dimecres, 21 de novembre del 2012

“Al general Cárdenas le debemos una vida digna y decente”


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Aurora Velasco cuenta, a través de las cartas de su padre, un viaje de tres años de duración que llevó a su familia desde Francia a México

Aurora Velasco sujeta una foto de su padre, Joaquín. / SAUL RUIZ MATA
Las manos ya temblorosas agarran una carta tan desconocida como propia para Aurora Velasco, de 86 años. “Es muy papá”, dice sonriendo. La caligrafía limpia y redonda de Joaquín sigue intacta 73 años después. “Venimos de Valencia, vía Orán, con los pasaportes visados y los billetes hasta París pagados. No obstante, las autoridades francesas de este puerto no nos permiten continuar viaje”, recalca la misiva. Es una entre los miles que conserva el Acervo Histórico Diplomático de españoles republicanos que solicitaron un visado para entrar en México al acabar la Guerra Civil española en 1939. Aurora relee las cuartillas y asiente: “Las autoridades francesas nos trataron como a perros”.
La amargura de sus palabras solo dura un instante. A partir de las cartas de su padre, Aurora desgrana la historia de la salida de España de la familia Velasco, un viaje, reconoce, “lleno de personas maravillosas”. Como aquel señor que, “al descubrir que papá era masón”, los sacó de la bodega de un barco carbonero tras varios días atracados en el puerto de Orán (Argelia), con otras 200 personas, sin comida y con solo un excusado. O el grupo de obreros que pagó su cuenta en un restaurante francés. “Solo porque éramos refugiados españoles. Nos echamos todos a llorar”. O ese otro español “maravilloso” al que conocieron en un tren a París y que dedicaba sus domingos a recorrer con su furgoneta y un megáfono los campos de concentración franceses donde se hacinaban miles de españoles para tratar de reunir a las familias separadas al cruzar la frontera.
"Las autoridades francesas nos trataron como a perros"
Aurora celebró su decimotercer cumpleaños el 15 de mayo de 1939 en la estación de tren de Perpiñán, una de las últimas paradas de un viaje que empezó en 1936 en Madrid, donde su padre trabajaba en la sección de censura de prensa del bando republicano. Aquel día de mayo en Perpiñán no hubo fiesta, pero sí un pedazo de pastel para cada miembro de la expedición: Aurora, su madre, su padre, su hermano Basilio, su hermana Ananda y el marido de esta. Atrás dejaban Valencia, Orán, Marsella y París, y al frente ya solo quedaba destino: México DF vía Veracruz.
Carta de Joaquín Velasco.
A Aurora se le ilumina la cara al hablar de su padre. “Era un señor asturiano, rubio, muy alto, con los ojos azul cielo y de una pureza impresionante que mantuvo hasta su muerte. Tenía un buen abrigo y un buen chapeau que no se quitaba para nada”. El señor del chapeau [sombrero] y su esposa no dudaron en salir de España cuando el bando republicano dio la guerra por perdida. México no fue un destino al azar, ya que los dos habían vivido allí de jóvenes y tenían familia en el país. Dejaron España por “una cuestión ideológica, pero también por necesidad”. “Una vez arrestaron al hermano menor de mi padre pensando que era él y estuvieron a punto de fusilarlo”, recuerda.
La insistencia del padre en sus cartas a la legación diplomática de México en Francia para conseguir el visado dio resultado y el 25 de junio de 1939 los Velasco embarcaron junto a otras 306 familias en el vapor francés Sinaia, el primer gran buque de exiliados españoles que llegó a México. “A mí el viaje me pareció estupendo”, señala Aurora. De esos 19 días de travesía recuerda especialmente las conferencias que se organizaban para explicar cómo era México, la comida, que “no era mala salvo el día que se les pasaron las alubias”, las bodegas con literas de tres pisos abarrotadas y la música. “Se formó una banda y cada noche, cuando caía el sol, nos reuníamos en cubierta para escucharlos. Tocaban zarzuela y música popular”.
La música también los acompañó a su llegada al puerto de Veracruz, pero la fiesta duró poco. “Las autoridades nos recibieron muy bien, pero la gente nos miraba como si fuéramos monstruos. Nos costó mucho trabajo demostrar que éramos gente decente”.
Hasta que se abrieron hueco en su país de adopción. Don Joaquín se nacionalizó en cuanto pudo. “Se sentía muy mexicano, estaba muy agradecido. Al general Cárdenas le debemos una vida digna y decente”. Aurora asegura que sus padres no murieron con la pena de no volver a España, pues ya habían perdido la esperanza. Ella sí ha podido hacerlo. “Me siento española, sí y no. Quiero a España, me interesa lo que pasa y también me duele. Pero España avanzó de una manera y nosotros en México lo hicimos de otra. La España actual no tiene nada que ver con lo que yo conocí en la República. Ya no es lo mismo”.
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