", anunció. Todos, incluso la profesora, rompieron a llorar. "Me acuerdo de que pensé que a dónde íbamos a ir ahora".
Asentxi y Lore tampoco tuvieron mucho tiempo más para hacer conjeturas. A las siete de la mañana del día siguiente estaban preparadas para partir hacia algún lugar de la zona republicana. "Teníamos miedo, ni nuestras madres sabían dónde íbamos. Antes de salir todas las mujeres fueron a misa y después subieron a los camiones cantando ‘Agur Jesusen ama’", explica Lore. ‘Virgen sin par/ bendíceme./Adiós madre mía./Adiós, adiós, adiós’, dice en castellano la última estrofa de la canción.
Recuerdan la lluvia y el viaje en vehículos desprovistos de toldo. "Hacía un frío terrible. Mi madre le preguntó a un falangista si podría llevar comida y le contestó que falta nos haría porque nos íbamos a morir de hambre". Asentxi no ha olvidado estas palabras y tampoco cómo iba vestida. "Llevaba un abrigo de mi hermana con cuello de piel y medias de sport". Ella y Lore comenzaron el viaje junto a sus madres y sus hermanos.
Cinco días en un túnel
Después del recuerdo miran la fotografía protagonizada por las cuatro mujeres y los tres niños que avanzan sobre una carretera mojada. Ha pasado mucho tiempo y apenas saben identificar a los personajes inmortalizados en pleno éxodo. "Íbamos a pie desde Ondarroa hasta Lekeitio. Nosotras andaríamos por ahí detrás. La que lleva en brazos al bebé es la madre de Jesús, y el niño es el tío Xabier.Fuimos con la mejor ropa que teníamos en casa. No sabíamos si íbamos a volver", afirman.
Los camiones se detuvieron en Forua, en un convento de frailes. A partir de ahí sus caminos se separaron y comenzaron una larga peregrinación en la que fueron testigos de muertes, bombardeos, actos de egoísmo y muestras de solidaridad, como lo que están experimentando los refugiados sitios. Asentxi comienza a citar nombres de las localidades por las que vagó con su mermada familia y lo que vivió en ellas.
"En Amorebieta estuvimos en un molino. De allí nos llevaron a un chalé de Begoña, pero estuvimos poco tiempo y nos mandaron a Bilbao, donde nos metieron en un túnel en el que estuvimos sin salir cinco días y cinco noches. En abril nos metimos debajo de un puente y vimos pasar a los aviones que iban a bombardear Gernika", cuenta Asentxi. "De allí nos metieron en un tren que estaba lleno de gente. Yo iba en el váter porque no había más sitio. Todo el tiempo había aviones por encima. Llegamos a Laredo y allí estuvimos en una casa. Un día no salí y me quedé debajo de una higuera, lo recuerdo bien.Mi hermana Agustina salió a pasear con dos amigas y encontraron algo que parecía una pelota. Cuando la cogieron explotó y murieron las tres".
Asentxi pudo regresar a Zumaia siete meses después solo para encontrar que ya no tenía casa. El viaje de Lore fue más largo. "Fuimos a Bilbao y de allí a Mundaka. Cuando entraron los nacionales nos dispersamos todos. En Ribadesella subimos a un barco tripulado por viernamitas que nos llevaron a Burdeos. Cuando llegamos teníamos mucha hambre y nos dieron a cada uno un pan y una lata de sardinas", relata. Acabaron en la frontera con Suiza, donde "sentíamos mucha soledad porque no conocíamos a nadie y no sabíamos hablar francés". Regresaron año y medio después.
Las dos niñas volvieron, lo que no pueden decir todos los que partieron a su lado un 13 de febrero. En su periplo aprendieron que a menudo "no había solidaridad" entre los refugiados. "Cada uno buscaba una salida para los suyos. Era un sálvese quien pueda".Por eso insisten en la importancia de "dejar pasar a los sirios porque son personas. Lo están pasando igual que nosotros. La historia se repite".
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