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Condenado a muerte durante el franquismo, enlace de la guerrilla, víctima de incautaciones ilegales en la dictadura y coleccionista de imágenes. La vida de este cántabro siempre ha estado vinculada a la fotografía. Ahora, gran parte de su colección corre peligro de perderse
Su casa es el mejor antídoto contra el olvido. En el sótano de la vivienda que Manuel de Cos (1920) tiene en la localidad madrileña de Las Matas se acumulan centenares de cajas y sobres con miles de fotografías y kilómetros de carrete. Las cerca de 20.000 imágenes que allí atesora reflejan diferentes acontecimientos sociales, políticos y ecológicos a los que ha asistido este "intruso" en la fotografía, como él mismo se autodenomina. "La cámara siempre va conmigo, yo tan solo hago fotos, pero no soy fotógrafo", insiste con humildad. Las instantáneas abordan desde las luchas estudiantiles de los 70 a las manifestaciones de las últimas semanas contra los recortes del PP, pasando por la progresiva deforestación de su Cantabria natal. La otra parte de su legado -cerca de 40.000 fotografías y unas 600 horas de vídeo- aguarda en su casa de Rábago (Cantabria) esperando, al igual que el archivo que tiene en Madrid, que alguna institución se haga cargo de la totalidad de la colección. Algunas series de fotos y vídeos han sido adquiridas por la Biblioteca Nacional y próximamente serán expuestas al público.
Y es que nada escapa al objetivo de Manuel de Cos, que decidió utilizar la fotografía para documentar sus luchas y dejar testimonio de cada circunstancia injusta que acontecía a su alrededor. Para él se trata de una afición hecha necesidad desde la década de los 40, cuando empezó a convertirse en ese fedatario del tiempo que continúa siendo hoy en día.
"He retratado todo cuanto era motivo de dejar constancia", asevera. Aunque a veces, las autoridades no se lo ponían fácil: "En Reinosa vi a unos hombres cargando unos camiones con ametralladoras y otro material bélico, me acerqué y saqué varias fotos pero me vio la Guardia Civil, me quitó la cámara y me veló el carrete". Eran los años 90 y Manuel protestó alegando que el Gobierno había asegurado días atrás que no se vendían armas. "Y, ¿dónde va todo ese armamento?", inquirió a los agentes, que justificaron su actuación alegando que Manuel "podía ser de ETA".
La misma suerte corrió el carrete de su ‘yashica' mientras dejaba constancia de una tala en la región cántabra: "Fue terrible para mi ver cómo se desforestaban los montes de Cantabria; allí conocí el urogallo y tal cantidad de fauna y flora que ya nadie puede imaginar, sólo los de mi edad", lamenta.
Padecer la represión le condujo a la necesidad de testimoniar el dolor gráficamente
Retratar la ecología, las costumbres de su tierra y los diferentes procesos políticos ha sido siempre su obsesión. Pero no se planteó profesionalizar su ocupación por culpa de los "quehaceres diarios". Para ganarse la vida trabajó como pastor de cabras en Rábago, mozo en una hospedería en Cádiz, agente comercial por el norte de España, trabajador en el subsuelo madrileño y gerente de ‘La novia del mar', un almacén de abalorios ya desaparecido.
La condena a muerte
Padecer la represión franquista en su propia piel le condujo al estado de necesidad de testimoniar gráficamente el dolor. Su familia fue víctima de incautaciones ilegales de bienes, de modo que acabó viviendo en la calle durante varios días con su madre y hermanas. "Nos lo quitaron todo", rememora. Pero lo peor llegó con la condena a muerte. "En la finca donde trabajábamos había una pequeña ermita con imágenes religiosas que mi padre me mandó recoger un día; las metí en un baúl y cuando llegaron los franquistas y no las vieron me acusaron a mí de haberlas destruido". Levantaron contra él la falsa acusación de profanar estatuillas religiosas y le condenaron a muerte. Su salvación llegó con el cura de la localidad, que encontró las figuras a tiempo y acudió en su defensa.
Levantaron contra él la falsa acusación de profanar estatuillas religiosas y le condenaron a muerte
Aquellos episodios marcaron la orientación de Manuel hacia la defensa de los más desprotegidos. Uno de sus trabajos, el de agente comercial por la cornisa cantábrica, le sirvió para cruzar exiliados republicanos a Francia gracias a la libertad de movimiento que le otorgaba el salvaconducto concedido tras revocarle la sentencia a muerte. "Pasé a más de 30 personas", se enorgullece. Esa fue su labor principal en la brigada Machado, formada por guerrilleros antifranquistas que hicieron frente a la dictadura desde la clandestinidad. "Lo tenía fácil por que conocía bien cada puerto y camino", asegura. Hasta que le detuvieron. "Debí ser uno de los últimos arrestados por participar en la guerrilla; creo que era el año 47 o 48", vacila Manuel. "Después de aquello tuve que fichar en la comisaría de cada pueblo que pisaba; así hasta que dejé de ser agente comercial, varios años después".
Años de protestas
Los testimonios de la época contradicen a menudo el discurso oficial que sacraliza los ejemplares años que precedieron a la democracia. Por entonces, Manuel ya contaba con un tomavistas que recogía audio. El 27 de septiembre de 1975, intentó ir a Hoyo de Manzanares a grabar el sonido de las balas que sesgaron la vida a los tres militantes del FRAP fusilados por las autoridades franquistas en Madrid. "Quería recoger el ruido de esas descargas desde fuera". Pero le detuvieron antes de llegar.
Las manifestaciones que sacaron a las calles a miles de jóvenes en 1977 también fueron inmortalizadas por Manuel de Cos. Su cámara registró numerosas concentraciones, como una que tuvo lugar en la explanada frente al ministerio de Sanidad y que se saldó con varios heridos. "La policía comenzó a cargar dando unos palos terribles; me noté húmeda la espalda y al tocarme me di cuenta que era sangre"; "daban a matar", apunta Manuel, que aprendió detalles para salvar su integridad: "Lo más peligroso comenzaba cuando nos rodeaban con los caballos; ahí lo mejor era quedarse quieto".
Como una serpiente que, moribunda, da los latigazos más fuertes en los últimos momentos de vida, la dictadura dejó caer el plomo pesado de su maquinaria contra los manifestantes.
“Fue terrible para mi ver cómo se desforestaban los montes de Cantabria"
"Murieron siete jóvenes durante la transición; fui a sus capillas ardientes menos a la de Mari Luz Nájera porque un militar me impidió el paso", relata. En la madrileña plaza de Lavapiés, Manuel vio cómo mataron a una persona de un tiro y se lo llevaron. "Nunca pude averiguar de quien se trataba, y nadie habló de ese tema", lamenta. "Aún sueño con aquellos episodios como si los estuviera viviendo", asegura con semblante apagado.
La sonrisa, en cambio, vuelve a su rostro al recordar al grupo de universitarios que perseguía la policía política y él escondió en su casa de Las Matas. "Soy el más antiguo de la zona; cuando llegué a finales de los 50 aquí no había nada y en este patio pasaron varios días hasta que lograron huir a Francia", relata satisfecho a 'Público'.
Con el 15-M, con los mineros, con la marea verde de estudiantes, con las víctimas del franquismo... Manuel de Cos sigue acudiendo a todos los actos y concentraciones que le permiten sus achaques, aunque reconoce que hoy las plazas tienen "otra temperatura". Aun así, confía en la presión social. "Tengo la esperanza en que el cambio venga por ahí, por las manifestaciones; la gente joven es la única que lo puede resolver". "Y yo lo veo con optimismo; les veo muy preparados", concluye.
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