dijous, 28 de gener del 2016

El Diluvio reaparece con las memorias de su director.


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ROS


Gil Toll
Han pasado ya casi 77 años desde el fin de la guerra civil y el cierre e incautación de los diarios republicanos. El Diluvio fue el más importante de la ciudad de Barcelona. Se fundó en 1858, vivió las dos Repúblicas y feneció a manos de los vencedores de la guerra. Su director, Jaime Claramunt, salió del país con la multitud que cruzó la frontera y padeció las horrendas condiciones de los campos franceses. Gestionó su marcha a Cuba, país en el que había nacido a fines del siglo anterior. Y allí colaboró en un programa de radio en el que fue desgranando sus memorias. Afortunadamente, esos textos se conservaron en al Archivo Nacional de Cuba y ahora ven la luz en España por primera vez en forma de libro.
Jaime Claramunt habla claro, directo, se moja como puede hacerlo una persona que escribe en su vejez y a miles de kilómetros de donde se desarrollaron los hechos que describe. Nos habla de su llegada a Barcelona a fines del XIX y de sus actividades de independentista cubano. Fue detenido y purgó meses de prisión. Entabló relación con los activistas que se oponían al embarque de tropas hacia la guerra de Cuba y empezó a tejer una red de relaciones con los hombres y mujeres más activos social y políticamente de la ciudad.
En esas mismas fechas, Claramunt ya formaba parte de la redacción de El Diluvio, el periódico republicano fundado en 1858 con la cabecera de El Telégrafo. Cambió de nombre en numerosas ocasiones como una forma de superar las suspensiones judiciales. El diario tenía un ánimo combativo, denunciaba la monarquía, la Iglesia y la corrupción municipal. Llegó a organizar una campaña contra un impuesto sobre el consumo de gas en 1879 que motivó una suspensión judicial y un nuevo nombre para volver a la calle a encontrar la complicidad de sus lectores. Ya eran muchas las suspensiones y, con un encomiable buen humor, se decidieron por el singular sustantivo que premoniza un fenómeno natural de graves consecuencias.
El fenómeno llegó en 1931 y fue recibido con alborozo por el periódico que defendía los intereses de los más humildes, las clases populares y los pequeños propietarios. En las páginas de El Diluvio escribían notables plumas republicanas de la época, como Antonio Zozaya y Roberto Castrovido. En la Redacción destacaban Ángel Samblancat y Eduardo Sanjuan, ambos abogados y comprometidos en la causa social. Andreu Nin fue redactor del diario, que también contó con Regina Lamo. Esta fue una gran activista en pro del movimiento cooperativista y colaboró estrechamente con Lluís Companys en la creación de la Unió de Rabassaires, el gran sindicato agrícola de la etapa republicana.
Lluís Companys estuvo siempre cerca del periódico. Publicó numerosos artículos de opinión en sus años de diputado y entabló una estrecha amistad con la familia del editor, Manuel de Lasarte, y con el propio director. Jaime Claramunt explica en una de sus conferencias cómo promovió la candidatura de Companys para suceder a Francesc Macià en la presidencia de la Generalitat en las Navidades de 1933 al fallecer Macià inesperadamente en una operación. Escribió un artículo y citó a Companys en su despacho para discutirlo. El líder republicano no era partidario de la publicación del artículo en primera instancia pero, según Claramunt, su insistencia dobló la modestia de Companys y lanzó la campaña presidencial que culminaría una semana más tarde con la elección en el Parlament de Catalunya.
Las evocaciones de Claramunt también tienen espacio para la crónica negra de la ciudad. Ladrones y estafadores, policías y políticos mafiosos aparecen en numerosas historias contadas con sentido del ritmo y un peculiar estilo algo retórico. Una de las historias más sorprendentes es la del diputado que tenía afición por vestirse de mujer. Un joven Claramunt le descubrió en plena calle e inició una serie de artículos que tuvieron en vilo a los miembros de la Diputación de Barcelona hasta que desveló la identidad del protagonista.
La parte más dramática corresponde a las vivencias de la guerra civil. En primera persona narra sus padecimientos por la falta de alimentos que vivió la ciudad y denuncia la arbitrariedad de los controles de supuestos militantes anarquistas. Ataca la política oficial de la República respecto a la restricción de salida a los ciudadanos a Francia, que habría ahorrado muchas penalidades. Pero donde es más duro es en la práctica de las incautaciones de empresas, incluyendo la de su propio periódico.
Fue en 1938, cuando el gobierno central se instaló en Barcelona y la UGT se hizo con la gestión de El Diluvio. Trataron de que se quedara como subdirector, pero Claramunt no quiso ser hombre de paja y se retiró a su domicilio donde pasó los últimos meses de la guerra. Su edad avanzada dificultaba la salida del país en las precarias condiciones que vivieron los republicanos. Un debitado Claramunt acabó literalmente subido en la espalda de su mujer para superar los tramos más difíciles.
Su testimonio aporta una voz singular a la memoria colectiva. Toda la comunidad periodística y cultural conoce las memorias de Gaziel, el que fuera director de La Vanguardia.Ya era hora de conocer la versión del director del diario que le pisaba los talones en la competencia por los lectores. ¿Dónde habría llegado El Diluvio si no hubiera sido incautado por las tropas franquistas?
El Diluvio portada