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R. Pérez Barredo / Burgos - martes, 7 de abril de 2015
e historias y fotografías de gentes de Peñalba de Castro, Quintanarraya o el Valle de Mena que buscaron fortuna en los EEUU a finales del siglo XIX y en los albores del XX
Si el futuro siempre es incierto, lo es mucho más cuando uno abandona su hogar con una mano delante y otra detrás y un inminente horizonte tan vasto e insondable como el océano Atlántico, y un nombre, sólo un nombre, como destino, aunque sea tan exótico como Nueva York, por ejemplo. Hay que tener muchos sueños y, sobre todo, mucha valentía para emprender una aventura así. Mucho más si procedes de un pueblo pequeño que ni siquiera baña el mar, como Villasana de Mena, Peñalba de Castro, Quintanarraya o Araúzo de la Torre. Fueron decenas de miles las personas que a finales del siglo XIX y en los albores del XX hicieron su hatillo y se lanzaron a conquistar las Américas huyendo de un presente de miseria y olvido.
Fueron menos las que escogieron, del gran continente americano, los Estados Unidos. El menés Prudencio Unanue fue uno de ellos y acaso, con el tiempo, de los más reconocidos. Este emigrante, que acabaría fundando una empresa, Goya Foods, que sigue siendo en la actualidad la mayor compañía alimenticia hispana de los Estados Unidos, y los que como él hicieron una pirueta todavía más compleja yéndose a un país de habla no hispana, son los protagonistas del libro Inmigrantes invisibles. Españoles en los Estados Unidos: 1868-1945.
En esta publicación (que puede adquirirse en la web www.invisibleimmigrants.com) hay más burgaleses, menos conocidos que Unanue pero tan importantes como éste porque con su esfuerzo y desde el anonimato del que ahora han sido rescatados contribuyeron a levantar el país que hoy es considerado faro y guía del mundo. La obra incluye 350 fotografías personales, documentos, carteles y recortes de prensa de los españoles en EEUU desde antes del desastre del 98 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Sus autores son James Fernández y Luis Argeo; el primero, catedrático de Literatura y Cultura españolas de la New York University y descendiente de asturianos; el segundo, fotógrafo y documentalista procedente del concejo asturiano de Castrillón, comarca con muchos emigrantes Pensilvania o Virginia Occidental, como documentó en su obra AsturianUS.
El libro es sólo una parte del proyecto, ya que están realizando gran archivo documental sobre la emigración española en Estados Unidos. «Este proyecto se tiene que hacer ahora o no se va a poder hacer nunca. Buena parte de la historia de las decenas de miles de españoles que emigraron a Estados Unidos en esa época se encuentra hoy por hoy desperdigada a los cuatro vientos en los archivos familiares de los descendientes de los emigrantes originales. Si hay suerte, los conservadores de los archivos son los hijos de los emigrantes; estos suelen guardar con cuidado las fotos, historias y documentos de sus padres, y en muchos casos, poseen las claves interpretativas básicas para descifrar las imágenes: quién, cuándo, dónde, por qué... También suelen tener más de 80 años, así que estamos trabajando a contrarreloj para salvaguardar la historia de este fenómeno», explican a este periódico los autores.
En su trabajo de campo, a lo largo de los viajes que ambos están ido haciendo por Estados Unidos y España, han digitalizado alrededor de 7 mil fotografías de diferentes álbumes familiares. «Así que, mientras creamos el gran archivo documental sobre la emigración española de antaño en Estados Unidos, quisimos publicar un libro con el que homenajear y al tiempo hacer públicas las historias de aquellos valientes que pusieron rumbo a tierras tan remotas», señalaArgeo.
«Emprendemos la realización de documentales, exposiciones o libros no con el afán de agotar el tema -que es inagotable-, sino para sacudir las conciencias, y llamar la atención sobre el fenómeno, para así poder ir construyendo una comunidad y montando un archivo», apunta Fernández.
Un censo enorme.
Estos rastreadores de la memoria han conseguido inventariar ya a muchos de estos aventureros, pioneros en el país más importante del mundo. «Hemos encontrado a cántabros cortando granito en las canteras de Vermont y Maine; vascos pastoreando ovejas en Montana, Nevada, Idaho y California; burgaleses en las minas Nuevo México o en fábricas de Niagara Falls, asturianos fabricando zinc en los altos hornos de Virginia Occidental, Pensilvania, Ohio, Misuri…; gallegos en los muelles de Nueva York y Nueva Jersey; andaluces cortando caña de azúcar en Hawai, luego recogiendo fruta en California; castellanos, valencianos, todas las regiones podrían encontrar su emigrante en algún rincón de EEUU».
Este proyecto ha contado con el respaldo de más de 350 mecenas «que con su generosidad y la confianza mostrada nos han obligado a dar lo mejor de nosotros hasta conseguir que el proyecto se convierta en la gran referencia bibliográfica para acercarse a este capítulo histórico que comparten España y los Estados Unidos». Y para sus autores «aporta un poco de luz sobre un episodio ensombrecido, invisible entre tantas otras migraciones a otros países, en diferentes épocas anteriores y posteriores… Aporta un espejo sobre el que mirar los problemas actuales que llevan a la juventud a hacer las maletas para abandonar su tierra, su casa, su familia una vez más, en busca de un plan de vida mejor que el que les ofrece España ahora».
El caso de Apolinar.
Ángel Briongos es tataranieto de Apolinar Rica, nacido en Peñalba de Castro, junto a las ruinas de Clunia, en el año 1876. Con sus investigaciones y la ayuda de James Fernández y LuisArgeo ha podido reconstruir la historia de su tatarabuelo, un pionero anónimo, uno de aquellos que abrieron camino. Gracias a esas pesquisas, la epopeya de Apolinar está en el libro. «Siempre había oído hablar con mucho respeto y admiración de Apolinar y de su hijo Ángel, mi bisabuelo, que también emigró con él después de su primer regreso a España por la muerte de su mujer. No sólo se lo llevó con él. También le acompañaron amigos y vecinos, hasta una veintena de hombres de Peñalba, Quintanarraya o Araúzo de la Torre . Y sin embargo apenas se sabía nada de su emigración a Estados Unidos. Tanto desconocimiento me intrigó siempre», cuenta Ángel.
«Solo tenía tres pistas de aquellos años: una foto que se habían hecho en América; unas acciones muy bonitas pero sin ningún valor desde el ’29; y como experiencia personal que habían visto con sus propios ojos las cataratas del Niágara y que habían pasado mucho frío allá donde vivieron». Descubrió mucho Ángel Briongos: que Apolinar se fue en 1913; que llegó a los muelles de Ellis Island de Nueva York; que trabajó en el pueblo minero de Van Houten (Ratón , Nuevo México, hoy pueblo fantasma por el ocaso de la minería del carbón); que pasó por Brow´n Station, New York, hoy sumergido bajo las aguas de una presa en cuya construcción seguramente trabajaran; y gracias a que dio con un registro de reclutamiento para la I Guerra Mundial, del que se libró, pudo averiguar su residencia y dirección exacta en Niagara Falls y su ocupación: en una fábrica icono de la época dorada industrial de la ciudad.
Para Ángel este ha sido un viaje sentimental. «Me quedo con haber llegado a tiempo de que mi abuela Modes, nieta e hija de aquellos aguerridos valientes, supiese que no fracasaron en su emigración, que no volvieron en los años 20 empujados por la miseria ni pobres como marcharon. Que fueron protagonistas de un importante episodio de la historia, injustamente olvidado. Y que estuvieron en los escenarios que en tantas películas ha visto y en tantos libros ha leído», apunta con emoción.
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