http://www.infolibre.es/noticias/politica/2016/07/18/enrique_moradiellos_quot_tres_dias_golpe_militar_transformo_una_guerra_civil_quot_52572_1012.html
- El historiador defiende que los cuarteles fueron el espacio en el que se desarrolló la primera fase de la lucha entre sublevados y leales
- "El levantamiento amplio, pero no unánime, se encontró con que tenía enfrente a otras tantas guarniciones que se oponían a su actuación", explica
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Soldados republicanos del Quinto Regimiento marchando en Madrid, 1936.MIKHAIL KOLTSOV
Entre el 17 y el 20 de julio de 1936 se definió toda la historia contemporánea española. Eso defiende el historiador Enrique Moradiellos (Oviedo, 1961), especializado en la Segunda República, la Guerra Civil y el primer franquismo, en Historia mínima de la Guerra Civil española (Turner), un volumen que pretende contener, en menos de 300 páginas, los antecedentes, hechos y consecuencias más relevantes de esos tres años que son aún una herida en la memoria colectiva.
Moradiellos recuerda que los cuarteles no fueron entonces únicamente el lugar en el que se fraguó la traición al régimen democrático, sino también el primer espacio en el que se desarrolló la primera fase de la lucha: "La sublevación de julio de 1936 comenzaba como una guerra civil en el seno del ejército y sus primeras víctimas serían los mandos militares opuestos a la intentona o que fracasaron en la tentativa insurreccional".
Pregunta. ¿Queda algún punto ciego para la historiografía en el golpe de Estado del 18 de julio del 36?
Respuesta. En estos años de democracia se han conocido muchísimos aspectos del fenómeno de la guerra y de sus orígenes. De la conspiración militar, de la crisis sociopolítica previa, de esos tres días de julio que fueron cruciales, porque en tres días un golpe militar se transforma en una guerra civil. Sigue habiendo cosas que continúan más o menos en la penumbra, que quizás nunca lleguemos a saber porque han fallecido las personas que podrían hablar. Pero, en trazos gruesos, creo que ya está bastante aclarado todo. Aunque la verdad histórica es revisable, porque no es una obra divina, sino humana.
P. ¿Se conocen los juegos de afiliaciones y disputadas en el interior del ejército en ese momento?
R. Sí, el golpe militar que se inicia el 17 de julio del 36 a las cinco de la tarde –la consigna era el 17 a las 17— está fraguado por una conjura militar en la que participan algunos altos mandos, muchos oficiales, y que cuenta con apoyo de políticos civiles derechistas. Esto está claro. Pero, ojo, es un golpe faccional: es un sector del ejército que no es mayoritario el que participa en la conjura. Son exactamente cuatro generales de división, de 18 que había; la mitad de los generales de Brigada; un 70% u 80% de los jefes de Estado Mayor, de la oficialidad; muy poco representada la Guardia de Asalto, que era la policía nacional; solo la mitad de la Guardia Civil; menos de la mitad del Cuerpo de Carabineros de fronteras… Si se hubiera sublevado todo el ejército, hubiera pasado como en septiembre del año 23: Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, de acuerdo con casi todo el alto mando militar, se pone en marcha para ocupar el poder, desplazar a los civiles y mandar como mandan los militares, que es mediante dictadura, principio de orden y disciplina, doy una orden y aquel que no la cumpla, que lo fusilen o lo arresten. Eso no sucedió. En julio del 36, aquellos que creyeron que iban a repetir lo del 23, se equivocaron. Tampoco sucedió lo que pensaban otros, y estoy pensando en Largo Caballero y quizás en el propio Gobierno republicano, que creían que iba a ser algo parecido a agosto del 32, cuando el general Sanjurjo, al frente de una guarnición en Sevilla y unas unidades en Madrid, intentó dar un golpe de Estado. Eso fue una intentona muy fracturada, con un apoyo territorial escaso. En julio del 36 no pasó ni lo que en el 23 ni lo que en el 32, sino otra cosa: que el golpe militar amplio, pero no unánime, se encontró con que tenía enfrente a otras otras tantas guarniciones que se oponían a su actuación. El golpe triunfó en la mitad de España y fracasó en la otra mitad. En ese resultado ambiguo se abre el escenario de la Guerra Civil.
P. Defiende que es esta fragmentación inicial del ejército lo que motiva la Guerra Civil, por encima de otras consideraciones políticas o sociales.
R. Lo pienso yo y lo piensa mucha gente. Una cosa importante a la hora de estudiar esto es no pensar que somos únicos. Somos 46 millones de 7.000, y el ejército ha dado golpes en Birmania, en América Latina, en Croacia y Eslovenia, en Francia e Italia. La guerra fue posible porque había armamento y jefes capaces de operar como unidades armadas en los dos lados. La división del ejército, que reduplicaba la de la sociedad, eso sí, es lo que da origen a la guerra. Hay una cosa que llama la atención: ¿cómo es posible dar un golpe militar y no tener un jefe en Madrid, donde se pone al frente un general retirado, o en Barcelona, a donde se desplaza Goded desde Mallorca porque tampoco tiene un líder? Porque no contaban con gente allí. El hermano del general Mola, que estaba destinado en Barcelona, advertía “aquí no va a haber nada, no hay quien se ponga al frente”. En Madrid, hubo conato de sublevación, pero mandos ninguno. Lo sorprendente es que llegaran a una prueba de fuerza de ese tipo con un complot insuficiente. Salas Larrazábal, que escribía en los años setenta y era hombre condecorado por el franquismo, lo decía: "El golpe pecó de superficial al ignorar la fuerza del enemigo".
P. ¿Qué mitos desmonta esta visión?
R. El régimen vencedor dice que el ejército español se levantó para salvar la vida de la patria, pero olvidan que empezaron matándose entre ellos. Y las izquierdas quieren ver que fueron las milicias las que plantaron cara, pero olvidan que antes de ellos fueron un general Aranguren, un general Escobar los que aplastaron en Barcelona a los sublevados. Aquí ha interesado a todos no ver las cosas: el bando franquista, porque es duro admitir que fue una facción que rompió la disciplina militar; y el bando republicano, porque era complicado decir que allí donde pudieron luego hacer la guerra, había sido gracias a militares, en ocasiones conservadores.
P. Describe cómo las milicias sirven más como sustento moral que como fuerza de combate.
R. Sobre todo en los primeros momentos. Hacer la guerra es una cosa muy importante, lo vieron los anarquistas andaluces que creyeron que sacando la escopeta de caza detendrían a los regulares. Pues no, no solo no los detuvieron sino que avanzaron 3.000 kilómetros en menos de tres meses. Es imparable el progreso de esas tropas que, curtidas en el combate, dejan a su paso un reguero de milicianos mal armados y peor formados. Las milicias lo que luego consiguen hacer es ser el único elemento coactivo en la zona republicana, por lo que los sindicatos y los partidos de izquierda se conviertan en el elemento básico para dominar el territorio y llevar a cabo la limpieza en retaguardia del enemigo. Ahí sí que serán operativos. Pero en octubre el gobierno tiene que decretar la regularización de las tropas: ya no hay milicas, sino soldados, reemplazos. Los milicianos son 100.000 y 100.000 en cada uno de los bandos, pero la guerra la hacen los jóvenes reclutados por quintas, de entre 18 y 35 años, que son llamados al frente. Soldados del pueblo, no gente que va voluntaria. Si hubiera sido por los entusiastas, no hubiera habido guerra. Pero el ejército nacional fue 1,8 millones, y el republicano de 1,6 aproximadamente. Tenemos 3 millones de hombres movilizados, que son los que hacen la guerra.
P. ¿Cuál es el sustento social a esa confrontación en el ejército que se ve en un primer momento?
R. La población civil estaba muy dividida, como se ve en los resultados electorales de las elecciones de febrero del 36, plenamente democráticas, en las que el Frente Popular ganó por 200.000 votos absolutos. Lo que pasa es que el sistema electoral favorecía mucho a la mayoría que ganaba, y eso hacía que el gobierno de izquierdas fuera imbatible en las Cortes aunque estuviera muy equilibrada la situación en el país. Cuando la guerra estalla, la población de derechas, de confesión católica, los pequeños propietarios agrarios, las burguesías de zonas más tradicionales están enseguida con el bando nacional, creando las condiciones de apoyo para sostener al ejército insurgente. Por su parte, los proletarios de la zona industrial, la población campesina y jornalera, desde luego está del lado del gobierno republicano y partidos y sindicatos de izquierdas. La fractura social estaba ahí, y fue sobre ella que los militares empezaron a planificar el golpe. El mito de que la guerra la hicieron cuatro generales y tres curas, que son los que se sublevan contra el pueblo español, es un mito ridículo que no sé si alguien sostiene, pero la historiografía no.
P. Otra cosa es que la gente estuviera dispuesta a mantener una guerra durante tanto tiempo.
R. La gente no se imaginaba que iba a durar tanto tiempo. Lo malo de tomar las armas para abandonar las urnas es que abres las puertas a un infierno, a un abismo que no sabes hasta dónde llega. De una manera muy ligera se levantaron pensando en una guerra rápida. Pero, ¿y si eso no sucede? ¿Y si generas cientos de miles de muertos y tantos expatriados? Aquellos que en el 36 creyeron que el ejército venía a poner orden, a dar un golpe en la mesa y luego todo se acababa, se equivocaron miserablemente. Aquellos que creyeron que si lo intentaban iba a ser mejor para nosotros porque vendría la revolución, se equivocaron miserablemente. Por eso luego entre la población española quedó tan imunizada hacia la violencia como fuerza legitimadora. “Por la causa, yo mato”. Sí, pero también morirás.
Moradiellos recuerda que los cuarteles no fueron entonces únicamente el lugar en el que se fraguó la traición al régimen democrático, sino también el primer espacio en el que se desarrolló la primera fase de la lucha: "La sublevación de julio de 1936 comenzaba como una guerra civil en el seno del ejército y sus primeras víctimas serían los mandos militares opuestos a la intentona o que fracasaron en la tentativa insurreccional".
Pregunta. ¿Queda algún punto ciego para la historiografía en el golpe de Estado del 18 de julio del 36?
Respuesta. En estos años de democracia se han conocido muchísimos aspectos del fenómeno de la guerra y de sus orígenes. De la conspiración militar, de la crisis sociopolítica previa, de esos tres días de julio que fueron cruciales, porque en tres días un golpe militar se transforma en una guerra civil. Sigue habiendo cosas que continúan más o menos en la penumbra, que quizás nunca lleguemos a saber porque han fallecido las personas que podrían hablar. Pero, en trazos gruesos, creo que ya está bastante aclarado todo. Aunque la verdad histórica es revisable, porque no es una obra divina, sino humana.
P. ¿Se conocen los juegos de afiliaciones y disputadas en el interior del ejército en ese momento?
R. Sí, el golpe militar que se inicia el 17 de julio del 36 a las cinco de la tarde –la consigna era el 17 a las 17— está fraguado por una conjura militar en la que participan algunos altos mandos, muchos oficiales, y que cuenta con apoyo de políticos civiles derechistas. Esto está claro. Pero, ojo, es un golpe faccional: es un sector del ejército que no es mayoritario el que participa en la conjura. Son exactamente cuatro generales de división, de 18 que había; la mitad de los generales de Brigada; un 70% u 80% de los jefes de Estado Mayor, de la oficialidad; muy poco representada la Guardia de Asalto, que era la policía nacional; solo la mitad de la Guardia Civil; menos de la mitad del Cuerpo de Carabineros de fronteras… Si se hubiera sublevado todo el ejército, hubiera pasado como en septiembre del año 23: Primo de Rivera, capitán general de Cataluña, de acuerdo con casi todo el alto mando militar, se pone en marcha para ocupar el poder, desplazar a los civiles y mandar como mandan los militares, que es mediante dictadura, principio de orden y disciplina, doy una orden y aquel que no la cumpla, que lo fusilen o lo arresten. Eso no sucedió. En julio del 36, aquellos que creyeron que iban a repetir lo del 23, se equivocaron. Tampoco sucedió lo que pensaban otros, y estoy pensando en Largo Caballero y quizás en el propio Gobierno republicano, que creían que iba a ser algo parecido a agosto del 32, cuando el general Sanjurjo, al frente de una guarnición en Sevilla y unas unidades en Madrid, intentó dar un golpe de Estado. Eso fue una intentona muy fracturada, con un apoyo territorial escaso. En julio del 36 no pasó ni lo que en el 23 ni lo que en el 32, sino otra cosa: que el golpe militar amplio, pero no unánime, se encontró con que tenía enfrente a otras otras tantas guarniciones que se oponían a su actuación. El golpe triunfó en la mitad de España y fracasó en la otra mitad. En ese resultado ambiguo se abre el escenario de la Guerra Civil.
P. Defiende que es esta fragmentación inicial del ejército lo que motiva la Guerra Civil, por encima de otras consideraciones políticas o sociales.
R. Lo pienso yo y lo piensa mucha gente. Una cosa importante a la hora de estudiar esto es no pensar que somos únicos. Somos 46 millones de 7.000, y el ejército ha dado golpes en Birmania, en América Latina, en Croacia y Eslovenia, en Francia e Italia. La guerra fue posible porque había armamento y jefes capaces de operar como unidades armadas en los dos lados. La división del ejército, que reduplicaba la de la sociedad, eso sí, es lo que da origen a la guerra. Hay una cosa que llama la atención: ¿cómo es posible dar un golpe militar y no tener un jefe en Madrid, donde se pone al frente un general retirado, o en Barcelona, a donde se desplaza Goded desde Mallorca porque tampoco tiene un líder? Porque no contaban con gente allí. El hermano del general Mola, que estaba destinado en Barcelona, advertía “aquí no va a haber nada, no hay quien se ponga al frente”. En Madrid, hubo conato de sublevación, pero mandos ninguno. Lo sorprendente es que llegaran a una prueba de fuerza de ese tipo con un complot insuficiente. Salas Larrazábal, que escribía en los años setenta y era hombre condecorado por el franquismo, lo decía: "El golpe pecó de superficial al ignorar la fuerza del enemigo".
P. ¿Qué mitos desmonta esta visión?
R. El régimen vencedor dice que el ejército español se levantó para salvar la vida de la patria, pero olvidan que empezaron matándose entre ellos. Y las izquierdas quieren ver que fueron las milicias las que plantaron cara, pero olvidan que antes de ellos fueron un general Aranguren, un general Escobar los que aplastaron en Barcelona a los sublevados. Aquí ha interesado a todos no ver las cosas: el bando franquista, porque es duro admitir que fue una facción que rompió la disciplina militar; y el bando republicano, porque era complicado decir que allí donde pudieron luego hacer la guerra, había sido gracias a militares, en ocasiones conservadores.
P. Describe cómo las milicias sirven más como sustento moral que como fuerza de combate.
R. Sobre todo en los primeros momentos. Hacer la guerra es una cosa muy importante, lo vieron los anarquistas andaluces que creyeron que sacando la escopeta de caza detendrían a los regulares. Pues no, no solo no los detuvieron sino que avanzaron 3.000 kilómetros en menos de tres meses. Es imparable el progreso de esas tropas que, curtidas en el combate, dejan a su paso un reguero de milicianos mal armados y peor formados. Las milicias lo que luego consiguen hacer es ser el único elemento coactivo en la zona republicana, por lo que los sindicatos y los partidos de izquierda se conviertan en el elemento básico para dominar el territorio y llevar a cabo la limpieza en retaguardia del enemigo. Ahí sí que serán operativos. Pero en octubre el gobierno tiene que decretar la regularización de las tropas: ya no hay milicas, sino soldados, reemplazos. Los milicianos son 100.000 y 100.000 en cada uno de los bandos, pero la guerra la hacen los jóvenes reclutados por quintas, de entre 18 y 35 años, que son llamados al frente. Soldados del pueblo, no gente que va voluntaria. Si hubiera sido por los entusiastas, no hubiera habido guerra. Pero el ejército nacional fue 1,8 millones, y el republicano de 1,6 aproximadamente. Tenemos 3 millones de hombres movilizados, que son los que hacen la guerra.
P. ¿Cuál es el sustento social a esa confrontación en el ejército que se ve en un primer momento?
R. La población civil estaba muy dividida, como se ve en los resultados electorales de las elecciones de febrero del 36, plenamente democráticas, en las que el Frente Popular ganó por 200.000 votos absolutos. Lo que pasa es que el sistema electoral favorecía mucho a la mayoría que ganaba, y eso hacía que el gobierno de izquierdas fuera imbatible en las Cortes aunque estuviera muy equilibrada la situación en el país. Cuando la guerra estalla, la población de derechas, de confesión católica, los pequeños propietarios agrarios, las burguesías de zonas más tradicionales están enseguida con el bando nacional, creando las condiciones de apoyo para sostener al ejército insurgente. Por su parte, los proletarios de la zona industrial, la población campesina y jornalera, desde luego está del lado del gobierno republicano y partidos y sindicatos de izquierdas. La fractura social estaba ahí, y fue sobre ella que los militares empezaron a planificar el golpe. El mito de que la guerra la hicieron cuatro generales y tres curas, que son los que se sublevan contra el pueblo español, es un mito ridículo que no sé si alguien sostiene, pero la historiografía no.
P. Otra cosa es que la gente estuviera dispuesta a mantener una guerra durante tanto tiempo.
R. La gente no se imaginaba que iba a durar tanto tiempo. Lo malo de tomar las armas para abandonar las urnas es que abres las puertas a un infierno, a un abismo que no sabes hasta dónde llega. De una manera muy ligera se levantaron pensando en una guerra rápida. Pero, ¿y si eso no sucede? ¿Y si generas cientos de miles de muertos y tantos expatriados? Aquellos que en el 36 creyeron que el ejército venía a poner orden, a dar un golpe en la mesa y luego todo se acababa, se equivocaron miserablemente. Aquellos que creyeron que si lo intentaban iba a ser mejor para nosotros porque vendría la revolución, se equivocaron miserablemente. Por eso luego entre la población española quedó tan imunizada hacia la violencia como fuerza legitimadora. “Por la causa, yo mato”. Sí, pero también morirás.
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