dijous, 1 de novembre del 2012

En tierra de nadie.

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1 de noviembre de 2012






[…] tantos siglos contra un sólo minuto
tanto cuchillo para cortar una flor,
tanta bala para acribillar una bandera,
tanto fuego para quemar un libro,
tanto zapato para aplastar un rocío,
tanto ruido para acallar una voz,
tantos cazadores para cazar un solo venado,
tanto cobarde contra un solo valiente,
tanto soldado para fusilar a un niño.

(Luis de Lión).



Muchas familias no podrán llevar hoy flores a sus muertos. Un acto tan simple como éste para ellos no será posible. No hay cementerio, ni tumba. Solo la nada y el recuerdo militante en su corazón y sus retinas. Para muchas familias de este país tan solo será un día de memoria en el que la eterna pregunta, repetida desde hace varias décadas, será la misma: ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Cuánto tiempo tenemos que esperar más para encontralos? ¿Cuánto para que se haga justicia? 

Existe la necesidad humana de conocer el pasado. La necesidad de conocer como murieron y también como vivieron sus últimos momentos. Contar con la certeza de que fue un régimen represivo el que terminó con sus vidas, no ayuda. En este caso, no hay muertos solamente: Hay desaparecidos. Miles de desaparecidos a los que sus familiares probablemente nunca sabrán cómo encontrar, porque una dictadura cruel y asesina se preocupó de eliminarlos de su historia.

En el Estado español hay aún 150.000 víctimas del franquismo “desaparecidas”, ignoradas por los poderes del Estado, enterradas en cunetas y fosas comunes. Espacios que reflejan la negra sombra de la muerte. Cada día aparecen nuevas fosas que van añadiendo a la interminable lista de tragedias a más de los sin nombre. Un país convertido en una inmensa fosa, una cartografía de terror que guarda infinitos episodios de muerte, de noches en el que único sonido era el crujido del percutor de los fusiles y el lamento del pico y la pala que rompían la tierra para acoger en su seno los cuerpos apilados sin ningún cuidado de las víctimas, vidas destruidas, únicas e irrepetibles,  olvidadas en tierra de nadie, vidas humilladas, a las que cada año una nueva capa de sustrato sepultaba, más aún si cabe, la sacudida de la muerte. Historias de lucha y represión clamando por ser rescatadas del olvido.

La mayoría de los “caídos por Dios y por España” fueron exhumados al finalizar la contienda y enterrados dignamente. Incluso ocupan lugares destacados en los cementerios. No fue así para miles de republicados derrotados, defensores de la Constitución republicana frente a la barbarie fascista y víctimas de lo que sin duda fue un genocidio planificado, que pronto fueron conscientes en que consistía la victoria de los rebeldes. Rescatar su memoria, lucha y represión ayudará a consolar el daño recibido.Necesitamos saber cómo murieron, recuperar sus “vidas”, escuchar el lenguaje silencioso de los huesos, porque si algo tienen éstos (los huesos) es memoria. 

Si existe la necesidad de conocer el pasado, la herida insiste en que se recuerde. Nadie puede decidir que el pasado no existe e intentar premeditada e interesadamente enterrar una parte de la historia en la que más sangre inocente fue  derramada. Tenemos derecho a convertir el perdón en una exigencia general. Está claro que éste es una opción personal, pero lo que sin duda de personal no tiene nada es el genocidio, que salta las barreras del marco privado. En cuanto a la amnistía, es inaceptable si se produce antes de cualquier juicio, máxime refiriéndose a actos de suma gravedad como lo es el asesinato, la tortura, y la desaparición forzada. Así que esa Ley de punto final acordada con la llegada de la democracia no sirve. Los responsables deben ser juzgados por los delitos que cometieron. Los muertos están muertos, pero la muerte no tiene la última palabra. Debemos pedir a la memoria y al Estado que cumpla con su cometido, y que no es otro que hacer justicia.

El franquismo humilló a los vencidos. Miles de inocentes fueron perseguidos, encarcelados, torturados y asesinados. La transición cubrió sus vidas con un velo de indiferencia. Nunca alcanzaremos un Estado realmente democrático mientras que no se reconozca y repare el daño, mientras no rescatemos los cuerpos que yacen en las todas las fosas y dignifiquemos la memoria de los represaliados, mientras no obtengamos una condena de las atrocidades del régimen de Franco, mientras que los franquistas sigan viviendo en la impunidad. 

Si esto no se consigue, la memoria nunca estará en paz con el pasado. Hay que cerrar todas las heridas, dejar que los familiares vivan el necesario duelo por sus muertos negado después de tantas décadas.

Batallones voluntarios de la memoria estamos dispuestos, preparados, trabajando día a día en la construcción de la Memoria. No es fácil, más bien se trata de un proceso conflictivo en el que hay que articular muchos fragmentos separados, pero como decía Ovidio: "La gota horada la roca, no por su fuerza sino por su constancia."

No es rencor, no es nostalgia. Es Justicia.


María Torres
Noviembre 2012

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