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El término de la Guerra Civil Española, entre nacionalistas y republicanos, se precipitó a pasos agigantados. Las tropas nacionalistas avanzaron con gran rapidez en los primeros meses de 1939, hasta que se puso fin a la Guerra Civil el 1 de Abril de 1939.
Desde los primeros días de Enero de 1939, varios cientos de miles de republicanos, con sus familias, cruzaban la frontera con Francia buscando salvar la vida. Llegar a Francia no fue fácil, era invierno y los Pirineos estaban totalmente nevados. Muy pocos pudieron utilizar vehículos, la mayoría cruzó los Pirineos a pie, cargando los niños algunos, sus pocos enseres otros, la mayoría con la nieve hasta la rodilla. Los caminos por los cuales avanzaban penosamente las columnas que huían de las tropas nacionalistas eran frecuentemente bombardeadas y ametralladas por la aviación, haciendo más lento aun su penoso desplazamiento. El frío y la escarcha calaban los huesos.
Los combatientes republicanos, mal equipados, trataban de organizarse y detener, aunque fuere momentáneamente, el avance de las tropas nacionalistas. Fue imposible.
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Pirineos
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La historia del exilio republicano se inició en los Pirineos. Más de medio millón de republicanos con sus familias lograron llegar a Francia. Para los menos, Francia significó el refugio y la libertad. Pero para la gran mayoría de los refugiados significó otra etapa de penurias y sacrificios sin límites. Con los refugiados había del orden de 200.000 soldados republicanos que debieron entregar sus armas al ingresar a Francia.
La sorpresa para los refugiados españoles que buscaban la libertad en Francia fue tremenda. Francia los enviaba a campos de concentración carentes de las mínimas condiciones higiénicas, escuálidos refugios y sin el menor abrigo. Una veintena de enormes campos de concentración se establecieron en Francia y en sus territorios de Argelia y Marruecos, en los cuales fueron hacinados los refugiados republicanos.
Huída a Francia
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El techo, abrigo y alimentación eran desconocidos.
Los refugiados desfallecían de hambre, de frío y por las enfermedades derivadas de las pésimas condiciones higiénicas en que eran mantenidos por las autoridades francesas. Comenzaron a brotar de la arena, como hongos, extrañas estructuras y carpas que improvisaban los refugiados en busca de una mínima protección contra el viento helado y la lluvia. Las condiciones de vida en estos campos de concentración eran lastimosas e infrahumanas.
Nacían criaturas que eran paridas sobre la arena húmeda y protegidas en cajas de cartón, mientras cientos de enfermos de disentería agonizaban y contagiaban a sus compañeros de infortunio.
El espacio vital era mínimo, la promiscuidad enorme. Las condiciones de vida eran imposibles de imaginar hoy día. Las instalaciones sanitarias inexistentes. Areas abiertas de los campos de concentración se convirtieron en estercoleros en que hombres, mujeres y niños concurrían a defecar. En tal deplorables condiciones higiénicas, las heridas de los refugiados se gangrenaban con facilidad y las amputaciones eran frecuentes. No existían medicamentos ni anestesia. Incluso, en la mayoría de los campos, el agua para lavarse era inexistente, sólo había agua, en pequeñas cantidades, para beber, que llegaba en camiones cisterna.
El Gobierno francés, dada la gravedad de estos problemas, convirtió dos buques en hospitales flotantes para que atendieran a los refugiados más graves. Estos buques estuvieron anclados cerca de Marsella.
Un número menor de refugiados tuvo mejor suerte, ya que no fueron enviados a los campos de concentración, sino que fueron albergados en casas de muchos franceses de buena voluntad y de españoles residentes.
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