dimarts, 19 de juliol del 2016

Jay Allen entrevista a Francisco Franco en julio de 1936.


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En julio de 1936, pocos días después de la sublevación contra la República española, el periodista estadounidense Jay Allen entrevistó al general Francisco Franco.
ÓRDENES DE FRANCO:  “SIN PAUSA EN EL AVANCE HACIA MADRID”
Moros rebeldes luchan para abrirse paso hacia Málaga
[Servicio de Prensa del Chicago Tribune]
Tánger, 27 de julio (de 1936)
“No habrá pausa”, me ha dicho hoy en Tetuán el general Franco, líder de la revuelta en España.
“Voy a seguir adelante. Avanzaré sobre Madrid. Lo haré cueste lo que cueste. Salvaré España de los comunistas y la pacificaré”.
“¿Málaga?”, preguntó el pequeño soldado de maneras suaves, “el general niño”, que realiza una campaña implacable hacia la dictadura. “Málaga es una estación de paso. El objetivo es Madrid”.
Reserva del Ejército
Yo era el primer corresponsal que llegaba al remoto lugar de África que es el cuartel general de la rebelión y la reserva de sus principales fuerzas de lucha, los regulares moros y la legión, y había ido para preguntarle si se había llegado a un punto muerto y cuándo terminarían los horrores.
Me miró con lo que, estoy seguro, era un asombro sincero y dijo tranquilamente:
–Pronto, pronto, mis tropas habrán pacificado el país y todo esto [movió la mano señalando la España trágica] parecerá una pesadilla de la que nos hemos despertado.
[Después de la entrevista el general Franco voló a Sevilla para dirigir las fuerzas rebeldes que combatían intensamente con las milicias republicanas.]
El avance en serio comienza
Este corresponsal salió a medianoche de la capital del Marruecos español, desde la que se dirige el ataque salvaje que amenaza la existencia de la República española. Supe que el avance desde el sur de España había comenzado en serio, que los moros están centrando su ataque en la Málaga leal, que han aniquilado una columna de milicianos republicanos –los cuales desaparecieron de la faz de la tierra repentinamente en San Roque, ante Algeciras–, y que en el momento en que se escribían estas líneas se producía un furioso combate mano a mano en Estepona, a un tercio del camino de Málaga.
Oigo el sonido distante del cañón y asumo que la flota leal apoya la resistencia del improvisado “ejército” leal contra el avance implacable de los polvorientos mercenarios.
Dificultades para llegar a Franco
Solo después de desquiciantes retrasos pude llegar hasta el jefe rebelde. Intentaba conseguir un pase al Marruecos español desde su cuartel general en Algeciras, pero me hicieron volver y pasé la noche en un campo junto a San Roque. Conseguí mandar un mensaje a Algeciras, al otro lado de la bahía, con una lista de preguntas. Para mi sorpresa me llamaron por teléfono el sábado por la noche.
Una voz dijo en español: “Soy un oficial del Estado Mayor en Algeciras [oficialmente las líneas de la España rebelde están cortadas]. Su Excelencia, el general al mando del ejército de África, le pide que vaya a verle”.
–¿Cómo?
–Vaya a cualquier zona de frontera española y pregunte por el comandante Armada en Tetuán –fue la respuesta.
El primer barco era el británico Gibel Dersa, que iba de Gibraltar a Tánger el domingo por la tarde. Subí a bordo.
En Tánger me dijeron que la zona española estaba cerrada. Los chóferes y los republicanos españoles tenían miedo de ir. Encontré a un moro que estaba dispuesto.
Los guardias de la zona internacional de la frontera dijeron que no servía de nada, que hacían volver a todo el mundo. Fuimos en coche hacia las colinas detrás de las cuales se encuentra el Rif. Vi las luces del primer puesto español a unos cien metros de distancia.
De repente, era de noche. Dos moros de uniforme, regulares, saltaron en medio de la carretera y levantaron sus Mausers.
Registrado por centinelas
Los frenos chirriaron. Nos dijeron que volviéramos. Discutí. No entienden español. Desde el puesto llega un grito. Nos ordenaron salir del coche. Uno nos cubrió con un Mauser armado con una bayoneta mientras el otro nos registraba y buscaba en el coche, girando los sillones, volcando la caja de herramientas y abriendo el maletero. Después de veinte minutos nos llevaron al puesto. La luz estaba apagada para prevenir un ataque aéreo.
Solo había un farol, invisible desde el aire. El puesto estaba en manos de los muchachos de camisa azul de la Falange Española de Primo de Rivera. Llevaban cartucheras del ejército y Mausers. Madrid arma a los rojos, Tetuán arma a los fascistas.
Una llamada de Tetuán
Fueron educados, pero firmes. Expliqué cinco veces que me habían pedido que fuera. Finalmente, pedí que pusieran a Armada al teléfono. El teléfono no funcionaba, dijeron. Tonterías: oí que alguien estaba hablando.
Llamaron a Tetuán. Hubo una hora de retraso. Me quedé sentado, fumando en la garita. Los fascistas echaban chispas. El teléfono sonó.
–Le esperan.
De pronto, todo el mundo era amable. Me pusieron a dos chicos fascistas como escolta. Estaban alegres.
–Pare si le dicen algo. Los moros disparan sin previo aviso.
Nos detuvieron cinco veces en cuarenta kilómetros y nos registraron dos veces. Luego aparecieron las luces de Tetuán.
Los aviones volaban esa mañana, me dijeron. Bombardearon el aeropuerto. Al parecer, no los esperaban por la noche.
La vida en Tetuán parecía bastante normal. Los europeos y los moros holgazaneaban en los cafés.
Entra en el jardín de la mansión
Fuimos al Alto Comisionado de Marruecos. Volvieron a registrarme y me llevaron al jardín de una mansión donde hasta el jueves pasado el alto comisario de la República, ahora rehén, daba órdenes al califa, el segundo nominal del sultán nominal, en un palacio al otro lado de la plaza.
En la puerta volvieron a registrarme. ¿Armada? Estaba fuera. Esperé. Los oficiales cenaban en un embaldosado patio andaluz, donde se oía una fuente.
El famoso Armada, un oficial moreno y sonriente, apareció por fin.
–Qué pena –dijo–. El general se ha ido a dormir.
En ese momento vi al general tomando café en el patio, pero, puesto que no parecía educado decirlo, solo miré en esa dirección.
–Mañana seguro –dijo Armada– y, hasta entonces, le doy mi palabra, no verá a ningún periodista. No entrará nadie. Que duerma bien.
Apenas 1,50
Esta noche a las ocho, cuando caminaba hacia la mansión del alto comisario, nadie me detuvo. La temperatura era la de un baño turco, y me senté en un cómodo sillón en una oficina recargada, junto a una mesa enorme sobre la que se extendían unos mapas. De la habitación de al lado llegaba el sonido del telégrafo. La puerta se abrió. Armada se levantó.
–Su Excelencia, el general Franco.
Otro enano que gobernaría. Apenas mide 1,50. Su voz fue una sorpresa. Era suave, uniforme y triste. Estaba muy cansado. Hablaba y miré al hombre que ha empujado España a la guerra civil más espantosa de su historia.
Tiene una frente alta, que se hace más alta, nariz de pico y barbilla puntiaguda; pies y manos muy pequeños. La banda dorada de general de división –a los cuarenta y tres años– cubre su panza creciente.
–La revolución de 1931 fue artificial. Zamora [Niceto Alcalá Zamora, presidente de España hasta hace poco] prometió una República de sacerdotes y monjes.